monorote.com vive sus sus comentarios y estará agradecido que así lo hagan
CAPÍTULO B
CATAFIXIANDO EN EL TIEMPO
La búsqueda en la Patagonia,
De rancio abolengo de espaldas planas, encabrestado Butch Cassidy y su horda salvaje coparon los titulares de la prensa de Estados Unidos a finales del siglo XIX y sin haberse anunciado previamente por redes sociales. Se les acusaba por parte de los comunistas de asaltar bancos para financiar la revolución anarquista de Trump. La banda fue diezmada, pero Butch y su correligionario Sundance Kid lograron escapar y convertirse en una leyenda, en la que Hollywood los consagró en 1969 con una película que relata el final de su fuga en suelo boliviano. Pero eso no es cierto, como nos muestra el escritor Luis Sepúlveda, que encontró en las profundidades de la Patagonia argentina sus huellas y las de su implacable perseguidor, el sheriff Martin Sheffields que mochaba parejo sin distingo de creencias religiosas, recursos económicos o filiaciones políticas. Si en esa chamba no está a cuentas, ni se meta.
Don Luis relata que,
-Estábamos cerca de El Bolsón, una pintoresca ciudad en el límite que separa las provincias de Río Negro y El Chubut. El viento inclinaba los gigantescos álamos que bordeaban el cementerio, y su follaje formaba una inmensa cúpula protectora de la paz de los que ahí reposan en sus bluyines de madera, gentes que alguna vez llegaron al sur del mundo llenos de sueños, ambiciones, esperanzas, planes, amores, odios, llenos de los materiales elementales que forjan el breve paso por la vida. Llegaron de todas partes con sus costumbres y lenguajes a cuestas, y ahí terminaron, en un cementerio olvidado, barrido por el viento, unidos en la quietud subterránea y en el idioma universal de la muerte. Le preguntaron a un hombre con un cigarrillo colgando de los labios ordenaba algunas flores resecas junto a una sepultura:
-Nos dijeron que aquí está enterrado Martín Sheffields.
-El Sheriff. Por ahí está ese mal bicho,- comentó.
Era un tipo de edad indefinible, su rostro curtido por el viento y el sol podía tener cualquier edad, tanta como le fuera posible.
-¿Sabe cuál es su tumba?.
-Lo sé, pero hay que acercarse con cuidado porque a ese bastardo hijo de puta lo enterraron con los dos colts en las manos, y si está de mal humor nos recibe a tiros,- respondió mientras se echaba a andar.
Lo seguimos pasando entre tumbas de polacos, italianos, gallegos, judíos, rusos, galeses y también criollos. Martín Sheffields apareció en la Patagonia a comienzos del siglo XX, hablando un español chapuceado, llenos de giros mexicano-texanos y el inventario de su patrimonio era escueto, dos espléndidos revólveres colt que cargaba pegados a los muslos, un caballo blanco bien aperado con una silla de montar tejana y una estrella de sheriff prendida en la solapa del saco. Era una especie de personaje de Marcial Lafuente Estefanía muy alejado del salvaje oeste americano.
-Aquí está, y espero que muy abajo,- dijo el hombre indicando una sepultura anónima sin ninguna inscripción.
Una sepultura cubierta de una capa de tierra ocre, seca y apretada y sobre ella había una margarita de plástico con los pétalos calcinados. Poca cosa para adornar. Murió poray de 1939, nadie lo sabe con exactitud, aunque se han escrito varias biografías suyas, de oídas, de una región cuyas leyendas, mitos y verdades cambian según la voluntad del viento y del oído de quien las escuche, porque en la Patagonia la historia es un género narrativo que no se molesta en asumir rigores cronológicos u objetividades graves. La historia no es más que un pretexto para adornar la oralidad y prolongar las tardes de mate junto al fogón. Algunos dicen que lo mataron y otros que murió de un infarto al corazón montado sobre su caballo blanco, buscando oro en los cientos de ríos que nacen de los lagos andinos. Como quiera que sea, unos arrieros lo encontraron cuando llevaba muerto varias semanas y ya olía a rancio. Los cóndores y los chimangos se dieron un gran festín con aquel tipo de un metro ochenta y cinco y más de 220 libras de peso. Le destrozaron la gruesa ropa invernal para llegar hasta las vísceras, dejaron seco el esqueleto, pero no consiguieron arrebatarle los dos revólveres que empuñaba. Así encontraron el esqueleto y supieron que se trataba de él, porque iba armado y sin soltar los revólveres. Aquellos arrieros, buenos sujetos como todos los hombres solitarios, taparon los restos con piedras y así permanecieron junto al arroyo Las Minas hasta que, en 1959, alguno de los doce hijos e hijas que tuvo con la golosa de la María Pichún, una mapuche que todavía es recordada con temor reverencial, decidió trasladar los huesos hasta el cementerio de El Bolsón. María Pichún, según los relatos, debió ser tan alta y fuerte como él, para aguantar ese roperón encima. De otro modo no se explica la pasividad de los hombres que, al verla aparecer en las pulperías, abandonaban la mesa de juego y preferían que los naipes volaran por los aires a recibir uno de los sopapos que le propinaba a su hombre hasta dejarlo grogui. Desde una prudente distancia veían como lo cargaba hasta el caballo mientras rezongaba: “
-Que nadie toque sus cartas, me hace un hijo más y vuelve.”
Se cuenta adecuadamente que el esqueleto no resistió el viaje en chata que era una enorme camioneta, por los desiguales caminos patagónicos y se desarmó como rompecabezas, pero los colts siguieron aferrados a los huesos de las manos. Una margarita de plástico sobre su tumba y la estrella de sheriff en una vitrina del museo de San Carlos de Bariloche es todo lo que quedó de Martín Sheffields. ¿Todo? No. Dejó también una historia que divierte, divide y apasiona. Así ocurre siempre con los pícaros y los aventureros.
Se sostiene que nació en Baltimore o que vino al mundo en Tom Green, Texas, en un globo aerostático porque la cigüeña no aguantó el peso, porque ya traía sus dos colts 45. En los archivos de la agencia de detectives Pinkerton hay documentos que aseguran que pasó su juventud en el estado de Utah. Era un cowboy más, aunque bastante diestro con las armas, y le tocó ser testigo de primera fila del exterminio de la Pandilla Salvaje, un mini ejército de asaltantes de bancos y trenes integrado entre otras celebridades por Black Jack Ketchum, Harry Tracey, “PO8” Logan, un bardo que acostumbraba a escribir poemas épicos sobre sus fechorías, Flat Nose Curry y Butch Cassidy.
LA HUÍDA
Como una riña de amantes para estimular los sentidos, a finales de 1898 los hombres de la Pinkerton habían conseguido establecer la ley del más fuerte -los ganaderos y empresarios del ferrocarril- en los territorios del viejo oeste, luego de capturar o eliminar a casi todos los integrantes por derecho de la Wild Bunch, pero les faltaba uno, el gallo machucador del gallinero, Butch Cassidy, pero en 1901 la Pinkerton recibió una mala noticia, Butch había abandonado el territorio de la Unión a bordo del vapor Soldier Prince que navegaba rumbo a Buenos Aires. Y no viajaba solo. Le acompañaban, una maestra y de otras ocupaciones también, llamada Etta Place, y un hombre sin prontuario policial que se hacía llamar Sundance Kid. De inmediato, la Pinkerton dispuso que un detective les siguiera el rastro y comisionaron para ello a Frank Dimaio, un italiano que llegó a Buenos Aires, averiguó que el trío había comprado seis mil hectáreas de tierras cerca de Cholila, en la Patagonia, y cuando se aprestaba a viajar hacia el sur del mundo empezó a conocer las bondades de la capital argentina. Conoció a una bella chica hija de italianos, sintió el llamado evangélico de una vida sedentaria, y mandó al infierno a la Pinkerton estableciéndose como negociante de calzado. Hasta 1976 en San Telmo, muy cerca de la plaza donde cada domingo se celebra el mejor mercado de antigüedades del mundo, existía Calzados Dimaio, y en el lugar de honor de la tienda colgaba la chapa de detective del fundador.
En América Latina el destino siempre tuerce la voluntad de los gringos
Para paladear el tiempo, en el mismo año 1901, Martín Sheffields se acercó a la Pinkerton. Fue contratado por la sede que la agencia de detectives mantenía en Houston, Texas, después de que en San Francisco cumplía una breve condena por vagancia reiterada. La recompensa de cincuenta mil dólares por la cabeza de Butch Cassidy -que los atraía como polillas a una candela,- le pareció una estupenda razón para conocer Argentina. Llegó a Buenos Aires el 6 de febrero de 1902. En el hotel de inmigrantes del puerto, que recibió a los miles de recién llegados entre 1830 y 1960, se registró como Martín Sheffields, sheriff de los Estados Unidos, y enseñó la estrella de plata que varios años antes había escamoteado a un sheriff de verdad pero acabado por el alcohol, en Montana. Con su peculiar español tex-mex preguntó cómo diablos se iba a la Patagonia.
La cabaña de troncos que Etta Place, Butch Cassidy y Sundance Kid construyeron cerca de Cholila todavía está en pie, y la solidez de su construcción la mantuvo así por muchos años. La habita ahora una familia de apellido Sepúlveda y matando a don Aladín Sepúlveda, el patrón de la casa, un vejete de mirada infantil y astuto como un zorro.
-Claro que los encontró. Vino aquí y habló con ellos. Yo no nacía aún, tengo recién ochenta y cuatro años, pero mi padre me lo contó. Debe haber ocurrido en 1907, Sheffields llegó montado en un caballo blanco, nunca tuvo caballos de otro color, y desde la tranquera gritó: -“¡Butch, Sun!”, y los hombres le respondieron en castellano que se llamaban don Pedro y don José. Entonces Sheffields empezó a reír, casi cae del caballo de la risa, y luego hablaron entre ellos en gringo. Nunca sabré de qué fregados hablaron pero es evidente que llegaron a un acuerdo de convivencia, pues los telegramas remitidos por Sheffields a la Agencia Pinkerton entre 1902 y 1905 tenían siempre el mismo argumento:
-“Argentina es un país muy grande y les sigo la pista.”
En 1905, un americano que viajaba bajo el nombre de Andrew Duffy llegó hasta la cabaña de Cholila. En realidad se llamaba Harvey Logan, uno de los socios fundadores de la Pandilla Salvaje, y dos años antes había dejado la prisión de Knoxville-Tennessee, a su manera, a tiros, y la fuga se saldó con cuatro guardianes condenados al tranquilo oficio de criar ovejas. Ese mismo año, Butch Cassidy, Etta Place, Sundance Kid y el recién llegado ayudaron con pasión a bajar el saldo del Banco del Sur, en Santa Cruz. Entre tanto, Sheffields escribía notas que jamás envió a la Pinkerton. Jo Giglian, un neozelandés y apasionado coleccionista de todo cuanto se refiere a Butch Cassidy, en su casa del archipiélago de Las Guaitecas tiene una libreta encuadernada en piel marrón que era propiedad de Martin Sheffields. En una nota fechada en octubre de 1907 se lee:
-“Pude dispararles cuando salían cargando el dinero de los galeses. Pude, pero no lo hice.”
