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CAPÍTULO 1
NO SOY TU PEDESTAL
DE MI TOTAL Y ABSOLUTA SIMPATÍA Y ADMIRACIÓN
DIÓGENES
“Veo en esta ciudad a muchos que se entrenan duramente como corredores, pero ninguno que haga el sincero esfuerzo de ser un hombre honesto; músicos que se afanan en templar a tono las cuerdas de su lira, cuando no saben acompasar sus pasiones al verdadero son del espíritu humano; y hasta oradores que se llenan la boca hablando de justicia, pero pocos que parezcan ponerla en práctica.” Eso de veras que no tiene comparación alguna.
- LE PESE A QUIEN LE PESE
“El amor es la ocupación de los ociosos”
Diógenes
Esto lo hago para mí, pero todos están invitados a entrar al asunto en este trabajo de campo pues me tardé tanto porque tuve cosas que hacer y odio los funerales y, para que no termine en la alcantarilla de un mundo olvidado. Sí, antes de partir a la conquista de Asia, el gran Alejandro Magno que siempre estuvo bajo fuego con sombras atormentadas, se quedó unos sus días en Corinto y pidió conocer al filósofo que vivía con los perros. El joven macedonio quedó asombrado con Diógenes de Sinope, pues no se parecía a ningún sabio que el joven macedonio, educado nada menos que por Aristóteles, hubiera conocido o imaginado nunca, pues dormía en un tonel vinícola y se rodeaba las veinticuatro horas del día por una jauría de perros. Alejandro entabló conversación con el entonces anciano y, se horrorizó hasta el mechón por las condiciones en las que vivía. Durante los Juegos Ítsmicos, el maestro de mis maestros, Diógenes testigo incómodo de tanta soledad creciente, expuso su filosofía ante un público numeroso y, allí vió al grande de los grandes Alejandro Magno, Alejo para su mamá, y una mañana, mientras mi maestro Diógenes se hallaba absorto en sus pensamientos y tomando el sol fuera del gimnasio metido en su tonel, a las afueras de Corinto hubo mucho jaleo. El emperador Alejandro Magno que por esa luna tenía el imperio más grande que jamás se conoció, había llegado cuando ya no le salían los números. Tal era la fama que tenía Diógenes, que el propio Alejandro se interesó por conocer al filósofo. Antes de que pudiera saber qué estaba pasando poray, se vio rodeado por un montón de ciudadanos que escucharon los cantos de sirena y se estrellaron contra los arrecifes y, se produjo el encuentro. Llegó el emperador acompañado de su escolta y de muchos hombres más. Con su capacidad a prueba de bombas en el universo fractal para sorpresa de los presentes en un sueño amplio y, para que sintieran en sus carnes las propias palpitaciones, el intercambio de saludos entre el gran Magno, y el controvertido Diógenes, -con su piel pálida y marchita y su mano venosa con los dedos torcidos por la artritis y llenos de manchas,- había sido igual de escueto, que sencillo. “Soy Alejandro” había dicho el apuesto joven que tenía Macedonia y las polis griegas a la sombra de sus pies grandes, haciendo gala de su simpatía y regio porte. A lo que el sucio y famélico filósofo griego, ni perezozo ni corto, había respondido de malas maneras al que era ya el dueño de Grecia:
- “Y yo, Diógenes, el perro.”
-¿¡Cómo se atreve?!
Brincó Martildo el jefe de la guardia de la Saas con sus cejas de dos dedos de espesura, pues pensaba que el filósofo estaba dispuesto a darle una mala cena al dogo mayor. Les asustaba la crudeza con la que hablaba pues el sonido del silencio era abrumador y, como si todos tuvieran un Philips exclama ante la insolencia uno de los miembros de su guardia personal que tenía los brazos cortos, antes de llevarse la mano derecha a su kopis, clamó a los tres vientos,
- ¡Ese vagabundo, necesita una buena lección!
Alejandro, divertido ante el cariz que está tomando el encuentro, lo detuvo con un gesto de su mano izquierda antes de sonreír y dar un paso al frente. Con sólo un parpadeo le obedecían sin chistar como perros guardianes.
-“Decidme, ¿por qué te llaman Diógenes, el perro?”
Diógenes, que era un tipo de modales suaves y con su humor a veces negro, a veces poco desesperado, en aquel momento enfrascado en quitarse la mugre bajo las uñas de su mano derecha, vueltó a ignorar su ímpetu para contestarle con pasividad y desgana demostrando su virtuosismo,
- “Porque alabo a los que me dan, ladro a los que no me dan y, a los malos, los muerdo.”
Los murmullos volvieron a despertarse entre los múltiples shutes que se habían ido reuniendo a observar la escena, sobre todo por la imponente figura de Alejandro Magno encaramado en el inmenso Bucéfalo, chanceando con un piltrafas, mientras los guardias, incapaces de entender que pretendía su gran líder, se miraban sin entender una mierda, así que por precaución están a punto de prenderle otra candela a San Simón.
-“¡Pídeme, pues, lo que quieras!”
Prorrumpe entonces inesperadamente Alejandro, que lo cataba como un cuchillo de melonero y, que le interrumía su ángulo de visión, abriendo los brazos con una hermosa sonrisa dibujada en sus mejillas, en busca de un acto simbólico que muestre a todos los presentes que él, era de los que daban y, por tanto, digno de ser loado y alabado.
-“¿Lo que quiera?”
Pregunta interesado el escuálido filósofo.
-“¡Sí!”
Amplía su sonrisa Alejandro frunciendo el coño, sin imaginar que el magnífico Diógenes, el único e irrepetible, agudo e ingenioso, sin igual, le conteste,
-“Quiero que te quites de donde estas, ya que me tapas el sol.”
