Otra historia real e inspiradora aquí en monorote.com, que se deleita si dejas un comentario
Esto inspiró esta historia:
https://www.youtube.com/watch?v=7wk3-3tjAPA&list=RD7wk3-3tjAPA&start_radio=1
Jóhann Jóhannsson – “Orphic Hymn” místico, solemne, perfecto en el monolito y la sombra
151125
LUCES QUE PROYECTAN MÁS DE UNA SOMBRA
Sombras en la oscuridad
QUISIERON VOLAR SOBRE EL FIN DEL MUNDO
Sus vidas terminaron convertida en mito polar
Un sueño que voló sobre el Ártico, el infierno blanco
No se pueden ignorar los rebuznos pues no es la brocha sino el que pinta, pues hace mucho rato que un fulano -en un lejano país,- al cual le nombraron Salomon August Andrée, SAA nacido un 18 de octubre de 1854 en la pequeña ciudad de Gränna, Suecia, muerto algún día de 1897 con sus bigotes de morsa bajo sus empurrados labios, naríz quebrada y picuda, el pelo color de tallo de trigo viejo, pómulos acusados, ojos almendrados, piel cetrina, mofletudo, fue uno de los últimos grandes románticos de la era de la exploración. Ingeniero, científico, inventor y aeronauta sueco, es recordado por su audaz y fatal intento de alcanzar el Polo Norte volando en globo -pues el diablo siempre mete la cola,- una misión que combinó idealismo científico, confianza excesiva en la tecnología y el espíritu heroico del siglo XIX. Fue un hijo de la era del progreso, pues creció en un momento de enorme fe en la ciencia, cuando el telégrafo unía continentes, la electricidad comenzaba a iluminar ciudades y, los globos aerostáticos se habían convertido en símbolo del futuro conquistando los aires. Para él, la exploración no era sólo aventura, era un deber nacional, pues Suecia, -sin grandes hazañas coloniales,- veía en el Ártico un escenario donde podía demostrar su excelencia científica. Meticuloso e ingenioso, trabajó como ingeniero en la Oficina de Patentes y pasó años perfeccionando experimentos meteorológicos y aerostáticos. Su visión lo cambió todo. En 1895 presentó su proyecto más ambicioso, alcanzar el Polo Norte viajando en un globo de hidrógeno, bautizado Örnen, “El Águila.”
Pues sí, el tigre no puede cambiar sus rayas.
SAA con solo diez años, construyó un globo impulsado por una cápsula fulminante
que funcionó perfectamente… por lo menos hasta que cayó
encima de la casa de unos vecinos y la quemó por completo.
El plan con mnemotecnia era elegante y temerario, dejar que los vientos árticos arrastraran el globo desde Svalbard hasta Alaska o Siberia, un viaje de varios días sobre un mar helado, sin posibilidad de control real. Creía, erróneamente, que podría dirigir el globo con unas largas cuerdas de arrastre como un sistema de “timón” experimental. Aun así, el proyecto recibió apoyo nacional, donaciones, prestigio científico y hasta el respaldo del rey Óscar II y el magnate inventor de la dinamita Alfred Nobel. SAA se convirtió en símbolo del progreso sueco.
La Academia de las Ciencias aprobó el proyecto con un presupuesto de 130 mil coronas,
-alrededor de 1 millón de dólares de hoy.-
El globo se fabricó en la compañía de Henri Lachambre en París
Mejor que algunos, no tan bueno como otros, pero sus vidas serán monedas bien gastadas.
Si los deseos fueran peces, habrían muchas redes en el mar.