En 1907 los muchachos y la maestra atracaron el Banco de la Nación de Villa Mercedes y el asunto se complicó porque Harvey Logan mató al gerente que imprudentemente se le atravesó en el camino. En la libreta de Sheffields se lee:
-“Al principio no reconocí a la mujer porque iba vestida de hombre. Ese muerto nos traerá dificultades.”
Nunca se conocerán los límites del acuerdo al que llegaron Butch Cassidy, Sundance Kid, Etta Place y Martin Sheffields en la cabaña de Cholila, pero es posible que una parte del botín de los atracos a varios bancos comprara el silencio del sheriff, porque en 1907 adquirió cinco mil hectáreas cerca de El Maitén, en El Chubut. Ha de haber sido una negociación dura e interesante. Si Harvey Logan también participó, entonces fueron cuatro contra uno, cuatro argumentos de diversos calibres contra los dos colts 45 del cazador de recompensas.
Si hay problemas perra, llama a Saúl
Don Aladín Sepúlveda aseguró que, según su padre, el encuentro de Sheffields con los bandidos duró varios días con sus noches. Se emborracharon, gritaron, rieron, maldijeron con palabras que el criollo no comprendía, como palabras en groenlandés que sus mamás no hubieran querido que pronunciaran jamás y, finalmente el sheriff se alejó de ahí con su caballo blanco. Pues sí, eso era como robar los huevos de oro de la gallina.
-¿Quieren saber lo que creo?- consultó don Aladín Sepúlveda.
-Claro que queremos saberlo- le respondió sacando unas astillas de la cabaña.
-Sheffields les dijo que no quería muertos. Los muertos siempre complican las cosas. Uno puede ser el hombre más inofensivo del mundo, pero apenas se muere, a más de uno le complicará la vida.
Tenían un problema un qué o un quién, porque la ley de Murphy dice que si alguien los delata, caerán.
Es del conocimiento público que el negocio de la banca tiene dos formas de protagonismo, como ladrón de cuello y corbata o como asaltante enmascarado. Esos eran los dos accesorios. Luego de los sucesos de Villa Mercedes, Butch Cassidy, Etta Place y Sundance Kid dejaron temporalmente la actividad bancaria, braceando para seguir a flote con su fatalismo texano. Harvey Logan desapareció sin dejar huellas, Etta Place regresó furtivamente a los Estados Unidos donde murió de cáncer de píloro. Butch y Sundance vendieron la estancia de Cholila y se fueron más al sur, a los confines del mundo, cruzaron el Estrecho de Magallanes y se metieron a la Tierra del Fuego, y allá pasaron a la leyenda como dos románticos veteranos de sustracción de moneda de cambio en los bancos del sistema y pagadores para financiar revoluciones anarquistas.
Una tumba sin nombre y una margarita de plástico en su pinche gloria, como quien ve pasar las imágenes a cámara lenta, cuadro por cuadro. Poca cosa dejó el sheriff Sheffields tras su paso por la Patagonia, pues era inútil dispararle a las sombras. Sí, la vida le gasta bromas pesadas a la gente humilde.
“Soldado que huye, sirve para otra guerra”
El soldado desconocido
-¿Vive alguien que lo haya conocido?- le pregunté al hombre.
-Queda una hija. La última hija viva de ese bribón- respondió con un tono que mezclaba la admiración con el desprecio.
Al día siguiente fueron a conocer a la hija de Martín Sheffields. Cómodamente instalados en los asientos de madera del viejo Expreso Patagónico, del Patagonia Express, o la Trochita según el decir cariñoso de los patagones, empezando a descubrir la vinculación entre la construcción del ferrocarril y el sheriff. En 1933 se empezó con el trazado de las vías que unen Ñorquinco con El Maitén, y fueron los corderos de Sheffields los que alimentaron a las cuadrillas de trabajadores. Le gustaba entretener a los hombres con su sorprendente habilidad de tirador. Era capaz de volarle el cigarrillo de los labios a un mocito desprevenido, e incluso de chamuscarle el bigote a otro, y hacer eso con una bala calibre 45 no deja de ser meritorio. Cuando el trazado ferroviario estuvo por fin terminado, Martín Sheffields obsequió seis novillos y treinta corderos para el asado de los festejos. Encontramos a varios viejos de El Maitén, Esquel, Leleque y Cholila que recordaban la generosidad del gringo, y ese desprecio por la fortuna, sumada a las hijas e hijos que regó por las tierras australes terminó por arruinarlo con su migraña visual. Por eso buscaba oro cuando murió, o lo mataron, tal vez, en una escena de horrible belleza.
La Trochita avanzaba lentamente, la trocha angosta, el notorio envejecimiento de las vías y la sinuosidad de las curvas le impedían sobrepasar los cuarenta kilómetros por hora. La vetusta locomotora de vapor bufaba como un dragón cansado, y la estela de humo que dejaba a su paso era rápidamente disuelta por el viento fértil, que no permite otra presencia que la suya en el cielo austral. El vaivén invitaba a una dulce somnolencia, o a hablar en voz baja con el compañero de asiento.
.¿Sabe quién fue Martín Sheffields?- pregunté a un veterano que de inmediato me ofreció la calabaza del mate.
-¡Cómo no voy a saberlo! Fue más conocido que el hilo negro el hijo de la gran puta,- respondió mientras aceptaba un cigarrillo.
Aquí se hubiera dicho que era más conocido que la cagada de guayaba.
-Cuénteme, paisano. Cuénteme.
-Era un hombre solo. Tuvo muchos amigos, muchos hijos, pero era un hombre solo. Nadie supo de dónde sacó el dinero para comprar las muchas tierras que después perdió. Dicen que vino a capturar a los bandidos gringos, pero no lo hizo. Era un gran tirador y cuando estaba borracho le gustaba hacer apuestas pesadas. Apostaba a que le volaba los tacones a una dama, empuñaba un revólver, y lo hacía. Si el novio o el marido reclamaba le regalaba un par de ovejas y asunto arreglado. Llegó a tener más de cien mil ovejas cuando la lana valía su peso en oro, y sin embargo se vestía como un vagabundo. Iba de aquí para allá, siempre solo. En su caballo blanco cabalgaba de Cholila a Esquel, de Ñorquinco al Portezuelo, siempre solo. A veces se detenía en las pulperías, jugaba, perdía a raudales, cantaba con una hembra sentada en sus piernas, pero de improviso se paraba y se alejaba a un rincón para seguir bebiendo solo. En el fondo era un hombre abandonado, pero no porque los amigos, las mujeres o los hijos lo hubieran abandonado, sino porque se abandonó solo. Un hombre solitario, extraño, pero de muy buen humor.
Hecho a sus propios números.
-¿Conoce la historia del plesiosaurio?
-No.
-Esa fue la gran broma de Sheffields, fue que un día de 1922 escribió una carta al director del jardín zoológico de Buenos Aires describiéndole la existencia de un animal, vivo, cuyo hábitat estaba bajo la superficie de la Laguna Negra. La descripción que hizo era tan exacta, tan rigurosa, que a ningún científico o naturalista le cupo la menor duda de que se trataba de un plesiosaurio. Docenas de sociedades científicas de todo el mundo se disputaron el derecho a cazar al plesiosaurio. Warren Harding, presidente republicano de los Estados Unidos amenazó con represalias si no se dejaba el porvenir del plesiosaurio en manos del instituto Smithsoniano. La corona británica consideró inconcebible que el plesiosaurio no fuera examinado por doctores del museo británico y, los rusos concluyeron que el animal era soviético, hasta se le cantó, luego de que un compositor popularizara el tango del plesiosaurio. Finalmente llegaron a Buenos Aires todos lo que ansiaban con apropiarse del animal antediluviano, y en medio de zancadillas avanzaron en tropel hacia la Patagonia. Encontraron que el animal de la Laguna Negra era un tronco forrado de cueros de vaca. Los patagones rieron a carcajadas con la broma de Sheffields, aún lo hacen, pero los científicos de aquel tiempo y el gobierno argentino tomaron el asunto con su mismo humor de mierda.
En El Maitén dejamos el Patagonia Express y emprendimos un camino polvoriento rumbo a la casa de Juana Sheffields, la última hija del aventurero bromista. Para darnos ánimos entre la polvareda que nos secaba la garganta y nos hacía temer por la suerte de las cámaras, cantábamos a todo pulmón “el Uruguay no es un río es un cielo azul que pasa” entre graznidos desaprobatorios de los teros, hasta que, luego de un par de horas de marcha, vimos aparecer la cabaña construida por el sheriff para su hija. Estaba en un lugar de belleza sobrecogedora, crecían los robles, las tecas, álamos, encinas, el aire olía a la madera virgen de la Patagonia andina, -aunque a nadie le importe la conducta sexual de esa madera,- a boñigas de animales sanos, a hierbas que alegraban el alma. Doña Juana Sheffields tenía ochenta y seis años. Se veía altiva. Había mucho orgullo en esa mujer que se apoyaba en un bastón para caminar. Su rostro lleno de territorios que tal vez fueron poblados por todos los amores y todos los odios, era definitivamente patagónico, porque en él estaba latente la mezcla de una madre mapuche y un padre gringo, portador a su vez de quién sabe cuántas sangres.
Me ofreció asiento frente a ella y la calabaza del mate. Con gestos coquetos alisó el delantal y comprobó la simetría de su blanca cabellera recogida en un enérgico moño. Mientras mi socio la fotografiaba preguntó qué nos llevaba hasta ahí.
-Su padre. Háblenos de su padre.
-Martin Sheffields. El sheriff Martín Shefields. Él construyó esta casa y muchas otras. Era un hombre. Lo quisieron y lo odiaron por eso, porque era un hombre. Nunca fue fácil ser un hombre.
-Un hombre muy dado a las bromas fuertes.
-Tonterías. Tenía buen humor, pero jamás le hizo daño a nadie. Es cierto que, a veces, cuando se emborrachaba le daba por hacer apuestas. Alguna vez apuntó mal y le voló la nariz a un gaucho, pero nunca le hizo daño a nadie.
-Hay quienes dicen que la nariz y el resto de la cabeza.
-Qué diablos, así era la vida antes. No era fácil, jamás fue fácil la vida en la Patagonia, además, en todas partes se vive y se muere. Él murió solo. Así deben morir los hombres.
-Visitamos su tumba. Está muy abandonada.
-Fue un error llevar sus huesos al cementerio. Debimos dejarlo allá, en el arroyo Las Minas, donde lo encontraron, pero los hijos y las hijas son débiles. Ya no quedan hombres como mi padre y la mejor forma de respetarlo es no visitar el cementerio.
Antes de salir de su casa, doña Juana Sheffields nos entregó pan recién horneado y huevos cocidos para el viaje. La amorosa manera como envolvió todo en un paño contradecía la dureza de sus palabras y sus gestos.