Habiéndole dado entre líneas que no era tan sagrado como lo hacían ver, Alejandro, con su puta y bendecida sombra, igual de sorprendido que los que le rodean, está a punto de dar un paso atrás y balbucear, pero en un acto de orgullo que le ardía bajo el cinturón, recomponiéndose a marchas forzadas de tan imprevista contestación, pues en la ley natural siempre se está derrotado y, sale del paso diciéndole,
-“¿No me temes?”
El jonio Diógenes de Sinope, que esquivaba las miradas con muchos melindres, imperturbable, sin dejar huevos en el canasto a pesar del titubeante tono de voz del joven emperador, le respondió socarronamente con la misma e inalterable autosuficiencia, para debilitar, para socavar,
-“Gran Alejandro, ¿te consideras un buen o un mal hombre?”
Alejandro, gallardo de bolsa gorda como atún antes de desovar, haciéndose el zonzo oculta su incomodidad como puede apretando las canillas para intentar mostrarse igual de sereno porque las bolas se la habían subido, queriendo igualar con rapport al hombre que está tumbado ante él metido en su tonel de vino, pues conejo que se duerme se lo lleva el ventarrón. Sin embargo, su tono y volumen de voz, le delatan, como si le hubiera preguntado por el lado oscuro de la luna,
-“Me considero un buen hombre.”
El filósofo sonríe, se frota las manos y levanta el rostro para mirarle directamente a los ojos, sabe que lo tiene a punto de caramelo, totalmente a su su merced, al hombre más poderoso de la Tierra, despreciando la pureza del más elevado instinto animal,
-“Entonces… ¿Por qué habría de temerte?”
Esa respuesta va más allá de lo que los guardias pueden soportar, por lo que dando un paso al frente se llevan las manos a sus armas mientras la gente tonta de bote, escandalizada, se lleva las manos a la cabeza, entrecierran los ojos, o se tapan la boca esperando que le corten el pescuezo. Todo apunta el fin de aquel filósofo indigente, que era tan trasparente que parecía gelatina, una frágil estructura de nervios, huesos y piel, pues todo llega tarde o temprano incluso la santa muerte. Sin embargo…
-“¡Silencio!”
Rugió el gran Alejandro revolviéndose como un león asediado por una hiena, acallando cuantos murmullo e insultos le rodean. Tal es la fuerza y determinación que los guardias, sorprendidos, se abren rápidamente en círculo recelando del mismo sol.
-“¡Basta!”
Giró sobre sí mismo el joven destinado por los Dioses a crear uno de los mayores imperios de la historia hasta que, señalando al inmutable filósofo, exclama,
-“¿Sabéis qué os digo?”
Todos… hombres, mujeres y niños, contienen la respiración con angustia perniciosa. El silencio es total y absoluto, hasta que Alejandro, reconociendo la infinita inteligencia de aquel hombre, les dice a todos:
-“Si no fuera Alejandro… Sería de buena gana Diógenes.”
Así que nunca vuelvan por el mismo camino y no piensen mal porque la excepción a la regla son cinco días. Así dejó de ser un dolor para su memoria. No en vano, el macedonio no solo aceptó el desplante sin mosquearse, sino que le mostró su máxima admiración.
En este punto de fantasia esta historia, entre la realidad y el vacile como cuando te quieres despertar y no puedes pues el fantasma te anda acosando por lo bajo, es narrada por Plutarco en sus Vidas Paralelas. En cuanto a la vida de Diógenes de Sinope, flaco de escaso provecho, son innumerables las ingeniosas anécdotas. Yo, personalmente, lo disfrutó y aprendo muchísimo. Sin más, desde esta historia de un Instante, mi sincero y humilde homenaje. Cul de Sant Arnau.
2. MI PALABRA ES LA VERDAD
“El cinismo es la única forma bajo la cual las almas bajas rozan
eso que se llama sinceridad”
Friedrich Nietzsche
Como una vil putiseñal, llegado a Atenas como un desterrado, Diógenes con su habitual fatalismo, se adhirió a la secta de filosofía nueva de los Cínicos -que ni siquiera aparece en los libros de historia,- y se rebeló contra todos los valores de una sociedad corrupta de culo. Fue durante su vida una figura estrafalaria y amante de los gestos provocadoramente licenciosos, un representante único de la contracultura -que es un movimiento social que rechaza los valores, tendencias y formas sociales opuestas a las establecidas en una sociedad. Theodore Roszak, 1968,- de la antigua Grecia, que con total desvergüenza arremetía contra todos, desde reyes a simples esclavos. Vivió en Atenas y en Corinto, visitó Esparta, aunque era un hombre sin hogar, como muchos griegos de esa época. La sumisión a los reyes macedonios y los continuos reveses políticos habían hecho del destierro una suerte común para muchos que, como Diógenes, la sufrieron a lo largo de su existencia iyendo en línea recta. Cabría considerarlo como el primer apátrida que se autoproclamó con orgullo ciudadano del mundo y usó su ingenioso, pícaro y agudo humor para atentar contra el buen tono y contra esa sociedad farisaica incincurcisa que había hecho ricos a unos pocos a costa de la desgracia y la ruina de los muchos, lo cual suena bastante conocido por estos lares. ¿Captas? Vio la luz por primera vez en el enclave de Sínope la colonia jonia, en el 412 aC, una ciudad en la costa turca del mar Negro, que había sido fundada por Autólico, uno de los argonautas y compañero de Heracles más conocido en los círculos sociales de alcurnia como Hércules. Pronto empezó a demostrar que tenía una peculiar visión del mundo sin pensamiento maligno con delicioso estupor. Fue hijo del banquero Hicesias del BI en línea y, de madre frigia. En su juventud tuvo una existencia asusadamente feliz cuando padre e hijo fueron exiliados de Sínope por falsificar moneda porque no las podían lavar, algo que lejos de tomárselo como una afrenta, defendió con orgullo. Con el destierro por la acusación, se declaró ante los fiscales del MP y el Juez Primero de Lavado de Dinero y Delitos Conexos, que lo hizo para cumplir un mandato del oráculo de Delfos que le ordenó tácitamente invalidar la moneda en curso y, que sólo más tarde cuando la causa ya estaba hecha, comprendió el verdadero sentido de las palabras del Dios delfino, que era rechazar la falsa moneda de la sabiduría convencional, demostrando la superioridad de la naturaleza sobre la costumbre. Así de simple. Esta idea fue el santo grial de su actividad filosófica, y lo hizo mostrarse audaz y estar preparado ante cualquier embate del caprichoso azar. Hay que rechazar la falsa moneda de la sabiduría convencional, demostrando la superioridad de la naturaleza sobre la costumbre.