El 11 de julio de 1897, SAA y sus dos compañeros, el ingeniero Knut Fraenkel de barba de candado frondosa y buen porte y, el fotógrafo Nils Strindberg, de pelo engominado pegado al cuero cabelludo con el camino casi al medio, el más alto de los tres, despegaron desde la isla de Danskøya en el archipiélago de Svalbard. No sabían del avispero con que se iban a topar. Cruzaron la línea de donde no hay retorno. El ascenso fue hermoso, triunfal… y catastrófico -como mal presagio tan negro como las plumas de un zopilote,- desde el primer minuto, al despegar, el globo no se elevaba lo suficiente y, tras tensos instantes en que casi rozó el agua, los tripulantes decidieron soltar lastre… mucho lastre. Deshacerse de más de 200 kilos de sacos de arena les sacó del aprieto, pero elevó el globo hasta los 700 metros, una altura para la que no estaban preparados. La pérdida de hidrógeno a partir de ese momento fue constante, y el sistema de cables que el propio SAA había diseñado para guiar la nave demostró ser completamente inútil a la hora de tomar rumbo. El Eagle, a solo unas horas de partir, ya se había convertido en una simple bolsa de aire movida por los vientos. Renqueante, perdiendo hidrógeno y sin posibilidad de ser dirigida, la aeronave estuvo subiendo y bajando sin control durante dos días, hasta que finalmente se posó herida de muerte en mitad de la nada. La góndola había perdido dos de sus tres cuerdas deslizantes de dirección, diseñadas para rozar el hielo y funcionar como timón, no sólo había hidrógeno, sino altura, diez horas después del despegue y, fue atrapado por una tormenta. Las ráfagas de viento arrancaban quejidos agudos al ambiente, llenos de sombras y ecos. Los fuertes vientos continuaron y, combinados con la lluvia que formaba hielo en el globo, dificultaron aún más el vuelo, la humedad helada lo volvió ingobernable y quedaron a merced del viento con efecto Coriolis, con ráfagas de viento que arrancan gemidos agudos en el hielo lleno de sombras con ecos y comenzaron un lento descenso forzoso. El enemigo al que no se le ve es siempre el más peligroso, aunque mantenían los dedos lejos de la jaula.
El momento de la revelación fue un shock.
El camino directo permite entrar, pero no salir, pues la balanza tiene dos platos.
La expedición ya hacía aguas mucho antes de partir
Se encontraron sólo dos mensajes en boya. El primero fue lanzado el 11 de julio, pocas horas después del despegue, que decía: “Nuestro viaje va bien hasta ahora. Navegamos a una altitud de 250 metros, primero a N 10º al este pero luego a N 45º al este. Clima placentero. Espíritus en alto.”
El segundo mensaje encontrado fue lanzado una hora más tarde y es una actualización de su ubicación y la información de altitud, ahora a 600 metros. En cuanto al sistema con las palomas, de las cuatro que se cree que SAA envió, tan sólo una fue cazada por un barco noruego cuando la paloma se posó. El mensaje databa del 13 de julio y decía: “Este a 10º Sur, cerrando. Todo bien a bordo. Este es el tercer mensaje enviado por una paloma. Andrée.”
La expedición contaba con dos medios de comunicación,
las boyas de corcho y las palomas mensajeras
Tras dos días y medio en el aire, el globo cayó sobre el hielo rasgándose el pantalón y con fuerte escozor en el culo. Así tuvieron que comenzar un viaje agotador a pie arrastrando trineos sobre un infierno blanco donde la desolación se puede tocar con las manos, mirando bajorrelieves entre las sombras.
A pesar de que la expedición estaba bien equipada con rifles, trineos, esquís, calzado para la nieve e incluso un pequeño bote, la dura realidad les demostró que casi nada de este aprovisionamiento era el adecuado para moverse en el hielo, por el peso excesivo, pues ellos mismo serían los perros de tiro y lo harían como gallinas asustadas.
“Es un terreno infernal. Profundos desniveles se alzan entre enormes paredes de hielo”
Diario de SAA
Hielo afilado en todos sus ángulos.
La expedición estaba bien equipada pues llevaban tres trineos y un bote, contaban con provisiones, como alimentos y medicinas, suficientes para tres meses. Además, tenían tres almacenes de provisiones preabastecidos en el norte de Svalbard -archipiélago noruego,- y uno en la Tierra de Francisco José, -que es un archipiélago de Rusia en el Glacial Ártico,- a donde intentaron llegar hacia el este, aunque después de una semana, tuvieron que desviarse hacia el oeste debido a las corrientes que desplazaban el hielo. Cambiaron de rumbo hacia el norte de Svalbard. El movimiento se vio limitado por el hielo a la deriva y por la superficie escarpada del hielo, pues ellos mismos tenían que tirar de los trineos y, a pesar de las buenas reservas de comida, complementadas con la caza de osos polares y focas, los esfuerzos contra el hielo irregular y en movimiento los agotaron muy pronto.
La comida estaba condimentada con miedo.