“La locura no es terrible, el miedo lo es”
Butch Cassidy fue acusado por trasiego de caballos, sustracción de ganado, intercambio de moneda de bancos y trenes y delitos conexos, entre otros, como falsedad material y apropiación de recursos estatales y de la naturaleza. También sobrenombrado, Mike Cassidy, George Cassidy, Jim Lowe, Santiago Maxwell, en su etnia patronímica. Estuvo involucrado en su primera transacción de sustracción bancaria en 1889, cuando él, junto a otros tres, se esfumó por lo bajo con más de US$20,000 de un banco en Telluride, Colorado. En 1894, fue declarado -injusta e ilegalmente,- culpable de apropiación ilícita de semovientes traslativos de cuatro patas para el transporte humano y sentenciado a dos años de prisión, aunque fue liberado 18 meses después por buen comportamiento y haber ejecutado su servicio a la comunidad penitenciaria. Junto a Sundance Kid, perteneció al grupo eclesiástico formado por Elzy Lay, Matt Warner, Harvey "Kid Curry" Logan, Ben "Tall Texan" Kilpatrick y Will Carver. Malamente apodados como el Sindicato de Asaltantes de Trenes, la Pandilla del Hoyo en la Pared y La Pandilla Salvaje, el combo visitó, sin fines de lucro, sólo la sustracción de moneda por intercambio, a trenes, bancos y remesas de salarios de las minas en las Montañas Rocosas Occidentales. Se ofreció una recompensa de $1,000 por sus cabezas o sus cuerpos o ambos y, con los Pinkertons siguiéndoles el rastro, Butch y Sundance escaparon a Sudamérica en 1901. Asigún, tuvo varias muertes, murió en Vernal, Utah, en 1920, en Oregón y Denver, Colorado, en 1930, en una isla cerca de la costa de México en 1932, en los Andes chilenos en 1935, en Tombstone, Arizona, en 1937, dos veces en Spokane, Washington, en 1937 y, tres veces en Nevada entre finales de 1930 y principios de 1940. Pero puede ser que haya muerto el 7 de noviembre de 1908 a los 42 años en San Vicente, Bolivia, en un tiroteo con soldados de caballería del ejército boliviano.
Uno de sus visitantes, el constructor italiano Primo Capraro, luego destacado pionero de San Carlos de Bariloche, los retrató en sus memorias:
-"Sobrios de hablar, nerviosos de mirada fuerte, altos y delgados los hombres, bien vestida la señora, que leía."
Criaban ovejas adquiridas a la Compañía de Tierras Sud Argentino que es un conglomerado de estancias que pertenece actualmente al grupo Benetton.
-”La cabaña estaba sencillamente arreglada y se notaba una cierta esmerada limpieza, distribución geométrica de las cosas, cuadros con marcos hechos de cañas, telas de recortes de revistas norteamericanos, muchas y hermosas armas y lazos trenzados con crines de yeguarizos."
El noroeste de Chubut era un sitio ideal para los refugiados no sólo por las posibilidades que ofrecía para la cría de ganado. A principios del siglo XX parecía una tierra de nadie, ya que formaba parte de la extensa franja de territorio en litigio con Chile que se resolvería en noviembre de 1902 y carecía de dueños, aunque buena parte de las mejores tierras había sido prácticamente regalada a los empresarios británicos asociados en la Compañía de Tierras.
-"Nuestro interés en Sudamérica nos llevó a los bandidos, no al revés -dice Anne Meadows, autora de Digging up Butch & Sundance, libro fundamental para conocer la historia de ellos.- “Nos enteramos por primera vez de la vida de Cassidy y Sundance en Argentina durante un viaje a Patagonia a principios de 1986, y pronto descubrimos que no sólo se había escrito muy poco sobre sus años en Sudamérica, sino que había una acalorada disputa sobre su destino final. Un misterio sin resolver es una atracción irresistible para los escritores."
Meadows y Buck habían recorrido la Patagonia como mochileros entre 1977 y 1978, pero fue en 1986 cuando visitaron Chubut y entraron en contacto con la historia.
-"Nuestro primer descubrimiento, el resultado de un verano pasado en los Archivos Nacionales en Washington DC, fue un pequeño lote de correspondencia diplomática que identificó las muertes de los bandidos en Bolivia en noviembre de 1908!
Los otros se describen mejor como descubrimientos con que nos encontramos, el historiador de Chubut Marcelo Gavirati localizó y nos envió una copia del extenso archivo de la década de 1910 sobre una investigación policial y el escritor y fotógrafo americano Roger McCord nos envió una revisión judicial previamente desconocida de los eventos que rodearon el tiroteo de noviembre de 1908."
-¿Por qué Cassidy y Sundance eligieron la Argentina como refugio?
Anne Meadows:
-A fines de la década de 1890 y principios de la década de 1900, Argentina era una meca para los inmigrantes de todo el mundo, y en los periódicos y revistas de los Estados Unidos aparecían artículos sobre oportunidades de ganadería en la Patagonia. Además, a su llegada a Buenos Aires a principios de 1901, el trío de la Wild Bunch se reunió con el vicecónsul americano George Newbery, quien estaba colonizando tierras en la Patagonia, y podría haberlos alentado a ir a Chubut.
-¿Cuáles fueron los hechos más significativos en su etapa argentina?
-”Si Butch y Sundance hubieran logrado establecerse y vivir pacíficamente en Cholila, podrían haber pasado el resto de sus vidas allí, y haber criado familias, y sus descendientes de hoy serían estancieros, guías de pesca con mosca o vendedores de bienes raíces. Pero, siguiendo su modelo en los Estados Unidos, no podían mantenerse alejados del crimen. Su caída en Chubut se asoció con otros delincuentes, entre ellos Robert Evans, que vivía en el mismo rancho, lo que culminó en su implicación en el robo de Evans de un banco en Río Gallegos a principios de 1905. Una investigación policial provocó su fuga a Chile y más tarde Bolivia, donde la historia se repitió. En Bolivia trabajaron durante un par de años en los campamentos de minas y luego decidieron robar la recaudación de una empresa, esta vez con un resultado fatal. El crimen es una profesión implacable.”
Buscados
En la visión dominante de la época los bandidos no eran esos distinguidos americanos que vivían en Cholila sino los chilenos y aborígenes que se desplazaban desde el otro lado de la cordillera en busca de un pedazo de tierra donde asentarse. En abril de 1902 Cassidy se presentó en la Dirección de Tierras y Colonias, en Buenos Aires, diciendo que había colonizado un lote de 625 hectáreas y reclamaba su título de propiedad. Al mes siguiente firmó una petición de pobladores de Cholila dirigida al Ministerio de Agricultura con el mismo fin.
La Agencia Pinkerton, un cuerpo de policía privada al servicio de grandes empresas, los seguía buscando en los Estados Unidos. A través del espionaje sobre la correspondencia de familiares averiguaron que estaban en la Argentina. En marzo de 1903 llegó a Buenos Aires el detective Frank Dimaio, con la misión de obtener más datos, se reunió con el jefe de policía de Buenos Aires, Francisco de Beazley, y con el cónsul honorario de su país, George Newbery y les entregó un abultado dossier, que contenía los prontuarios y las fotografías de Butch, Sundance y Etta, además de material periodístico sobre sus andanzas al frente de La Pandilla Salvaje. Esa información fue mantenida en secreto y se divulgaría dos años después.
En julio de 1903, Robert Pinkerton, dueño de la agencia, escribió a Beazley:
-"Sólo es cuestión de tiempo que estos hombres cometan algún robo en la República Argentina. Si le informan algún robo a un banco o a un tren o algún otro crimen por el estilo, descubrirá que fueron perpetrados por estos hombres."
Y tenía razón.
Pero los supuestos bandidos eran por entonces vecinos ilustres del oeste de Chubut. A principios de 1904, el gobernador Julio Lezana hizo una gira por el territorio y nadie se sorprendió cuando, al llegar a Cholila, se alojó en la cabaña de Butch y Sundance. Hubo una fiesta y el gobernador bailó con Etta Place, mientras Sundance tocaba la guitarra.
A mediados de enero de 1905 dos americanos que decían ser estancieros en busca de tierras llegaron a Río Gallegos, por entonces un pueblo de poco menos de mil habitantes pero con un importante desarrollo comercial, que circulaba a través de dos bancos. Los recién llegados se vincularon con el cajero del Banco de Tarapacá luego Lloyds Bank, amistad para estudiar el lugar y llevar a cabo, el 14 de febrero, lo que hasta el momento se conoce como la primera transacción a favor de los visitantes con fines de lucro a un banco en la historia argentina, para celebrar el día del cariño. Bien armados y actuando como profesionales se apoderaron del dinero y huyeron a caballo. Lo que estaba fuera de duda era que la Pandilla Salvaje volvía a cabalgar en la Argentina. Butch, Harry y Place encontraron una zona aislada, sin comunicaciones y escasamente poblada en el valle de Cholila. Pero el progreso, aun cuando fuera lento, también alcanzaba a ese extremo de la Patagonia y cambiaba las condiciones de vida de sus habitantes. El telégrafo no tardó en llegar. Por ese medio, a fines de febrero de 1905, el jefe de policía de Chubut, Julio Fougére, le pidió al comisario Eduardo Humphreys que detuviera a los asaltantes del Banco de Tarapacá, que habían escapado desde Santa Cruz a Chubut. Cassidy y Sundance abandonaron la cabaña y se refugiaron en zona de la cordillera antes de pasar a Chile con miedos tranquilos y el ciego terror de la huída. Los pasos siguientes del trío se vuelven borrosos, por falta de documentos y de soplones. El rastro de Etta Place se perdió sin que el misterio de su identidad haya sido revelado, el apellido que se le atribuyó era el que usaba su compañero para ocultarse y el nombre, el que le impusieron los detectives de la agencia Pinkerton en los avisos de búsqueda.
El 19 de diciembre de 1905 Cassidy y Sundance se despidieron de la Argentina con una acometida, día en que se presentaron con dos ayudantes desconocidos en la sucursal del Banco Nación en Villa Mercedes, San Luis, y después de tirotearse afanosamente y sin escrúpulos con el gerente Emilio Hartlieb, su hija adolescente y un vecino se llevaron el dinero del tesoro. Enseguida se armaron partidas de soldados - con el hedor repugnante de su propio miedo,- para emprender la persecución, pero los americanos habían preparado su ruta de escape, con postas de caballos de refresco, por lo que no tuvieron mayores inconvenientes para desaparecer rumbo a Chile. Esa precaución era la marca de agua de La Pandilla Salvaje, y la policía porteña identificó a Cassidy y Sundance entre los presuntos sospechosos. Más de dos años después, se conocía la documentación que había entregado en Buenos Aires el detective Frank Dimaio.
Cassidy era el más díscolo de las dos y un líder, les caía simpático a los jueces y al director de la cárcel de Laramie, en Wyoming, donde estuvo detenido. Sundance fue más retraído. Ninguno de los dos fue personalmente violento, a diferencia de otros forajidos de la época, como Jesse James, quien fue un asesino. Sin embargo, llevaban armas y estaban listos para usarlas. Durante su fuga después del robo en Villa Mercedes en diciembre de 1905, intercambiaron disparos con la pandilla que los persiguió, a la que no le gustaba ver cómo se hacen las salchichas.