"El partido más noble, limpio y puro del mundo acabará metiendo la mano en la olla"
Arturo Pérez-Reverte
3. JERRY EL RATÓN
“Consulta el ojo de tu enemigo, pues es el primero que ve tus defectos”
Antístenes
Toro viejo no le muge a la luna por más enamorado que esté de ella y, como el diablo se le aparece a quien le teme porque de las tentaciones no se come, libre de puritanismo somatodor Diógenes a quien seguiría hasta las mismas bocas del infierno y pagando el boleto, aunque a veces esté rondando el brocal del pozo de la melancolía, recaló en Atenas, donde trató de seguir las enseñanzas del filósofo Antístenes, con sus maneras de jabalí amable, -el discípulo más antiguo de Sócrates que también era conocido como SinAlma,- y, que había fundado la escuela de los cínicos, así llamada por su insistencia en denunciar los vicios de la ciudad, ladrando contra ellos desde una tribuna. De paso kynikós significa canino o perruno en griego, aquí sería de chucho. Tanto empeño puso en seguir a Antístenes que cuando éste lo apartaba de su lado a bastonazo limpio hinchado como bolas de ganso, Diógenes le gritaba:
- “¡Golpea!, que no encontrarás palo lo bastante duro como para apartarme.”
Lo que decía a continuación no se puede publicar aquí.
Los cínicos renunciaban a los bienes materiales y los placeres sensuales
Aquí nomás somatando las teclas encuentro que el inmortal Diógenes, que tenía migas de pan en la barba para que pensaran que había comido, llevó esa actitud al extremo norte pues siempre caía de pié como los gatos, con los múltiples relatos que recogió Diógenes Laercio en sus Vidas de filósofos ilustres. Atenas se encontraba de fiesta y por todos los rincones se veían coloridos espectáculos, desfiles, suntuosas ceremonias en templos y mansiones, Diógenes, que gravitaba como gata en tejado caliente, permanecía acurrucado en una esquina como para echarse a dormir como buen chucho que era, algo dolido por verse marginado y fuera de la diversión. Pero entonces apareció un ratoncito como Jerry -y de ahí se lo fusiló William Hanna,- y vio cómo se comía con fruición las pocas migas que se habían caído del pan que había sido su cena. “¿De qué te quejas? -se dijo-- mira que este ratón se contenta simplemente con los restos de tu propia comida, mientras que tú, al contrario, te lamentas por no poder emborracharte con ésos allá abajo.” Entonces miró sobre la ciudad y, aunque no tenía casa, se reconfortó al pensar que la avenida por donde pasaban las procesiones la habían decorado los atenienses para que él viviera allí. Así, como un pobre que no buscaba ni bienes ni fortuna, se aposentó en el Ágora, centro de la vida política y comercial de la ciudad, para observar el bullicio urbano y las fútiles ocupaciones con las que los demás llenaban su existencia, aunque nada tenía que mojar en esa salsa. La gente abusiva de canasto le gritaba: -“¡Perro!”, a lo que él replicaba:
- “¡Perros sois todos vosotros que me rondáis cuando como!”
Como jamás le daban limosna, denunciaba que la gente ejercía la caridad con los pobres y tullidos, pero no con los filósofos, porque creían que se podía ser cojo o ciego, pero nunca dedicarse a pensar, sobre todo con una filosofía tan incómoda para la sociedad, con su falso puritanismo sexual y ortodoxia política y, ni siquiera se podía establecer de dónde militaba su virtud y buen seso, pues tenía más cuenta decir poco que saber mucho. Era como un soldado que gravitaba por un paisaje hostil.
Diógenes prefería criticar el mundo desde la pobreza antes que vivir
en una sociedad embrutecida por el dinero
Como que hubieran guardado coches en la misma cochiquera así fue como se acostumbró a usar en sus peregrinaciones por Grecia -nariz de las naciones y albañal de las monarquías,- cualquier lugar para casi cualquier cosa, ya fuera comer, dormir o soltar sus diatribas. El tonelón de vino que le sirvió de cubículo era toda una declaración de principios, pues el hombre había de volver a la naturaleza a través de una rigurosa contención para conquistar su propia libertad y lo mismo creo yo. Prefería criticar el mundo desde la pobreza antes que vivir en una sociedad embrutecida por el dinero, pues era como abrir una puerta para ver quién entra por ella, a costa de sudor por un plato de frijoles. Todo un esperpento surrealista.
4. EL DIRECCIONAL EXHIBICIONISTA
“Dije que una señora era absoluta,
y siendo más honesta que Lucrecia,
por rimar el cuarteto la hice puta.”
