jueves, 24 de noviembre de 2016

OTRA CASITA DE SALÚ (Recopilación de varios autores)



LAS DEMOCRACIAS: 

Contar de las Demos´, es contar de El Negro, que decía que la culpa la tuvo Juancho Arévalo el Chilacayote, pué ay en 1948 allegó a los Puertos Barrios en una visita chancera. 

Los organistas de los actos pensaron en todo: discursos, fotos y reinas que no hubieran jugado todavía, pero Juancho era apasionado del tango y el tanguarnís y el detallazo: acompañar la trama de Tapado y Rice and Beans, con coritos de Gardel. Se propuso al Negro, nacido en la hermana república de Livingston, que tocaba la guitarra con sentimiento gaúsho y cantaba con aires de beans, que con su murushera no aceptaba la gomina. 

Entró al comedor del Hotel del Norte, cantando: “tango una vaca lechera, no es una vaca cualquiera, tilín, tilón…” y Arévalo ya no lo dejó descansar, pidiendo tangos, tanguarníces y milongas: Get Back, Yira Yira, A Half Light, Garufa, Hand to Hand, For a Head. 

Se las cantó con su más profunda queja de negro arrabalero. Al Juancho le gustaban los bolos y boleros y le cantó los últimos de Luis Alcaráz, que había aprendido en la XEW. Al final le felicitó y dijo: 
- vos tenés futuro patojo, andaite pa´ la capital pa´ abrirte camino. !Puta! y ni siquiera le convidaron al almuerzo.

Tiempo despué tomó el tren pa´ la capirucha guitarra en mano y sus 20 años a cuestas. Alberto Zúñiga, El Negro llegó a la estación central, el 14 de febrero de 1949. Salió a la Plazuela Barrios y como la mayoría de paisas negros y mulatos iban hacia el oriente a la 10a Avenida, caminó en sentido contrario pa´ la 18 Calle hacia el occidente para abrirse el camino del que habló el presidente. 

El Negro Alberto Zúñiga pasando la 9ª Avenida encontró su futuro. Vio la puerta abierta y al fondo del oscuro corredor sintió ambiente criolinero de buena cantina. La dueña, doña Merce, como debe ser en toda cantina que se respete, estaba en el mostrador controlando a las meseras, al cantinero, la caja del pisto y a la cocinera gorda que preparaba las bocas y las mañoseaba antes de servirlas, por lo que a la hora de las comidas decía que estaba a dieta. 

El Negro le pidió permiso pa´ cantar y doña Merce le dijo aprobá, pero aquí los clientes son muy  delicagados porque viene mucho licenciado caquero. 

Y allí lo quedó 27 años, hasta que la sabia naturaleza el 4 de febrero de 1976 acabó con esa benemérita institución guarera.  

El Negrito se dio a querer y su voz de humo por tanto cigarro pisado y su meliflua guitarra estuvieron en asociación ilícita con la cantina. Dejó de llamarse Negro y le pusieron apellido pues pa´ los tomantes fue el Negro de las Democracias. 

El Negro, con sus eternos anteojos oscuros, estaba todavía en la cantina la madrugada del 4 de febrero de 1976, cuando el terremoto acabó con esa y la mitad de las casas de la capital y otros lugares de la sufrida Guatechula. Así, entre escombros de adobes, tejas y vigas apolilladas, se acabó el Bar Las Democracias y con éste, 27 años de la vida de aquel trovador medio garifunénse que salió ileso del cataclismo pero se enfermó de nostalgia. 

Se puso viejo. El pelo murusho se puso blanco y se quedó sholco. Su canto se volvió triste y sus borracheras más frecuentes. Las casi tres décadas de penurias, desvelos, tragos y mal comer, se le vinieron encima junto con el techo de aquel lugar que se tragó sus sueños e ilusiones, pero que llenó para siempre con la poesía y el romanticismo irreemplazable de sus boleros.


Allí se chuparon, se cantaron, se chillaron, se amarraron zope, se besaron y se fondearon, liberacionistas, democristianos, izquierdistas comunistas, intelectuales, derechistas anticomunistas, gringos cerotes, pintores, poetas, locos, safados, músicos, escritores, bohemios y bolos sin más justificación que su gusto por el guarito bendecido, devotos cargadores de la procesión del Silencio, que noche a noche, chupaban con el estímulo romántico de la voz y la guitarra del Negro.