Los últimos días
Con el placer inconcebible del dolor ajeno, desde Chile, Cassidy y Sundance pasaron a Bolivia con el añejo sueño de montar una estancia y criar ganado. Como no tenían dinero volvieron al único modo que conocían para financiarse, la sustracción de bienes y servicios monetarios.
"Hace un siglo, los americanos se sentían atraídos por los empleos ferroviarios y mineros en América del Sur, especialmente en Bolivia. Pocos de ellos habían sido bandidos en los Estados Unidos. La mayoría eran jóvenes solteros, estaban lejos de sus familias y trabajaban arduamente por un salario bajo. El dinero de las compañías mineras y los ferrocarriles demostraron ser una tentación irresistible." Esto según Daniel Buck.
El 6 de noviembre de 1908, después de tomar por sorpresa al pagador Ralph McPerson -con su sonrisa de paja y su sombrero de algodón,- de una compañía minera, un pelotón del ejército boliviano cercó a los occisos en una casa del pueblo de San Vicente. El sabroso tiroteo se extendió durante la noche, Butch hizo pasar a la Laguna Estigia a un soldado -fue su primera muerte- y Sundance cayó herido. No había escapatoria. Tras una pausa en el enfrentamiento, se escucharon dos balazos en la pieza donde estaban los americanos, Butch había -a petición de él,- dado mastuerzo a su compañero para después suicidarse. Pero a partir de entonces revivieron y murieron muchas veces, en incontables leyendas urbanas.
"La naturaleza odia el vacío, al igual que la historia. Las circunstancias e incluso la fecha del tiroteo del 6 de noviembre de 1908 en Bolivia no se aclararon hasta principios de los años noventa. A medida que el misterio del destino de los prófugos continuaba, proliferaron las historias de su destino. Además, hay una larga tradición, desde Robin Hood en adelante, del bandido que sobrevive a su muerte."
Daniel Buck
Buck cita al historiador Eric Hobsbawm, autor de un libro clásico, Bandidos de 1969:
"La resurrección del bandido, representa la esperanza de que el campeón del pueblo no puede ser derrotado.”
Eso es demasiado romántico.
La mayoría de los fugitivos no son los campeones de nadie, sino ellos mismos.
Una respuesta más simple es que a la gente le encanta contar historias, verdaderas o no. Y la de Butch y Sundance preserva intacto sus atractivos, y sus preguntas todavía sin respuesta.
Amén
sergiodeleonlopez
Se llama Bill Betelson y llegó a Esquel, es bisnieto de una hermana de Butch Cassidy. Llegó para conocer su historia, su paso por Chubut a principios del siglo pasado. Y además, trajo una carta que Cassidy le escribió a su hermana cuando se instaló en la localidad de Cholila. "Esa carta probó que Butch estaba vivo porque la familia lo había dado por muerto desde hacía 7 años" dijo Bill que reside en Utah y tiene 44 años. Llegó a Esquel después de leer en Internet una invitación a "pescar y cabalgar por las mismas rutas que lo habían hecho Butch Cassidy y Sundance Kid." Se puso en contacto con el titular de la página y decidió viajar. En Cholila vivían unas 20 familias. Nadie nunca sospechó los orígenes de Cassidy, quien se hacía llamar Santiago Ryan.
"Tengo 300 cabezas de vacunos, 1500 ovejas, 28 caballos de silla, dos peones que trabajan para mi y una casa de cuatro habitaciones y galpones, establo y gallinas. Lo único que me falta es una cocinera ya que todavía sigo en estado de amarga soltería"
Butch Cassidy a su hermana
Bill Betelson trae el original, aunque ayer en el aeropuerto se negó a mostrarla. "Tenía en total 4 carillas pero sólo tengo dos. Las otras dos se perdieron", dijo. Durante su estancia en Cholila, que se prolongó hasta 1907, Cassidy y Kid supieron ganarse la confianza de la gente y de las autoridades, al punto que en una fiesta, Etta Place bailó una samba con el gobernador del territorio Julio Lezama. En 1907, Cassidy se enteró que detectives de Pinkerton lo habían localizado. Entonces huyó. Primero a Chile y después a Bolivia. Dicen que allí lo rodeó la policía. Y que primero mató a Kid y después se suicidó. Nada se supo del destino de Etta. Bill Betelson vino a reconstruir esa historia. El martes estará en Cholila y mostrará en público la carta que Cassidy le envió a su bisabuela. "Se han dicho muchas cosas de Butch, algunas son pura fantasía," dijo Bill quien pasó siete años estudiando la vida de su familiar más famoso.
Zenda
Hablamos de uno de los últimos forajidos del oeste americano. Nada más y nada menos que Robert Leroy Parker, a quien su leyenda recordará como Butch Cassidy, y aún le quedarán leguas por cabalgar cuando Jesse James (1847-1882), Billy the Kid (1859-1881) o John Wesley Hardin (1853-1895) ya sean historia.
Cuando las manecillas del reloj den la hora de Butch, la ley ya se habrá impuesto en el Lejano Oeste. Tanto será así que Cassidy, siempre en compañía de Sundance Kid -su amigo inseparable desde que, tras el asalto a un banco en Montpellier, Idaho en el verano de 1896, se uniera a su banda-, encontrará la muerte en San Vicente, Bolivia, a manos de algunos soldados del regimiento Abaroa y el jefe de la policía local. Eso será el siete de noviembre de 1908. Cassidy habrá vivido cuarenta y dos años, que serán muchos para un forajido que habrá visto como la ley se ha impuesto en el Oeste y en la huida al sur tendrá que llegar hasta Bolivia para encontrar un lugar donde esconderse, y ni allí lo hallará.
Así se escribe la historia.
El 3 de mayo de 1913, Francis M. Lowe fue arrestado en La Paz como sospechoso de ser el bandido norteamericano George Parker. Lowe acudió a la legación americana en La Paz para pedir ayuda, y Charles E. Strangeland, encargado de negocios provisional de la legación, telegrafió al Departamento de Estado en Washington, DC, para pedir instrucciones:
"Francis Lowe, quien se encuentra bajo arresto, solicita protección. Se sospecha que es George Parker, de quien se notificó en la circular de Pinkerton de fecha 4-2-1907. Dejó San Francisco en el barco KANSAS CITY, en noviembre de 1912. Nació en Kirksville, Missouri, el 6-5-1869; se divorció en Bartlesville, Oklahoma, el 18-2-1908. No tiene documento de identidad. Se parece a la descripción circulada por la Agencia Pinkerton, pero no hay otras pruebas. Las autoridades policiales desean deportarlo inmediatamente. Sírvanse enviar instrucciones. STRANGELAND."
El Departamento de Estado le respondió a Strangeland dos días después: "
El Departamento deja a su criterio determinar, con base en los hechos y la legislación boliviana, si existe causa probable para la deportación de Lowe."
Con carta de fecha 21 de mayo de 1913, Strangeland informó al Departamento que él y el señor Ponte, funcionario de la legación,
"nos hemos ocupado de hacer todas las indagaciones posibles y he llegado a la conclusión de que el señor Lowe no es el hombre buscado por la Agencia de Detectives Pinkerton."
Strangeland añadió:
-"Mi opinión fue confirmada por las declaraciones de algunos ingleses y otras personas de esta localidad, quienes informaron que un hombre conocido como George Parker buscado por la policía de La Paz, había sido abatido en una de las provincias hacía dos o tres años por resistirse al arresto, y que los cargos contra el señor Lowe deben haber sido el resultado de un caso de identidad equivocada. Luego, el señor Ponte y yo discutimos el asunto con el jefe de la Policía y, finalmente, lo convencimos de las probabilidades señaladas, tras lo cual conseguí la libertad del señor Lowe."
Años después, en 1919, Lowe apareció en Antofagasta, Chile, donde se inscribió en el registro de extranjeros como Francis Marion Lowe, mecánico, y se le tomó una fotografía en la Oficina de Identificación de la Policía de Antofagasta. El arresto de Lowe en La Paz fue un caso de identidad equivocada. El americano Butch Cassidy, nacido como Robert LeRoy Parker, utilizaba varios alias, entre ellos George Parker, George Cassidy, James Ryan, James Maxwell y James Lowe. Las autoridades de La Paz deben haber pensado que Francis Lowe era James Lowe.
A inicios de 1907, la Agencia Nacional de Detectives Pinkerton había difundido una circular entre los departamentos de policía de Sudamérica solicitando que toda información sobre Cassidy, así como sobre sus cómplices Sundance Kid, Ethel Place y Harvey Logan, sea telegrafiada inmediatamente a la agencia. Por extraño que parezca, el nombre James Lowe no figuraba en la lista de Pinkerton entre los alias conocidos de Cassidy, a pesar de que había utilizado ese nombre en Nuevo México en la década de 1890. Quizá las autoridades de La Paz tenían más información sobre en sus archivos, referente a los dos años que estuvo en Bolivia, cuando era conocido como Santiago Maxwell y Santiago Lowe. La circular, redactada en español, identificaba a los detectives Pinkerton "como Agentes de Policía Secreta de la Asociación de Banqueros Americanos", lo cual era bastante extravagante. Si bien la agencia funcionaba a menudo como una entidad de gobierno, en realidad era una agencia de detectives privados que ofrecía sus servicios a bancos, compañías ferroviarias y otras entidades comerciales. La circular presentaba un resumen de las trayectorias de Cassidy y de Sundance en EE. UU., así como en Argentina, donde junto con la compañera de Sundance, Ethel Place, operaron durante varios años un pequeño rancho en el territorio de Chubut. Huyeron del rancho en 1905, para evitar ser interrogados sobre un reciente asalto a un banco en el sur de la Patagonia. La agencia de detectives sospechaba que otro miembro de la banda, Harvey Logan, alias Kid Curry, podría estar con el trío; sin embargo, este último se había suicidado en 1904, tras haber sido herido y capturado por la policía después de un fallido asalto a un tren en Colorado. Lo que los Pinkerton ignoraban cuando emitieron su circular de 1907 era que Cassidy, Sundance y Ethel ya no estaban en Argentina. Ethel había regresado a EE. UU. en 1905 o a inicios de 1906, luego desapareció y jamás se volvió a saber de ella. Cassidy y Sundance se habían trasladado a Bolivia
No se sabe exactamente cuándo se conocieron Cassidy y Sundance; probablemente fue en 1897. Por entonces, ambos estaban vinculados a una banda dispersa, un conglomerado de varias bandas con miembros en común conocidos popularmente como Wild Bunch. Fue en 1902 que la agencia Pinkerton le puso por primera vez el nombre Wild Bunch -argot para denominar a un grupo de vaqueros de parranda o a una manada de caballos no desbravados- a este grupo, cuando la banda había dejado de existir en la práctica. Anteriormente, la prensa había utilizado varios otros nombres, como la Hole-in-the-Wall Gang La pandilla del agujero en la pared o la Banda de Robbers' Roost el nombre de su escondite en Utah, no era para nada una banda organizada. Eran salvajes, sí, pero de grupo no tenían nada. Eran, quizá, hasta 30, pero en por lo menos tres distribuciones distintas en varios estados del oeste, y de ellos solo unos cuantos individuos cometieron más de un par de atracos.