Don Francisco de Quevedo
Su modo mágico de vida le valió el desprecio de los otros filósofos, aunque esto no le preocupaba más que el retoño de una sandía. En efecto, Diógenes que siempre estaba en la cima de la cadena alimenticia y, que parecía un ave rapaz reseca con su calma serena siempre se negó a tomarse en serio los debates que causaban furor en su época, lo suyo era la práctica de unos pocos y sencillos principios éticos ante los cuales los grandes sistemas filosóficos resultaban inútiles. Un día pasó por la Academia y viendo que Platón el patarisca, les daba la definición de Sócrates -que era de los que se rascan la sarna,- y defendía ante sus alumnos que el hombre era un animal bípedo sin plumas, el bípedo inplume, por lo que había sido bastante elogiado, mi maestro Diógenes pescó un gallo por el pescuezo que andaba papaloteando comiendo hormigas, lo peló dejándolo desnudo bien desplumado y ante el asombro de todos los presentes lo echó en medio de la escuela al grito de,
- “¡Ahí va un hombre de Platón!. ¡Ja, te he traído un hombre!”
Hecho que le hizo hervir la bilis al de los platos grandes.
Y partió entre risas y doblándose sobre sí mismo.
Entre la sorpresa y risas de sus discípulos salió Platón respondiendo: "no te preocupes, le agregaremos algo a la definición" y gritó a Diógenes:
- "El hombre es el bípedo implume con uñas anchas."
Acto seguido Diógenes dejó de reír, dándose cuenta de que Platón también sabía responder a flor de piel.
De poco densas carnes morbidas hechas para no complacer a la concurrencia, en verdad, debía de parecer un loco a quienes lo veían en pleno verano revolcándose por la arena caliente y en invierno abrazado a las frías estatuas de mármol, cubiertas de nieve. Se pedorreaba con el mayor ruido posible en lugares concurridos, pues peerse es absolutamente natural porque hasta el Papa se tira pedos y no son santos, e incluso durante una de sus teatrales peroratas, -que no es otra cosa más que un discurso o razonamiento pesado sin sustancia,- orinaba como un chucho cualquiera y hasta se masturbaba en público para escándalo de los transeúntes, en un lugar donde proliferaban las enfermedades venéreas, llevadas por los españoles.
Escuchando a un discípulo de Zenón de Elea negar el movimiento, Diógenes se levantó y se puso a caminar y cuando un ateniense discurría sobre los meteoros y le dijo:
- ¿Hace cuánto tiempo que llegaste tú del cielo?"
Todo porque la intimidad tiene un precio caro, una cortesía elemental con irritación violenta como que fuera el 99 antes del 100 y los hacía sudar. Era una excentricidad peligrosa de herejía política, todo porque se consideraba el instinto sexual como una actividad austera para el Estado y el oído, además que al masturbarse les salían pelos en las manos a hombres y mujeres, aunque se había echado algunas para asestar el tiro. Unos toques de color en los lugares precisos. Pero en todas estas provocaciones había un serio trasfondo ético, limitar los deseos a las verdaderas necesidades que la naturaleza prescribe, pues es condición de los Dioses el no desear nada, ni siquiera los sacrificios con que se les rinde culto, comportamiento a imitar por quienes querían parecerse a ellos, aunque lo de los sexual no era cierto, si no pregúntenle a Zeus y a Hera y a muchos otros más que no se vaporizaban así nomás. Cuando la ciudad sufrió un asedio persa y todos empezaron a correr por las calles para prepararse, Diógenes que no era un perro amarrado en el patio, -y que no era hombre de muchos verbos, pero sí observador y sentencioso,- empezó a rodar su tonel de madera excontenedor de vino tinto espumoso de un lado a otro para no desentonar en medio de ese jaleo que veía inútil, pues era absurda tanta actividad y empeño en un momento en que las libertades democráticas eran un mero recuerdo, porque Arana había restringido las garantías constitucionales.
Naranjas y limones,
cantaban los niños por los rincones
y no es que sean huevones
sino que se los aparejan a chupones
De la pluma inédita del Zope
5. VIVIR Y MORIR SIN EQUIPAJE
¿Es la felicidad un mito o un verdadero mico?
Por lo más prosáico cuando terminó el recorrido de la adultez y se volvió viejo y arrugado como hoja de guayabo, con más boca que ojos, Áulico, uno de sus amigos le aconsejó que “relajara un poco los rigores” a los que se sometía, y le contestó:
- “Esto es como si en plena carrera y cuando estuviera a punto de alcanzar la meta, se me aconsejara que parase.” Así que no seas mulita, bueno, eso lo pensó pero no lo dijo por respeto a la mamá del muchacho, creo, pues un amigo infiel era como el plato de un criado de poco gusto tarifando por cuenta ajena y espero que eso ayude a moler el grano.
“Qué es nacer, sino entrar en agonía?
¿Qué es vivir, sino ser para la fosa?
Viene veloz y amarga nos acosa.
Alada llega y nada la desvía.”
Don Alberto Montaner
Murió, pues, con la misma limitación en que había vivido, como una lágrima en el lago de la desolación, en esa ciudad sombría, donde lo natural era acabar ahogado como perro, como parece revelar este ruego al barquero del infierno, Caronte, que le sirvió de epitafio:
- “Acoge, aunque lleves tu barca espantable de muertos cargada, al perro Diógenes. No tengo equipaje, sino una alcuza, la alforja, mi mísera capa y el óbolo con el que pagan los muertos su paso. Cuanto en la vida tenía, todo ello lo llevo conmigo al Infierno. Nada en el mundo he dejado.”
Sabía que trazaría líneas de vida y de muerte pues si hay espíritus que con su insolente orgullo desean ocultar las heridas de su roto corazón, Diógenes era todo lo contrario, su aparente insensatez era una máscara bajo la que se escondía un conocimiento certero de la naturaleza humana y, su polémico estilo de vida, una provocadora manera de denunciar los vicios de su época. Ahora hay que buscar con lupa y linterna a quien se tercie y, el fuego, el hierro y el tiempo todo lo destruyen, pues la ficción no es sino una faceta insospechada de la realidad. Y qué querían, el mundo es cruel y hasta sin galima. Que me queme en los infiernos si no y por si no hubiera mejor ocasión en el futuro o por si no hay futuro, acentuando la irrealidad de la escena como un hombre al límite de la fatiga.