Asiduo fue el Julio César Méndez Montenegro, como estudiante güisachista y Decano de la Facultad del Derecho y Al Revés. No en balde se le conocía como Democracias Méndez Montenegro antes de que llegara al  Guacamolón de la República en 1966. Muchas veces el Negro le acompañó en sus borracheras, le llevábavan serenatas a la Sara de la Hoz, su mujer, y casi siempre le quedó debiendo, pues era macizo y ratero. La unción de bolo no se le quitó nunca y a las 9 am en el Palacio ya estaba borracho de a diario. El Negro le aguantaba sus temas de bolo necio, porque éran cuatancingos. 

Pero cuando llegó al Guacamolón ya no se acordó del murushón, quien seguía siendo el mismo Negro pobre, que nunca salió de su mansión de lepa de la Lemon Rock, La Lemonade, en la zona Five. El Negro formó parte importante, aunque indirecta, de las mejores épocas de la Huelga de Dolores. El Bar Las Democracias fue durante años la sede oficial del Honorable Comité de Huelga cuando era bueno y valía la pena y, más particularmente, de la Santa Hermandad con el Barnoya Sordo, López Larrave la Cuca, Paz y Paz el Seco y otros inspirados de esa especie en extinción. 

La voz y la guitarra del Negro sirvieron durante más de una década pa´ poner música a muchas de las mejores canciones huelgueras o al menos para estimular la inspiración de esos profanos poetas de la irreverencia.

Muy pocos de los cientos de bohemios que se desvelaron oyendo los boleros del Negro de Las Democracias supieron que se llamaba Alberto Zúñiga, aunque los acompañó en las buenas y en las malas y, sobre todo, ayudó a muchos a conquistar los amores y los favores de las musas de sus insomnios. Así fue, y no era pa´ menos, pues no cualquiera puede sobreponerse a las alteraciones hormonales que provoca una buena serenata. Y las del Negro eran las mejores.

Pero el chou debía continuar, tal como dictan las leyes objetivas del universo universal farandural y Berto Zúñiga se fue con su música a otra parte, al Bar Carvi. 

No podía dejar de pensar en todos aquellos cuates asesinados, desaparecidos o exiliados. "Cada día se me engurruñan las entrañas, - decía -, cuando leo en la prensa la lista de los nuevos secuestrados y veo las fotos de los que fueron ametrallados en las calles. Eran mis cuates, - se lamentaba -, los universitarios que por tantos años oí cantar desafinados y que ya bolos los ví llorar de amor por una ingrata. Ni modo, eran los democráticos de Las Democracias.

A principios de 1981 se enfermó. Infarto, derrame y esas cosas con las que se disfraza la tristeza y la melancolía. Se recuperó y regresó a trabajar al Bar Carvi, pero ya no se desvelaba ni se echaba los tragos. 

Siempre con sus inseparables lentes oscuros, cada vez pasaba más tiempo hablando de los viejos compositores, de los tiempos de la Gloria del Tango Arrabalero, de la época de oro de los tríos y el bolero. 

Cantaba por el gusto de cantar, quedando a la voluntad del bohemio de turno lo que quisiera regalarle. Su canto sentido y profundo tenía el presentimiento del final que se acercaba. 

El Negro se murió de nostalgia en diciembre 21 del 81, en una tarde de vientos fríos del noshte. Sus vecinos y los amigos lo llevaron en hombros desde la Limonada, hasta el Cementerio General.

A veces pienso que el Negro se murió tarareando aquel bolero de Gonzalo Curiel que tanto le gustaba:

Despierta, dulce amor de mi vida,
despierta, si te encuentras dormida.
Escucha mi voz
vibrar bajo tu ventana.
Que en esta canción
te vengo a entregar el alma.

El Negro sin Las Democracias,
 

quisiera preguntarle a los ocasos
si aún es tu corazón nido vacío,
para poder soñarte entre mis brazos y
allá en tu corazón dejar el mío.

¿Cómo la ves poray disdiay?

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