El crimen es un oficio implacable
¿Por qué Argentina? En la prensa de la época figuraban artículos sobre las oportunidades para rancheros, y varios ganaderos americanos se habían reasentado. Se habían establecido en 625 hectáreas de tierras del gobierno en el valle Cholila, en las estribaciones andinas del territorio Chubut, en el límite norte de la Patagonia, donde empezaron a criar ganado, caballos y ovejas. Sus vecinos eran galeses, ingleses, americanos, chilenos y argentinos. Cassidy y Sundance registraron sus marcas ante las autoridades del territorio, y en más de una ocasión solicitaron más tierras, lo cual indica que pensaban echar raíces. Pero la mala suerte les acechaba: los Pinkerton habían averiguado dónde estaban y habían informado a la policía argentina, para que los vigilara.
Su mala suerte se agravó debido a su mal juicio: no podían mantenerse alejados de los problemas. En 1904, Cassidy estuvo implicado en el asalto a un inspector de almacenes de las estancias de la Compañía Tierras del Sud. La policía de Chubut lo interrogó, pero finalmente fue liberado8. A comienzos de 1905, dos de los amigos de Cassidy y Sundance en Cholila, Robert Evans y Herbert Grice, fueron sospechosos del atraco de un banco en Río Gallegos, en el extremo sur de la Patagonia. Si bien no existe evidencia de que Cassidy y Sundance hayan estado involucrados directamente en el robo, es probable que hayan participado en su planificación. La policía argentina, que había sido alertada por los Pinkerton de que cualquier delito en su país cometido por norteamericanos ciertamente involucraría al dúo del Wild Bunch, inició las investigaciones. Alertados por un policía local de que iban a ser arrestados, Cassidy y Sundance vendieron sus propiedades en Cholila y huyeron con Ethel hacia Chile. En diciembre de 1905, retornaron brevemente a Argentina: el dúo del Wild Bunch fue identificado como integrante de un cuarteto de tres hombres y una mujer, que asaltaron un banco en Villa Mercedes, en la zona centro-occidental de Argentina, y escaparon nuevamente a Chile (el cuarto hombre podría haber sido Evans). Se piensa que Ethel Place habría retornado después a EE.UU., mientras que Cassidy y Sundance continuaron hacia el norte de Chile y, finalmente, hasta Bolivia.
No se sabe qué hicieron Cassidy y Sundance en Chile, pero aparentemente pasaron un tiempo en Antofagasta, que en aquel entonces era un puerto floreciente ocupado por una población considerable de extranjeros, y la estación terminal en la costa de la Antofagasta & Bolivian Railway Company. La Agencia Pinkerton había tomado conocimiento, a través de un informante del servicio postal que vigilaba la correspondencia de la familia de Sundance en Pensilvania, de que Frank Aller, el entonces vicecónsul de EE.UU. en Antofagasta, había ayudado a Sundance con algún problema en el que se había metido. Sundance, en ese entonces conocido como Frank Boyd, un alias que había utilizado anteriormente en EE.UU., se había visto obligado a pagar una multa de 1,500 pesos o dólares.
Existe evidencia anecdótica de que Cassidy y Sundance solían frecuentar bares como el Palacio Cristal en Punta Rieles, cerca de Chuquicamata, Chile.. Punta Rieles era un campamento minero, un villorrio, que a inicios de 1900 albergaba una población de más de cinco mil y tenía fama de ser
un lugar maldito: borracheras, juegos, prostitutas, riñas y muertes. Las tabernas, las casas de remolienda y las salas de juego no se daban abasto para atender a los mineros sedientos de alcohol, mujeres y emociones fuertes. Abundaban las hembras de toda categoría. Circulaban y hacían su negocio rufianes, tahúres y aventureros. La sangre corría con frequencia"13.
No queda claro cómo Cassidy y Sundance llegaron a trabajar en Bolivia, en la mina de estaño de Concordia. La realidad es que se puede llegar a conocer con precisión muy poco sobre la vida de un forajido. Los bandidos llevan vidas furtivas, usan múltiples alias y cubren sus huellas. La prensa publicaba artículos sensacionalistas sobre el dúo, y se les atribuía un crimen y otro, sin evidencia alguna. Los viejos hilaban sus relatos idealizados. Los descendientes beatificaban a sus antepasados delincuentes, convirtiendo a los forajidos más curtidos en nobles bandidos, y a los ladrones comunes en una especie de Robin Hood. A un siglo de distancia, no sería una exageración decir que solo podemos tener conocimiento de una pequeña parte de la vida de un forajido, que la mitad de lo que sabemos es falso y que nunca podremos estar seguros de nada.
Cassidy, alias Santiago Maxwell, fue el primero en ser contratado en Concordia, y luego le siguió Sundance, alias H.A. Brown. Un estadounidense llamado Roy Letson dijo que conoció a Sundance y que lo contrató como arriero en 1907, en el norte de Argentina, donde compraba mulas para los proyectos de construcción de infraestructura ferroviaria de Bolivia. Cassidy ya estaba en Bolivia.
Concordia estaba ubicado a más de 5,000 metros de altura en la cordillera Santa Vera Cruz de los andes centrales, en el cantón de Ichoa, provincia de Inquisivi, departamento de La Paz. La mina era propiedad de la compañía Andes Tin Co., de Boston, Massachusetts, y el personal administrativo de la mina era estadounidense, hecho que a Cassidy y Sundance, quienes fueron contratados entre 1906 y 1907, les habría resultado atractivo. El gerente que los contrató, Clement Rolla Glass, quien posiblemente llegó a conocerlos mejor que la mayoría, murió trágicamente en enero de 190916. En espera de saber si su contrato iba a ser renovado, Glass había viajado a Buenos Aires, para explorar otras oportunidades de negocio. Estando en su habitación de hotel, se disparó accidentalmente mientras limpiaba un arma. Un médico y la policía acudieron al lugar, pero se volvió a disparar y falleció. La policía determinó que la herida del primer disparo lo había dejado agonizante y con un dolor tan intenso que optó por acabar con su sufrimiento. Todo lo que Glass sabía sobre Cassidy y Sundance murió con él.
Uno de los subgerentes de Glass, Percy A. Seibert, que había conocido a Cassidy y Sundance durante una fiesta navideña en el Grand Hotel Guibert de La Paz, en 1907, asumió la gerencia de la mina Concordia luego de la muerte de Glass. Años después, contaba historias, algunas demasiado exageradas, sobre el bandolerismo en Bolivia. Solía atribuir a Cassidy y a Sundance prácticamente todos los delitos que se cometieron en los Andes durante
los primeros años del siglo XX. Afortunadamente para los investigadores futuros, Seibert guardó y se llevó a casa un par de cartas que Cassidy había escrito, una fotografía que Cassidy y Sundance se tomaron en la hacienda de Angelberto Valdez en Capiñata, Inquisivi, y algunos recortes de prensa del atraco Aramayo en 1908. Se desconoce la relación que pudieran tener los bandidos con Angelberta Valdez.
Seibert afirmó que sabía que Cassidy y Sundance eran forajidos, aunque también insinuó en una entrevista con el escritor James Horan que tal vez recién se enteró de que eran bandidos después de su estadía en Concordia. Seibert dijo que Sundance era taciturno, pero que se encariñó con Cassidy, y que con frecuencia los invitaba a almorzar los domingos.
Tampoco se sabe exactamente qué hacían Cassidy y Sundance en Concordia y cuánto tiempo trabajaron allí. Seibert mencionó el trabajo con las mulas y la custodia de las nóminas (salarios). A finales de 1907,
Cassidy, quizá en compañía de Sundance, viajó al pueblo fronterizo de Santa Cruz, y en una carta a sus amigos de Concordia dijo que había encontrado "el lugar perfecto que había estado buscando durante 20 años". A los 41 años, se lamentaba diciendo: "Oh Dios, si pudiera retroceder veinte años. . . sería feliz". Estaba maravillado por el bajo costo de las buenas tierras, con abundante agua y pasto, y se atrevió a lanzar una premonición: "Si no caigo, muy pronto vendré a vivir aquí"18. Al parecer, Cassidy estaba planeando un nuevo comienzo: la compra de una hacienda en Santa Cruz.
En 1908, Cassidy y Sundance renunciaron a su trabajo en Concordia, tras un incidente durante el cual Sundance, estando ebrio, había alardeado públicamente sobre sus hazañas delincuenciales en EE. UU. Aunque la evidencia parecía indicar que eran empleados modelo, posteriormente Seibert les atribuyó varios atracos en Bolivia y Perú, basado en lo que había leído en los periódicos.
Al final del siglo XIX y durante los primeros años del siglo XX, los robos de las nóminas (salarios) eran bastante comunes en Bolivia. En junio de 1892, un hombre que llevaba una remesa de 17,000 bolivianos fue asaltado por un "extranjero" y su criado entre Suipacha y Tupiza. Pocos días después, el criado fue arrestado y las autoridades buscaban a su jefe. En 1906, Arthur Scott y Harrison C. Yerkes, ambos empleados de la mina Penny-Duncan Huanuni, cerca de Oruro, intentaron robar las nóminas de su compañía, una suma de aproximadamente 40,000 bolivianos. Pronto fueron aprehendidos, y Yerkes fue asesinado mientras estaba preso.
En 1908 se desató una verdadera ola de crímenes. Dos extrabajadores rencorosos, Jack McVey y Joe Muir, ambos descritos como yanquis, robaron en dos ocasiones las nóminas de la South American Construction Co., en abril y agosto. En septiembre, un grupo de chilenos que se hospedaban en el Hotel Americano, en Oruro, tramaron un plan para cavar un túnel desde el sótano del hotel, por debajo de la calle, hasta el Banco Francisco Argandoña. El ruido que provocaron las excavaciones alertó a los empleados del banco, quienes llamaron a la policía. Hubo una balacera, siete de los ladrones fueron arrestados, y se dijo que fallecieron otros cuando la policía arrojó explosivos al interior del túnel.
En noviembre de ese mismo año, dos chilenos y un americano intentaron robar las nóminas de la mina Monte Blanco, que ascendían a 10,000 bolivianos. El asalto fracasó y los tres hombres fueron arrestados. A comienzos de diciembre, dos presuntos chilenos asaltaron las nóminas de la compañía Aramayo, camino a Chorolque, las cuales ascendían a 25,000 bolivianos. Dos semanas después, fueron capturados en las inmediaciones de La Quiaca, Argentina.