6. EL GRAN AGITADOR DE CONCIENCIAS
Complejos pensamientos en breves sentencias que no están en los libros y,
que es la única ambición confesa
Dio cane. Esto tampoco es para levantarle el ánimo a nadie dado fue de los nombres más curiosos y lapidarios que jamás hayan existido y que ya no existirán en la historia del mundo, pues no está el paisaje para sutilezas. Revolucionario y provocador, amamantado con leche de daifa de sugerentes volúmenes, seco como cecina tirando a marrón, sufrido, de rodillas como pelotas resaltando sus flacas y corvas canillas, diestro de lengua temeraria, Diógenes con cosquilleo es uno de los más grandes personajes de la historia, cuyas correrías e historias han sido tales que han terminado por ocultar el movimiento del que formó parte, el cinismo majestuoso de caridad negra sin resuellos. Ya fuera de su tierra natal, veintiañero largo educado hasta los faroles, escueto y sufrido, recaló en Atenas, donde se sintió simpatía atractiva por un filósofo que también tendría el honor de pasar a la historia, Antístenes, primer discípulo de Sócrates al que le gustaba ponerse hasta el cimborrio y padre de la filosofía del cinismo. Según las explicaciones facilitadas el historiador Diógenes Laercio en sus Vidas, opiniones y sentencias de los filósofos más ilustres -por la que se saben la mayoría de historias de este protagonista de hoy-, Antístenes que tenía un ojo a la funerala, rechazó al joven una y otra vez, por fachudo, pero, ante su insistencia, terminó doblando la muñeca con mano de mica y lo recibió como discípulo. Lo que en ese momento no sabía es que sus enseñanzas acerca de una vida de austeridad y alejada de las normas sociales serían llevadas por su nuevo discípulo a los extremos infinitos inigualables como panfletos subversivos de atrocidades, que deberían ser sin hipocresías para que calasen en los espíritus, que era como encaramarse con la más fea del barrio y sus satélites. De esta manera, terminó siendo el cínico más famoso de la historia del universo y los multiversos conocidos y por conocer con su aire tranquilo y melancólico en la línea difusa que mezcla los sueños con el horizonte. Los cínicos valoraban la austeridad como una virtud y Diógenes quiso llevarla a su máxima expresión, a su máximo común múltiplo. Pues como me veas, te verás adobándolo con la mueca adecuada. No la pobreza por la pobreza, sino como ejemplo de independencia, pues no había nada más valioso que el hombre que podía vivir sólo con lo justo y necesario. ¡Palabra del Señor! ¡Te alabamos Señor! Ese fue el engranaje maestro del pensamiento de Diógenes, curioso y zumbón y la tomó al pie de la obra, como el dogo más bravo de la manada, por el vino que ví alzar compañero antiguo de mis zozobras que no se rebelan contra la ingratitud como humildes peones en el tablero. Mala sea vuestra hora. Como hogar se buscó un tonel de vino, vistió día y noche el mismo manto sucio y raído, caminaba descalzo tanto en invierno como en verano y como equipaje no tenía más que un báculo, un zurrón y un cuenco para comer, hasta que un día vio a un niño bebiendo directamente con las manos en un charco de agua shuca y tiró su cuenco, por ser un lujo innecesario, una muestra del tipo de personaje con el que nos jugamos las cartas en este día. Cagüen mi santo.
“Tiempo, lugar y ventura,
muchos hay que lo han tenido;
pero pocos han sabido
gozar de la coyuntura”
Copla castellana
7. YO SOY EL QUE SOY
“Un pensamiento original vale por mil citas insignificantes”
Diógenes
Aplausos de pié para él ya que de su cavidad bucal salía lo que licuaba su cerebro de batidora a altas revoluciones con el contador de la luz a cero, si se toma en cuenta que para él no había término medio ni medias tintas, blanco o negro sin gama de grises aunque lo quisieron encamisar a lo bestia en la canal maestra hasta la guarnición. Lo querían ganar para su causa, pero no se pudo, lo que habría costado un Vietnam, pues habían gastos bajo la mano en las libretas de ahorro de Banrural el amigo que te ayuda a crecer sin vitaminas si estás chaparro aunque estén ahogándose en su propia mierda. Todo aquello que no fuera necesario era superfluo, y todo lo superfluo un lastre para alcanzar la plenitud de la vida. Aquello que no era una necesidad vital lo abandonaba o erradicaba, en el caso de que fuera algo no material, como los sentimientos. Su audacia era inaudita. Su objetivo era más claro que el agua embotellada, deshacerse de todo deseo que degenerara en dependencia con la indiferencia de un funcionario, lo que sería todo un milagro de proporciones bíblicas. Pero la gracia está en que esa disciplina feroz consigo mismo no acababa en su propia persona, sino que desarrolló la voluntad de señalar esas faltas también en los demás, y eso es lo que lo convirtió en uno de los personajes más fascinantes, revolucionarios e irónicos de la antigua Grecia y eso nomás enfriando el tono. Veía en el mundo de su época un verdadero problema moral, pues la gente, en lugar de forjarse a sí misma y valorar su opinión propia respecto al bien y el mal, prefería actuar en función de qué era lo que los demás opinaban y cómo esas opiniones de terceros podían afectarles. Vivían de cara a la galería y, se pasaría el resto de su vida demostrándoles por qué eso era una estupidez. Sí, todo a la intemperie sin arrastrar balumba.