El Diario Correo de Oruro atribuyó la ola de crímenes de 1908 a extranjeros: "Es el dominio público que la inmigración no seleccionada, ha introducido en nuestras capas sociales elementos de peligro y bandolerismo, que mantienen al vecindario presa de pánico". El diario hizo un llamamiento al público, pidiendo la vigilancia exhaustiva de extranjeros: "Desde luego, sería necesario tomar la filación de todos los inmigrantes extranjeros, para saber su procedencia, objeto de su venida, propósitos que persiguen, domicilio, condiciones personales, etc., etc."26. No se sabe si se llevaron a cabo estas recomendaciones para una mayor vigilancia de los inmigrantes, pero a comienzos de 1909 la compañía Aramayo pidió ayuda a las autoridades locales y al ejército, para organizar una "fuerza policiaria" que escoltara sus nóminas.
Después de Cassidy y Sundance, en Bolivia los bandidos más famosos fueron los de la banda Smith, conocida también como "Los Smitis". Ellos no eran realmente una banda, sino tres mineros de Huanchaca, dos americanos, John W. Smith y Adolf B. Ditmeyer, y un inglés, Fred Hope. En 1922, asaltaron un tren cerca de Uyuni y escaparon con 100,000 bolivianos, pero fueron capturados poco después en el norte de Argentina. Clamaron enérgicamente su inocencia, pero fueron declarados culpables y sentenciados a ocho años de prisión. Continuaron clamando inocencia a las autoridades bolivianas y estadounidenses. Durante varios años, la hermana de Ditmeyer en Missouri envió un sinnúmero de cartas al Departamento de Estado de EE. UU., en su nombre. Finalmente, fueron liberados en 1928.
La última de las recuperaciones de las nóminas de los primeros años del siglo, perpetrado nuevamente por extranjeros y otra vez sin éxito, ocurrió en febrero de 1938, cuando Mario Peña y Orlando Orguín, ambos chilenos, tendieron una emboscada al courier de la Casa Hoshchild en Potosí y escaparon a pie con 22,000 bolivianos. Casi inmediatamente, fueron acorralados en las periferias de la ciudad y "fueron acribillados por los uniformados que se alzaron con el dinero.”
A finales de 1908, Cassidy y Sundance aparecieron en Tupiza, que por ese entonces era un próspero centro minero y comercial, un entrepôt en la ruta comercial entre Argentina y Bolivia. Parte de lo que se sabe sobre las actividades de la singular pareja en Tupiza proviene de A.G. Francis, quien estaba a cargo de las dragas de la minería aurífera en el río San Juan de Oro, y quien posteriormente escribiría un recuento de sus aventuras con ellos para la publicación The Wide World Magazine. Muchos de los detalles en la historia de Francis están respaldados por lo que ha llegado de otras fuentes, aunque algunos detalles podrían haber sido añadidos por él o sus editores para darle más vida a la historia. Por ejemplo, no existe nada en las versiones contemporáneas que apoye la versión de Francis, que habla de cómo él fue secuestrado por ellos y forzado a guiarlos durante su escape, después de una sustracción monetaria. Además, el nombre A.G. Francis parece ser un seudónimo, pues no figura en ninguno de los artículos publicados por la prensa de Tupiza sobre las actividades de la comunidad de expatriados, ni en la investigación judicial sobre el percance y tiroteo. Lo más probable es que haya sido Edward Graydon, un operador de dragas de la Compañía Río San Juan de Oro, cuyos movimientos coincidieron con los de Francis, aunque es posible que fuera el asistente de Graydon, Harold Holsted. Francis escribió que dos hombres, que usaban los nombres George Low y Frank Smith, aparecieron en su campamento en Verdugo, 25 kilómetros al sur de Tupiza, en agosto de 1908, y le pidieron que les permitiera descansar sus mulas por un tiempo. Su forma de ser le impresionó, y se quedaron con él durante varias semanas. En el sur de Bolivia, el alias de Cassidy como ya se ha anotado era Santiago Lowe, y Sundance era conocido con los nombres H.A. Brown y Frank Boyd. Francis dijo que "el tipo alto, según me enteré después, era el famoso Kid Curry" y que Lowe era Cassidy, y claro está que él o quizá su editor, insertó esos nombres en la historia. Francis dijo que el dúo habló de su plan para recuperar el dinero ocioso del Banco Nacional en Tupiza y que Sundance el más alto de los dos, que estaba enfermo, se quedó con Francis mientras que Cassidy visitaba Tupiza, para hacer un reconocimiento del banco y delinear el plan. Un misionero americano que había conocido a Cassidy en el norte, como Santiago Maxwell. Afortunadamente para el banco, un destacamento de soldados del regimiento Abaroa apareció en Tupiza, y sus oficiales se alojaron en el Hotel Internacional de la plaza principal, cerca del banco. Entonces dirigieron su atención hacia las nóminas de Aramayo, Francke y Compañía, la empresa minera más importante de la región.. Las nóminas eran enviadas de La Paz a Tupiza, y de allí se las enviaban a la oficina administrativa de la compañía en Quechisla, a una distancia de unos dos días a caballo. El gerente de Aramayo, Peró, estaba por llevar una nómina de 80,000 bolivianos a Quechisla, vía Salo. Pero eran solo 15,000 bolivianos. El monto mayor había sido programado para la siguiente semana. Francis, que llevaba su draga de Verdugo a Esmoraca, había trasladado su campamento a Tomahuaico y la pareja se trasladó también. Temprano en la mañana del 3 de noviembre de 1908, Peró recogió el dinero, un paquete de billetes envuelto en una tela, de la mansión estilo italiano de la familia Aramayo, en Villa Oriental, conocida también como Chajrahuasi, en las afueras de Tupiza. Con su joven hijo Mariano y su criado, Gil Gonzáles, emprendieron el viaje a Quechisla. Mariano y Gonzáles iban montados en dos mulas, mientras Peró iba a pie. El grupo pasó la noche en la hacienda Aramayo en Salo y reanudaron su viaje al amanecer. Cassidy y Sundance se habían adelantado, y los vigilaban con binoculares mientras el trío se dirigía hacia Huaca Huañusca. A las 9:30 de la mañana, Peró y sus compañeros dieron vuelta en una curva que les conducía al otro lado de una colina salpicada de cactus, donde se encontraron con dos hombres que llevaban pañuelos que les cubrían la parte inferior del rostro. Ambos portaban carabinas nuevas, y hablándoles en inglés, ordenaron a Mariano y a Gonzáles que desmontaran, y a Peró que les entregara el dinero. Después de que desaparecieron con el dinero y una de las mulas, Peró y su grupo se dirigieron hacia el norte, a Guadalupe. Al mediodía, en Abra Negra, encontraron a un arriero, Andrés Gutiérrez. Peró escribió una nota con lápiz y le pidió a Gutiérrez que la entregara al señor Rozo, de la hacienda Aramayo en Salo:
Sr. Rozo:
A las 9 V2 de la mañana hemos encontrado dos yankes bien armados y con caras tapadas con pañuelos que nos esperaban con los rifles preparados y nos hicieron desmontar y resquizar el equipage del que solo han tomado el bulto de la remesa. Nos han quitado también una mula parda la Aramayo que conocen los mozos de Tupiza, con una soga de cáñamo nueva. Los dos yankes son altos, el uno delgado y el otro gordo que llevan un par de buenos binóculos Hertz. Se vé que han venido de Tupiza, donde han de haber estado esperando mi salida para dar el golpe, porque no me han exigido desde el principio otra cosa que la remesa. Ruégole hacer volar un propio a Don Manuel E. Aramayo mandándole estos papeles para que inmediatamente tomen medidas para tomarlos. Deben haber dormido en Salo porque de cierta parte de la cuesta al subir vimos en la abra, a la distancia dos siluetas, que indudablemente eran ellos. Que Don Manuel no mande ya remesas sino con fuerza armada porque está visto que los yankes que están en Tupiza están allí a la expectativa de cualquier remesa que haga la casa para asaltarla. Andrés Gutiérrez lleva estos papeles con encargo de entregárselos lo más pronto posible.
Carlos Peró
El lugar en que nos esperaron los yankes ha sido al bajar a este lado de las alturas de Salo, casi al pie de la cuesta, en Huaca Huañusca.
C.P.
En Salo, otro mensajero llevó la nota de Peró a la oficina Aramayo en Tupiza, y se alertó a las autoridades en las comunidades cercanas, así como a las autoridades argentinas y chilenas en los pueblos fronterizos. Se destacaron patrullas de militares y mineros armados quienes habían perdido sus sueldos en la sustracción, en toda la zona suroeste de Bolivia, en busca de los extranjeros armados. En la noche del 4 noviembre desde Tupiza a la oficina Aramayo en Uyuni, envían dos telegramas ordenando eficiencia y coordinación a las autoridades con resultados funestos para los hechores, porque lanzó el Capitán Justo P. Concha y su patrulla en su búsqueda, que terminó dos días después en su encuentro con ellos en San Vicente.
Por su parte, Peró había continuado hasta Cotani, un campamento minero Aramayo, donde inmediatamente escribió una carta más extensa a sus superiores, la misma que fue enviada a la oficina Aramayo en Tupiza
Cotani, Noviembre 4 de 1908
Srs. Aramayo, Francke y Cía. Ltd.
Muy Señores mios
El objeto de ésta es confirmar el contenido de cuatro páginas que escribí rápidamente dirigidas al Sr. Rozo, Admin. de Salo, para que hiciera pasar sin demora á Tupiza, avisando que á la bajada á Huaca-huañusca, en la última parte fragosa de ella, se nos presentaron de improviso dos yankes con las caras tapadas con pañuelos y rifles listos para hacer fuego al menor movimiento sospechoso que hiciéramos y obligado de manera amenazante á que desmontar el mozo Gil Gonzales y mi hijo Mariano, pues yo me encontraba á pié siguiéndolos, inmediatemente nos exigieron entregar el dinero que llevábamos á lo que les contesté que podían registrar nuestras personas y tomar lo que quisieran, pues no estamos en situación de hacer resistencia alguna. Uno de ellos se puso á registrar rápidamente nuestras alforjas y no encontrando en ellas lo que buscaban exigieron el descargar las dos cargas que llevábamos para registrar el equipage, manifestándome que no querían tomar dinero particular nuestro ni artículo que nos perteneciera, sinó simplemente el dinero que llevábamos perteneciente á la Empresa y que bien sabían que yo hablaba inglés, en cuyo idioma me preguntaron si no eran ochenta mil Bolivianos los que estábamos conduciendo, á lo que contesté que no era suma crecida; y cuando ví que ya no había objeto en ocultar nada pues principiaba yá el registro de las petacas les maifesté que eran quince mil solamente, lo que noté les causó profundo trastorno, quedando por un momento el bandido que se encontraba próximo á nosotros silencioso. Tan pronto como vieron el paquete muy parecido lo tomó el que se encargaba de la requisa y lo pasó á su compañero sin preocuparse del otro paquete ni de requisar más el equipaje lo que demuestra que tenían conocimiento pleno de dicho paquete. Después me exigieron que les diera la mula del mozo, la mochina Aramayo, con la marca de Quechisla, conocida por los mozos en Tupiza, la que hubo que desensillar y entregarles con una soga nueva de manila. Se fueron alejando llevando la mula, con la vista fija siempre en nosotros y los rifles preparados. Como el registro yá se hizo al pié de la cuesta, donde hay una especie de cuevas naturales, se internaron quebrada abajo de donde indudablemente continuaron acechándonos mientras se cargaba nuevamente el equipaje. Es muy posible que hayan habido más bandidos ocultos, porque el mozo al bajar la cuesta notó varios animales como ocultos en la quebrada, en momento en que una de las mulas de carga se apartó del camino en la bajada.
Los dos yankes estaban vestidos con trajes nuevos de viaje de diablo fuerte colorado oscuro á rayas delegadas con sombreros de ala corta blandos, ala que tenian bajada, de manera que como tenian la cara oculta por pañuelos amarrados detrás de las orejas solo podia verseles los ojos. Uno de ellos el que se aproximó más y hablaba conmigo es delgado de estatura regular, y el otro que se mantenía siempre á una pequeña distancia es un poco gordo y más alto. Ambos llevaban carabina flamante, parece sistema mauser de calibre pequeño y cañón grueso, rifles parecidos y talvéz iguales á uno que tiene Don Schmidt, pero son armas completamente nuevas es decir sin uso. Además llevaban revolvers Colt en la cintura y creo también revolvers Browning de tamaño bien pequeño, fuera de cananas nuevas de balas para los rifles.
Con seguridad estos bandidos han estado en Tupiza una temporada, estudiando las costumbres de la casa y preparando el golpe sobre seguro con toda calma é inteligencia y contando con la cooperación de todos sus paisanos para adquirir datos. Además es undudable que han de haber preparado su retirada segura, porque solo así conoció que no nos hubieran quitado todos nuestros animales ó que no nos hayan muerto para evitar delaciones o ganar tiempo.
En cuanto quedamos libres pensé en tomar el camino de Oploca, para comunicarles de allí lo sucedido, pero reflexioné que talvéz tenian por esa via gente apostada para impedir que dieramos aviso, así fué que continue en dirección á Guadalupe con la esperanza de encontrar alguno á quien mandar mensajero, teniendo la suerte de encontrar en Abra negra, en la separación del comino á Almona á Andrés Gutierrez vecino de dicho punto, arrendero de Salo, á quien entregué las lineas con lápiz en dos hojas de mi cartera dirigidas al Admin. de Salo, comunicación que menciono al principio de mi carta.
De Salo salimos á las 6 de la mañana y de un punto de la subida de la cuesta nos pareció ver un momento dos puntos negros que trastornaban al abra de la cuesta, pero como estábamos á gran distancia no pudimos distinguir si eran personas á pié é á caballo, es indudable que dichos puntos negros eran estos individuos que deban haber estado espiandonos siempre de gran distancia con un antepjo triedo de Goertz que tenia colgado el bandido mas alto y gordo. Anteojo que me llamó atención por su clase y tamaño pequeño, y al parecer muy nuevo.
Es inútil mandar remesas yá, sin tomar precauciones escepcionales, yá sea de algun modo que no puedan apercibirse ó con suficiente gente armada que esté siempre lista para cualquier sorpresa.
Es muy posible tambien que, dado el número relativamente crecido de norte-americanos sin ocupación que hay en Tupiza y Uyuni, esté entre ellos en combinación para asaltar y apoderarse de las remesas de la casa por ambas vias.
Tal vez convendria hacer venir un detective especial de Bs. Aires para vigile a todos estos.
Al llegar á Cotani he encontrado dos norte-americanos que llevan solamente unas alforjas y una montura de mujer, pero tenien rifles y revolvers. Han dormido anoche en Cotani y hoy iban á dormir á Guadalupe. Como segun habian dicho se les habia perdido un revolver en Cotani y solamente un muchacho habia estado en el cuarto de ellos, han llevado al muchacho, llamado Faustino Duran, á Tupiza para que declare ante la Policia. El asalto ocurrió álas 9 y 1/4 de la manana de hoy. Lamentando lo ocurrido que no nos ha sido posible el evitar y esperando que las medidas que se hayan podido tomar allí, con mi aviso de Abra-negra, dén algun resultado para recuperar el dinero y tomar a los bandidos, quedo de Uds. muy att. S. S.
Carlos Peró
El propio que lleva éste es Augustín Llave, quien sale á las 6 p.m. con encargo de viajar toda la noche.
CP
Al día siguiente, los dos hombres que Peró había conocido en Cotani, Frank Harry Murray, un ingeniero inglés, y Ray A. Walters, un contador americano, fueron arrestados en Salo por una patrulla del regimiento Abaroa, como sospechosos de ser los bandidos que robaron la nómina Aramayo; básicamente porque eran dos extranjeros, andaban armados y viajaban por la zona donde dos extranjeros armados habían cometido un crimen. Murray y Walters dijeron a las autoridades que estaban regresando a Panamá, donde habían trabajado previamente, vía Argentina, y que no sabían nada del atraco. El hecho de que no tuvieran en su poder el dinero robado, tampoco la mula, fueron detalles que les permitieron salir en libertad en pocos días, pero solo después de que los verdaderos bandidos habían sido abatidos, y el dinero y la mula habían sido recuperados.
En ese lapso, según Francis, los verdaderos bandidos se habían dirigido hacia el sur, bordeando Tupiza después del anochecer, para llegar a su campamento de Tomahuaico bien entrada la noche. A pesar de que le hablaron sobre el atraco, su anfitrión decidió que no podía hacer nada al respecto, "cualquier intento de delatar a los hombres sin duda me hubiera costado la vida, y de una manera muy rápida.”
Francis recordó que Sundance había hablado de "haber intentado en varias oportunidades llevar una vida sin conflictos con la ley," y que "dichos intentos siempre habían sido frustrados" por las autoridades y "que por ende lo forzaban a volver" a las andadas. No obstante, dijo, "él nunca había matado a un hombre, excepto en defensa propia, y nunca había robado a los pobres, sólo a grandes compañías." Cassidy había expresado sentimientos similares, pero la realidad era muy diferente. Tampoco se les podía calificar de Robin Hood. Cuando eran jóvenes vaqueros en el oeste norteamericano, robaban ganado y caballos de los ranchos vecinos, grandes y pequeños. Y si bien no se puede calificar a Cassidy ni a Sundance como asesinos, las diversas bandas que lideraron o con las que cometieron atracos mataron a más de veinte personas.
Aunque Francis desaprobaba las fechorías de sus visitantes, los consideraba "compañeros agradables y divertidos" y no tenía intención de denunciarlos a las autoridades. Asustados al enterarse de que una patrulla armada se acercaba, Cassidy y Sundance empacaron rápidamente y, según la versión de Francis, insistieron en que los acompañase. Francis esperaba que huyeran hacia el sur, a Argentina, y se sorprendió cuando le dijeron que irían a "Uyuni y al norte." Tal vez pensaban llegar a Oruro, una ciudad que albergaba a miles de residentes extranjeros, que fue también la última dirección de correo de Sundance. Francis los llevó hacia el sur, y luego al oeste, siguiendo el curso del río San Juan de Oro, para luego virarse hacia el norte, a través de una quebrada serpentina y estrecha, hasta Estarca, donde hizo arreglos para que ellos pudieran pasar la noche. Al día siguiente, muy temprano, le agradecieron por su ayuda y lo dejaron ir, indicándole que dijera a todo soldado que encontrara que se habían ido hacia la frontera con Argentina. El relato es respaldado por Juan Felix Erazo, quien manifestó a las autoridades que en la mañana del 6 de noviembre, en Cucho, unos 20 kilómetros al norte de Estarca, se había encontrado con dos extranjeros fuertemente armados quienes le preguntaron cómo llegar a San Vicente. Recordó que había visto a uno de los extranjeros con Edward Graydon aproximadamente un mes antes, lo cual respalda también la posibilidad de que Graydon podría haber sido Francis. Desde Cucho, tomaron el largo y accidentado camino hacia San Vicente, una aldea minera con una población de 350 habitantes en 1900, ubicada en una hondonada árida de tonos rojizos, a una altura de aproximadamente 4,500 metros, en la Cordillera Occidental. Al atardecer del 6 de noviembre de 1908, entraron a lomo de mula en San Vicente, y se detuvieron frente a la casa de Bonifacio Casasola. El corregidor del pueblo, Cleto Bellot, se les acercó y les preguntó qué deseaban. "Una posada", le respondieron. Bellot les dijo que no había ninguna, pero que Casasola los podía acomodar en una habitación que estaba libre y les podía vender forraje para sus mulas. Después de atender a sus animales, uno de los cuales era la mula recuperada de la empresa Aramayo que llevaba la marca "Q", conversaron con Bellot en su habitación, que daba al patio amurallado de Casasola. Le preguntaron sobre el camino a Uyuni, a unos 120 kilómetros al norte, y dónde podían conseguir sardinas y cerveza. Bellot envió a Casasola a comprarlas con el dinero que le dio Sundance. Bellot se fue directo a la casa de Manuel Barran, donde estaba alojado un pelotón de cuatro hombres de Uyuni, el capitán Justo P. Concha y dos soldados, Víctor Torres y otra persona no identificada, de la guarnición de Uyuni, y el comisario de Uyuni Timoteo Ríos. Habían llegado esa misma tarde, y eran una de las varias patrullas que peinaban el suroeste de Bolivia en busca de los dos yanquis y una mula robada. El capitán Concha estaba durmiendo, por lo que Ríos y los dos soldados, acompañados por Bellot, fueron a la casa de Casasola. Cuando entraron al patio en la oscuridad, Cassidy apareció en la puerta de su habitación, descargó su Colt e hirió a Torres en el cuello, quien a su vez respondió al fuego y se refugió en una casa cercana, donde falleció poco después. Por su parte, el otro soldado y Ríos dispararon y salieron corriendo del patio con Bellot. Después de abastecerse rápidamente de municiones en la casa de Barran, el soldado y Ríos se apostaron en la entrada del patio y empezaron a disparar. Concha apareció de pronto y le pidió a Bellot que reuniera algunos hombres para vigilar el techo y la parte posterior de la casa de adobe, a fin de asegurarse de que no hicieran un agujero y escaparan. Mientras corría para cumplir la orden, Bellot escuchó tres gritos de desesperación provenientes de la habitación de los yankees. Cuando los vecinos llegaron para rodear la casa, el fuego había cesado y todo estaba en silencio.