“El único medio de conservar el hombre su libertad
es estar dispuesto a morir por ella”
No hay cita porque no sé quién lo escribió
Esto lleva tiempo cociéndose en una historia llena de historias con las anécdotas de Diógenes, aterradoras como una ilusión sin esperanza, que es como toser y estornudar al mismo tiempo al ritmo de un tambor y, no tienen igual en el mundo. El único rival digno es el otro discípulo de Sócrates, Aristipo, padre de la hedonista filosofía cirenaica, y esto es así porque ciertas historias se cuentan tanto desde el punto de vista de uno como del otro, sin otra esperanza que morir respetados y de pié, sin ser arrogantes incluso en la derrota. Una de las costumbres que tenía Diógenes y que molestaban sobremanera a la sociedad griega de su época pasados los primeros pudores con escalofríos de incertidumbre, era su deseo satisfacerse manualmente en público imponiéndose manos en el viril, pues vivía a la luz del día sin esconderse de nadie abriendo a quemarropa brechas insólitas, pues ningún camino es malo excepto el que lleva a la horca, lo que resulta absolutamente natural, lo que no es un problema, sino un síntoma. Tal cual, un día, mientras hacía su trabajo manual en mitad del Ágora, donde proliferaban las enfermedades venéreas y, rodeado de gente, unos hombres de la estirpe de Pilatos que también habían echado gallinas en el mismo gallinero, le recriminaron vieniquá su actitud, a lo que él respondió sin flojera de ánimo y sin reparo alguno,
-“¡Ojalá fuera igualmente fácil quitarme el hambre con tan sólo frotarme la tripa!”
8. BUSCO UN HOMBRE
Y eso es algo que anda diciendo mi vecina en todos lados
“Estas acciones no son
hijas de la bizarría;
el morir no es valentía
sino desesperación”
Calderón de la Barca
Como iba más derecho que una vela, no veía nada malo en su actitud, lo que no es poca cosa y tampoco le encuentro reparo en cumplir con las necesidades fisiológicas junto al callejón de los suspiros. Algunos se lamentaban como dijo Angélica Alquézar, “me alegro de no haberlo matado antes,” que si Dios hubiera amanecido más temprano, ya te cuento. Más aún, se enorgullecía de no necesitar a nadie para calmar sus ansias corporales que atacan por lo bajo con el aroma familiar del peligro que hacen dar con los huevos en la ceniza, porque cuando se ha mordido un hueso, jamás lo soltarán. No se encamaba, en todo caso se entonelaba. Y que Dios o el Diablo provean. Era el campeón de la autarquía, seco de trato, hombre de cuajo y fiar en malos trances. Sonaba las palmas y todos bailaban a su ritmo. Aunque a veces se le cruzaba alguna daifa de caderas galanas para parir cuaches y la ponía de a perrito en cuatro patas y la montaba como chucho callejero en plena vía pública, para que las sabandijas aullaran al observarlo y a pesar de eso, se paraban lujuriosamente a verlo, aunque la apelación no hubiera dado en el blanco. Sí, usaba pajaritas que no eran precisamente corbatines y ajustando el temporizador. Lo tenían por un perro remendado cazador de jabalíes. Era un provocador nato, así que alguien tuvo el detalle de dejarle un candil junto a su tonel por la noche, para que pudiera ver en la oscuridad. Pero poco sabía de Diógenes, quien no tenía ningún interés en tener un solo trasto más de los necesarios, de manera que empezó a usarlo como instrumento aleccionador. Le dio por pasearse por las calles de Atenas en pleno mediodía candil en mano gritando,
-“¡BUSCO UN HOMBRE!”
Sí a uno justo como los que abundan por montones por esta sufrida patria, y en su ansia por incomodar, un día tomó la decisión de ponerse a buscar un hombre así en el teatro, intentando entrar cuando todos salían y, ante los reproches y las dudas que despertaba su manera de actuar, respondió con sangre fría de lobo viejo:
- “Así sentirán en su propia piel lo que es vivir de la manera que yo lo hago.”
Siempre a contracorriente tarde o temprano y, con palabras breves dichas en voz baja, donde se buscan con la mirada pasando lista reconociendo a los que todavía acuden, advirtiendo las ausencias que cada año son más numerosas, pues a la fuerza ahorcan por la puerca Madonna ya que todo es una carga sensorial. Este “Sócrates delirante,” como solía llamarlo Platón, se encontró un día con Aristipo el hedonista mientras Diógenes comía un plato de gachas, -que es un plato con granos de avena molidos, machacados, cortados o en forma de avena de harina con legumbres en agua, leche o una mezcla de ambas,- Aristipo, que tenía por costumbre lisonjear y vivir a costa de nobles y gobernantes, le preguntó con sorna si no sabía que sólo con adular un poco a ciertos prohombres de la polis podría dejar de comer gachas y le contestó,
- “Si tu comieras gachas, también podrías dejar de adular y mendigar”
Pues sí, si te paras enfrente con gorro de chef no es que quieras comida soft.
9. “QUIEN TIENE LA COCINA CERCA, TOMA LA SOPA CALIENTE”
Proverbio veneciano
“La mujer del carpintero está buscando ayudantes,
porque dice que su marido ya no clava como antes”
Aro, aro
Si estás en un gran aprieto corta el cable rojo, pues no solo los filósofos eran el blanco de sus ácidas frases, sino también el resto de los ciudadanos, pues esa era su forma estándar de trabajar. No eran trampas, sólo probabilidad. Así lo manifestó Juan Zenarruzabitia, “turcos de hembra son, o así de puta, como lo cuentas tú.” Un día fue invitado a casa de un hombre rico, que no paró de hacer referencia al lujo y la limpieza de su hogar. Ni corto no perezoso, Diógenes -como los hombres a los que se les ve la manufactura de Dios, sin afeites ni bellaquerías descarados de sangre fogosa salpimentada,- le estampó un escupida en plena cara y, como defensa, arguyó que era el único sitio sucio que había visto para hacerlo. Ni modo, no se puede molestar a un hombre con su temperamento alzado. Así como cuando asistió a un certamen de tiro con arco, en el que participaba un joven realmente malo que no conseguía atinar nunca al blanco. Diógenes decidió que lo mejor era sentarse junto al blanco, después de manifestar que le parecía que era el sitio más seguro. Porque a quien se muda Dios lo ayuda.