Los residentes de San Vicente mantuvieron sus posiciones alrededor de la casa durante toda la noche, a pesar del frío y del viento. Al amanecer del día 7 de noviembre, Concha ordenó a Casasola que entrara a la habitación. Al regresar, informó que ambos yanquis estaban muertos. Concha y el soldado sobreviviente ingresaron y encontraron a Cassidy el más bajo de los dos, tendido en el piso con una herida de bala en la sien y otra en el brazo, y a Sundance sentado en un banco detrás de la puerta, con una jarra grande de cerámica entre los brazos, una herida en la frente, y otras en el brazo. De acuerdo con las posiciones de los cuerpos y la ubicación de las heridas mortales, los testigos concluyeron que Cassidy había decidido terminar con el sufrimiento de su socio herido y luego se disparó. Fueron enterrados esa tarde, según Remigio Sánchez, un vecino que fue testigo del tiroteo y que ayudó en el entierro, el cual, según Francis, se realizó en un terreno no consagrado. La nómina de la compañía Aramayo, menos unos cuantos pesos, fue hallada en las alforjas de los bandidos, y se recuperó también la mula robada. Se hizo un inventario completo de los efectos personales de los yankis y se los colocaron en “una petaca con llave que fue entregada al capitán Concha.” En el inventario no figuraron todas las armas que Peró había visto el 4 de noviembre, algunas desaparecieron como recuerdos. Se esperaba que Concha llevara todo a Tupiza, que tenía jurisdicción legal sobre San Vicente, pero a la mañana siguiente retornó a Uyuni, y la compañía Aramayo tuvo que litigar en los tribunales durante meses para recuperar su dinero.
Al día siguiente, el 9 de noviembre, Murray y Walters fueron liberados.
El asalto a Aramayo y el tiroteo subsiguiente en San Vicente fueron ampliamente cubiertos por la prensa boliviana, aunque en algunas versiones los detalles variaron, como es la costumbre mediática. Se describió a los bandidos yanquis como "dos americanos", "dos extranjeros", y "un chileno y un danés" y se decía que el asalto había ocurrido en varios sitios, desde Uyuni hasta las afueras de Tupiza. A nivel internacional, los hechos solo figuraron en una serie de pequeños artículos en el diario La Prensa de Buenos Aires, el primero de los cuales vinculó a los del atraco Aramayo con Cassidy y Sundance en Argentina: "hay opiniones de que deben ser los norteamericanos que asaltaron el Banco de la Nación, de Villa Mercedes Argentina, y que después se refugiaron en esta República, donde han llevado a cabo varios asaltos.”
El 9 de noviembre, el subprefecto de Uyuni envió un telegrama al prefecto de Potosí con un resumen de los eventos en San Vicente: "Como puse en su conocimiento, comosion marchó en persecucion de asaltadores remesa, y habiendo arribado al mineral San Vicente, fue recibido a bala por criminales que se hallavan en esa, por lo que resultó muerto en la sorpresa el soldado Victor Torrez. En vista de este atentado Capitan Concha jefe de la comision intimó a estos suspendieran el fuego y se dieran por presos, a lo que contestaron con mas fuego haya que tubieron un reñido combate por espacio de una hora en el que resultaron muertos los dos asaltadores."
Este resumen, basado probablemente en una conversación con Concha, difiere ligeramente de lo dicho por Bellot a Solares. Bellot había dicho que Concha no se presentó en la casa de los bandidos después del intercambio inicial de disparos, durante el cual Torres fue mortalmente herido, y que los cuerpos no se encontraron hasta la mañana siguiente.
En una carta de fecha 12 de noviembre, que contenía el texto del telegrama, el subprefecto adjuntó un informe de los eventos en San Vicente preparado por Concha, el informe ha desaparecido.
Ese mismo día, el 12, el juez de partido de Uyuni notificó al juez instructor de Tupiza que estaba iniciando un juicio penal: "He asumido conocimiento del juicio criminal con motivo de los sucesos de San Vicente - Debo juzgar a comisario de Policia y demás comisionados en caso de Corte por hallarse los delincuentes en esta y no haber Juez de partido en esa." No queda claro qué estaba investigando exactamente el juez de partido sobre los eventos ocurridos en San Vicente. Es posible que se requiriese automáticamente una investigación, debido a que un soldado y los dos sospechosos fueron abatidos. En cualquier caso, si bien el expediente contiene otros telegramas del juez de partido sobre el tema, no existe información de cómo se resolvió la investigación ni de que Concha haya sufrido alguna consecuencia. Posteriormente, Concha fue transferido a Santa Cruz, se retiró del ejército en 1919 y falleció alrededor de 1933.
Dos semanas después del tiroteo, los occisos fueron desenterrados, y Peró, su hijo y su criado Gonzáles los identificaron como los dos hombres que los habían asaltado. Habían sido enterrados con sus sombreros, lo cual ayudó en la identificación, dado que durante el asalto ambos hombres llevaban pañuelos que cubrían la parte inferior de sus rostros. Se programó una autopsia, pero fue cancelada. En julio de 1909, Frank D. Aller, ex vicecónsul de EE.UU. en Antofagasta, quien en 1905 había ayudado a Sundance cuando se metió en problemas con las autoridades locales, escribió a la legación de EE.UU. en La Paz para solicitar "confirmación y un certificado de defunción" de los dos americanos, uno conocido como Frank Boyd o H.A. Brown y el otro como Maxwell. "He sido informado por el señor William Gray de Oruro, el señor Thomas Mason de Uyuni y muchas otras personas," escribió Aller, "de que Boyd y su compañero Maxwell [..] fueron asesinados en San Vicente cerca de Tupiza por los lugareños y la policía, y fueron enterrados como desconocidos” (William Gray, vicecónsul británico en Oruro, trabajaba con la compañía minera Penny-Duncan. En una entrevista sin fecha realizada por James D. Horan, Seibert dijo que Cassidy frustró en una ocasión un plan para secuestrar al propietario de la compañía, Andrew Penny. Thomas Mason, el vicecónsul británico en Uyuni, estaba a cargo de Abaroa, Mason y Compañía, un estudio contable y agencia de aduanas con sede en Uyuni. Aller dijo que un tribunal chileno necesitaba un certificado de defunción para liquidar el patrimonio de Boyd, lo cual indicaría que Sundance tenía propiedades en Chile, y que la noticia de su muerte, y la de Cassidy, había llegado hasta allí. La legación reenvió la solicitud al Ministerio de Relaciones Exteriores de Bolivia y señaló que los dos yankees habían asaltado varios trenes de la Compañía Ferroviaria de Bolivia y también las diligencias de varias mineras, lo cual era una tremenda exageración. El único delito que cometieron Cassidy y Sundance en Bolivia fue el robo de la nómina [remesa] Aramayo.
En diciembre de 1910, después de un considerable retraso causado por la indecisión de ciertos oficiales locales, quienes se rehusaban a responder las interrogantes que llegaron de La Paz, la Prefectura de Potosí envió al Ministro de Relaciones Exteriores y Culto un certificado de defunción de los ciudadanos americanos que fueron muertos por la Policía de Uyuni en el Cantón de San Vicente y cuyos nombres se ignora; además remito un oficio original del señor Fiscal de Partido de Tupiza sobre este mismo asunto y un testimonio enfs. 10 relativo a las diligencias de identificación de las víctimas y declaraciones sobre las circunstancias del hecho". El ministro reenvió los documentos a la legación de EE. UU. y el 21 de enero de 1911 la legación los envió a Aller. En los archivos de los ministerios de Relaciones Exteriores de Bolivia y de los EE. UU. sólo quedan las cartas introductorias. Además, nunca aparecieron indicaciones en Chile de las medidas ulteriores tomadas por Aller, o del tema de las propiedades de Sundance.
En las semanas siguientes al robo y a la muerte de los occisos, la empresa Aramayo Francke estuvo muy ocupada. El 10 de noviembre, la compañía solicitó al Ministro de Guerra que el comandante del regimiento Abaroa "nos facilite un oficial y cuatro hombres armados para custodiar las remesas de la compañía.” Es probable que las patrullas armadas no hayan sido enviadas inmediatamente, ya que en diciembre la compañía sufrió otro robo de sus nóminas, 27,000 bolivianos, entre Quechisla y Santa Barbara. Los bandidos, dos chilenos, fueron capturados un par de semanas después en Argentina, cerca de La Quiaca. Unos meses más tarde, los ejecutivos de la compañía seguían en discusiones con el ejército sobre cómo organizar la fuerza policiaria.” Además, la compañía tuvo que iniciar procedimientos judiciales en los tribunales de Uyuni para la devolución de su nómina, procedimientos que no estuvieron exentos de dificultades: "para recuperar la remesa, tenemos que luchar con los jueces, obra mas difícil que la emprendida contra los asaltantes.” También hizo arreglos para pagar un "montepío o gratificación" a los padres de Víctor Torres, el soldado que falleció en San Vicente. Por motivos que no quedan claros, quizá porque estaba durmiendo cuando se inició el encuentro con los occisos, sin mencionar que era el causante de que la empresa tuviese tantos problemas por llevar la nómina a Uyuni en lugar de Tupiza, la compañía opuso cualquier recompensa para el capitán Concha: "sabemos que el capitán de la fuerza no se portó a la altura que habíamos creído en la captura de los asaltores, no mereciendo la gratificación que habíamos pensando darle como ordenamos.”
En 1928, Charles Siringo, un agente de Pinkerton que había perseguido a Cassidy y Sundance a lo largo de varios estados del oeste, dijo en la publicación Frontier Times que Cassidy y Sundance habían muerto después de su "captura por la policía local" en Sudamérica. Donna Ernst, la esposa del sobrino nieto de Sundance, Paul Ernst, dijo que la familia de Sundance "jamás se enteró oficialmente de su muerte, pero creían que había muerto en alguna parte de Sudamérica.” Fue entre los descendientes de Cassidy que existió cierto desacuerdo. Su hermana menor, Lula Parker Betenson, quien era una bebé cuando él abandonó la casa, escribió un libro, Butch Cassidy, My Brother en 1974, en el cual afirma que él había vuelto para visitarla en 1925. Pero la mayoría de los miembros de la familia no están de acuerdo, y dicen que falleció en Sudamérica o, en cualquier caso, que desapareció y que nunca volvió a casa. El hermano más cercano de Cassidy, Daniel Parker, según los informes, dijo que había fallecido en Bolivia. La controversia se debe en parte al hecho de que fueron enterrados de manera anónima, como NN ("Ningún Nombre"); y en parte a los elaborados engaños que perpetraron ciertos imitadores y timadores del oeste de EE. UU., quienes entre los años 1920 y 1930 fingieron ser Cassidy o Sundance, de vuelta de Sudamérica; y en parte porque algunos de sus seguidores más apasionados se niegan a aceptar que sus héroes bandidos fallecieron, solos y perdidos, en los andes bolivianos.
sergiodeleonlopez FIN
Aymara de León. Que alegre, felicitaciones. Te leo
ResponderBorrarMe dejaste picada con esa historia
ResponderBorrarMe parece que es una historia genial
BorrarLo es y más aún como tu la narras
ResponderBorrarMuchas gracias. La última película que hicieron de ellos es genial
BorrarWendy Zeceña. Muchas gracias mi Quesi bello
ResponderBorrarGracias a tí
BorrarGucci Caper. Gracias
ResponderBorrarGracias a tí como siempre
BorrarY a ud por escribirme, por tomarme en cuenta
ResponderBorrarPara mí es un gusto de verdad
ResponderBorrarEdgar Antonio León González
ResponderBorrarExcelente colega de letras
Muchas gracias compañero lo aprecio de verdad
BorrarAumRak Sapper
ResponderBorrarSiempre fascinante usted
Muy linda, muchas gracias
Borrar