“Probablemente los asnos se rían de ti, pero no te importa.
Así, a mí no me importa que los hombres se rían de mí”
Diógenes
Pónganle un moño a esto pues como sabía leer la música de lejos, pues sabía donde retirarse si plegaban banderas, no perdía su ironía ni en los peores momentos. En cierto momento de su vida fue hecho prisionero para ser vendido como esclavo y, no era momento de entibiarse en nada ajeno a lo inmediato y, cuando sus captores del Cartel del Golfo le preguntaron qué era lo que sabía hacer y, pocas veces metía la cabeza en nada sin meditar cómo sacarla y así respondió,
-“Sé mandar. Mira a ver si alguien quiere comprar un amo.”
Como sería demasiado morder todo junto, esta es la historia considerada la más genial y famosa, que tengo que volver a contarles porque es peligroso vivir de la fe ajena echando la sopa frente al verdugo y, es la que le dedicó nada menos y nada más que al todopoderoso Alejandro Magno, cuando el emperador andaba colaseando por la ciudad con su séquito para buscar al no menos insuperable Diógenes, que descansaba tumbado en mitad de la calle metido en su tonel, que sabía que si se está dispuesto a entrar, es que ya se sabe cómo salir por mucho que gruñesen los que le perseguían. El emperador, conocedor de su fama y genio e intrigado por su curiosa visión de la vida, le ordenó que le pidiera aquello que más deseaba, que él lo haría realidad. La respuesta no tuvo desperdicio:
-El sol.
Ante el asombro de Alejandro, le matizó su respuesta:
-“Apártate, me tapas el sol.”
Todo sin inclinarse ante el todopoderoso.
Mientras que el séquito del emperador alusinaba y prorrumpía en insultos contra el filósofo, el joven pero inteligente rey de Macedonia, quien había sido discípulo de Aristóteles, quedó sumamente impresionado por la coherencia del errabundo personaje, pues dejaría dicho para la posteridad:
-“Si no fuera Alejandro, querría ser Diógenes.”
“¡Esta no es tu guerra!
AHORA LO ES”
Rambo
10. SABÍA DISTINGUIR UNA BERNARDINA DE UNA INSOLENCIA
“Cuando nací la enfermera salió corriendo y gritando,
está muerto tiene la tripa colgando”
Aro, aro
Pronunciando esto en cursiva en buena y blanda compañía pues como esclavo Diógenes -que no tenía cara bonita y nunca la tuvo, aunque su mamá le decía cututuy,- terminó moviéndose por el territorio incierto y hostil de la vida sin nostos, recalando en la ciudad de Corinto, donde todo zumbaría como una colmena porque fue comprado por el noble Xeníades, el cual conocía su fama sin abdicar de la reserva y sin dar golpe de mano que debe ser un trazo grueso. Por ello, tomó la decisión de comprarlo para que fuera el tutor de sus hijos, sin querer discutir si el Purgatoria se encuentra en estado sólido, líquido o gaseoso, pero dándole también la libertad que es como cambiar de caballos a media carrera. El sabio sabiamente aceptó la oferta y se puso manos al trabajo, obligando a los patojos a caminar tishudos como él, a vestir siempre la misma ropa, como él, a comer frugalmente, como él, a beber sólo agua, como él y a raparse el pelo, como él y, no lo maltrataban con sus odios y favores. Les enseñó a vivir fundamentalmente como auténticos cínicos. Ladraba verdades sin temor ni favoritismo. Pero no solo vigiló sus hábitos, también instruyó magníficamente sus mentes, haciéndoles aprender de memoria pasajes enteros de los más grandes sabios y poetas de la época, además de enseñarles a montar a caballo y a manejar el arco y las flechas. Y los jóvenes, pese a la rigidez de su maestro, no sólo no renegaron de él, sino que le tuvieron gran estima y respeto. Hasta que por fin acabaría de llevarse al agua al gato mojándose la oreja, pues la prueba es que nunca abandonó su hogar, hasta que alzó un extremo del velo, muriendo en la ciudad de Corinto en el 323 aC, con nada menos que 89 años entre los omóplatos oyendo la Villa Strangiato de Rush a todo volumen. Dedicó toda su vida al autocontrol y nadie puede negar que lo consiguió, a fin de cuentas, como él decía,
-“Todo puede conseguirse con esfuerzo, incluso la virtud.”
Que traducido al lenguaje de mi padre sería, todo cabe en un jarrito sabiéndolo acomodar
11. LE QUISIERON ENCARAMAR UN SÍNDROME QUE NO ES SUYO
“Si Cristo murió en la cruz con tres clavos solamente,
cómo no se ha muerto tu hermana que se la ha clavado tanta gente”
Aro, aro
Espérenme tantito en tanto le pongo algo al buche que ya demanda atención, bueno, mejor me quedo aquí comiendo galletas para perro pues pago el doble y, sin escribir elegantemente ya que me encanta la complicidad en un futuro sin presente, cuando el pasado quería ser suprimido en la mitología oficial -con la filarmónica al fondo interpretando Tumbling Dice,- en los grupos de resistencia y descontento que no han sido abolidos, así que al vino vino con pan pan, pues llama la atención que hoy, cuando se habla del marasmo psicológico malamente apodado como ”síndrome de Diógenes” -de lo cual no hay derecho,- es un trastorno que nada tiene que ver con su vida, pues el genio, -que era un rebelde del ombligo para abajo sin doble pensar,- no era un acumulador con periódicos frenesíes de patriotismo sincopado en una bolsa del pasado, con retazos de su ático en el tonel vinícola de la memoria con desesperada sensualidad invulnerable. Lo era para animar y abuchear de la forma más desconcertante. Esta alteración de la conducta se simboliza por la acumulación de forma apasionadamente impulsiva de todo tipo de materiales y trebejos, especialmente basura, chunches y cachivaches de manera que los que lo padecen suelen terminar viviendo de maneras infrahumanas e insalubres por acumulación de enseres, como se ha vivido por muchos años el pueblo aquí, acumulando políticos basura. No deja de tener su cachondeo chungo y antónimo que le den el nombre Diógenes de Sínope, un hombre que no acumulaba cosas, sino que despreciaba lo inservible. No tenía posesiones y defendía justamente lo contrario de este síndrome, despojarse de todo aquello que fuera innecesario para poder vivir la vida del modo más libre de ataduras posible y, mordía con la saña de una hiena y sin mirar ni de reojo las altanas. Prefiero culpar a los comunistas, así que no me toques mi camión.
“El movimiento se demuestra andando”
Diógenes
Y casi duele mirarte a la espalda con todo en orden dado que Diógenes de tuerca fija sin roldana con su perfil moteado, como si estudiara sus gestos de noche, vivió como un vagabundo en las calles de Atenas, convirtiendo la pobreza material extrema en una virtud, aunque movía los hilos como en una operación armas al hombro. Vivía en una tinaja o más bien en el ya citado tonel de vino en lugar de una casa, su frágil reducto llevando la esperanza en su petaca donde se sentía a salvo buscando algo diferente en el lugar equivocado y, de día caminaba por las calles con una lámpara encendida anunciando “busco hombres honestos.” Sus únicas pertenencias eran un manto -aquel trapo con lamparones que garantizaba su respetable rastro,- un zurrón, un báculo y un cuenco, hasta que un día vio que un niño bebía el agua que recogía con sus manos y se desprendió de él. El zurrón al caminar le golpeaba las rodillas y las hacía sonar como campanas. Ocasionalmente estuvo en Corinto danzando en la boca del infierno, donde continuó con la idea cínica de la autosuficiencia, una vida natural e independiente a los lujos de la sociedad. Para él, la virtud es el soberano bien. La virtud se revelaba a través de la acción y no de la teoría. Los honores y las riquezas son falsos bienes que hay que despreciar. Su principio consiste en renunciar por todas partes a lo convencional y oponer a ello su naturaleza. El sabio debe tender a liberarse de sus deseos y reducir al mínimo sus necesidades. Para almorzar afirmaba, si eres rico, cuando quieras, si eres pobre, cuando puedas. Eso aunque le hormigueaba el estómago. Con la misma ánima enseñó que la falta de sentido de “la vida civilizada” tanto en la acción como con la palabra, desterrando desde ideas hasta prácticas, como traer delicias de otras tierras pues se debía consumir productos locales para evitar el gasto de recursos y, el costo humano que acarrea la importación aziguambada tanto como la inmigración que es directamente proporcional al populismo. Y aunque viviera en la pobreza, insistía en que no todos debían hacerlo como él, pues sólo quería mostrar que la felicidad y la independencia eran posibles incluso en circunstancias apretadas y reducidas a su mínimo común múltiplo. Para que se entendiera que le daban limosna a los mendigos pero no a los filósofos, enseñó que lo hacían,
-"Porque la gente espera que se volverá coja o ciega, pero nunca que se convertirá en filósofa.
“Por donde rodaba su tonel no volvía crecer el monte,” sin escalofríos de miedo, tanto que como la cuaresma no es tiempo para tamales y, con los objetivos irreconciliables, los arqueólogos no han podido descubrir entre los escombros nada de su niñez excepto que era hijo de un banquero llamado Hicesias, pues como al tacuatzín se le conoce por la cola, ambos fueron desterrados por haber fabricado moneda falsa y, Diógenes se gloriaba de haber sido cómplice de su padre, pues también al cochino se le conoce por su jocéo y, este suceso prefiguró en cierto modo su vida filosófica y, estos hechos sí han sido corroborados por arqueólogos, pues se descubrieron en Sinope un gran número de monedas falsificadas acuñadas con un gran formón que se han datado en la mitad del sIV aC y, otras monedas de la época que llevan el nombre de Hicesias como el oficial que las acuñó. Así que sigue tu camino. No están claros los motivos por los que se falsificó la moneda, aunque Sinope estaba siendo disputada entre facciones propersas y progriegos en el siglo IV aC, donde habían más intereses políticos que financieros, pues el representante del dualismo es Smeagol. El perro viejo no puede desbloquear trucos nuevos y ya en su nueva residencia, su misión fue la de metafóricamente falsificar desfigurando la moneda de las costumbres, que era la falsa moneda de la moralidad. En vez de cuestionarse qué estaba mal realmente, la gente se preocupaba únicamente por lo que convencionalmente estaba mal, como el cuento de tío conejo. Esta distinción entre la naturaleza, physis y lo convencional, nomos es un tema principal de la filosofía griega y uno de los temas que trata Platón en La República, en concreto en la leyenda del Anillo de Giges. A Diógenes que le bastaba que vaciláse la serenidad del más fuerte, fue a Atenas con un esclavo llamado Manes, que lo abandonó, pero como novillo joven todo lo embiste, como el buen humorista que era afrontó su mala suerte diciendo,
- “Si Manes puede vivir sin Diógenes, ¿por qué Diógenes no va a poder sin Manes?”
CONTINUARÁ...