"El Polo Norte es el punto más septentrional de la Tierra,
donde todas las direcciones apuntan al sur"
Cruel como el viento invernal, cargaron los trineos con 600 kilos de provisiones, -con el hielo sonando como susurros burlones con voz aguda y musical en cada movimiento,- herramientas y comida, excedieron por mucho la carga que podían soportar a cuestas y jalones, al llevar un montón objetos inservibles, entre los que se encontraban botellas de champán y de Oporto. Un peso excesivo que acabó por romperles los lomos y que les dejaba agotados. Caminando hacia la tragedia los tres arrastraron los pesados trineos, lucharon contra el frío extremo, la fatiga y la incertidumbre. Después de las primeras dos semanas, se vieron obligados a abandonar la mayor parte de la comida e instrumental innecesario, y su principal sustento fueron focas y osos polares que cazaban con los rifles, bebiendo niebla. Tomaron decisiones dudosas, cambiaron de rumbo varias veces, y el deshielo estival complicó cada paso. Con una dulce tristeza habían recorrido 475 km y se encontraba atrapado en el hielo a la deriva.
Se estima que para el 2050 los osos polares estarán extintos por completo.
A mediados de septiembre de 1897, y cuando se cumplían dos meses desde su salida de Svalbard, las temperaturas bajaron rápidamente y decidieron construir un refugio. Allí, en su improvisado cubículo de nieve y flotando a la deriva en la banquisa polar, la plataforma en la que se asentaba el precario campamento los desplazó durante semanas hacia el sur, hasta colisionar violentamente contra una pared de hielo junto a la isla de Kvitøya, Isla Blanca, al este de Svalbard una franja de roca y hielo perdida en el océano ártico, eso a principios de octubre. El choque de banquisas dejó destrozado su refugio y les obligó a desplazarse hacia la isla, lugar en el que finalmente se perdieron en la historia para siempre en los días que no existieron.
Un sueño demorado.
Los vivos deberían reír, porque los muertos ya no pueden.
"Allí, donde el eje de la Tierra se cruza con la superficie, el frío es tan intenso que la vida parece desafiar toda lógica"
Allí, solos, enfermos y sin posibilidad de rescate, trascendieron a una eterna vida helada con las lápidas pegadas al cuero. Las causas exactas aún se debaten, triquinosis, hipotermia, agotamiento, intoxicación por alimentos mal preservados. Quizá una mezcla de todo. Allí perecieron, probablemente en las dos semanas siguientes a su llegada. La mayoría de los historiadores coinciden en que Nils Strindberg, NS murió una semana después, fue enterrado bajo un pequeño montículo de rocas, mientras que los cuerpos de los otros dos hombres fueron encontrados posteriormente en la tienda.
Las notas del diario de la expedición indican que sufrieron problemas digestivos, enfermedades y agotamiento durante su travesía. La causa final de la muerte del grupo podría estar relacionada con la caza y el consumo de oso polar poco cocinado, que portaba triquinela. Al llegar a la Isla Blanca, sufrían diarrea biliosa cruzada recurrente. Cometieron muchos errores cruciales y, perecieron por diversas causas. El diario que podría eventualmente resolver tantas dudas, cuando fue encontrado estaba mohoso, medio destruído por la humedad y, no es sino hasta época reciente que con métodos modernos se está tratando de reconstruirlo para darlo a conocer al mundo a cargo de Bea Uusma experta en esos menesteres.
https://www.youtube.com/watch?v=Z7ynnRnQHLw&list=RDZ7ynnRnQHLw&start_radio=1
Sigur Rós Untitled #3 (Samskeyti)
Treinta y tres años después, en las labores de búsqueda de focas, alguien divisó los restos esqueléticos de un humano adulto que yacía sobre una roca parcialmente cubierta de nieve. Su cráneo había desaparecido y su torso había sido roído completamente, posiblemente por osos polares. Un pequeño monograma en el interior de la ropa indicó que se trataba de SAA y a su lado se apreciaba la culata de un rifle enterrado bajo el hielo. Unos metros más al norte de donde se encontraba el cuerpo descubrieron otro esqueleto, que había sido colocado en un pequeño hoyo y cubierto de piedras. En el interior de su ropa y un anillo lo identificaba como Nils Strindberg.
“Durante una travesía por el Ártico, se desarrollan fuertes lazos de amistad y compañerismo que los ayudan a sobrellevar las dificultades y los momentos difíciles”
Nunca des la espalda a una puerta, pues durante décadas, la expedición fue un misterio romántico. No se supo nada hasta 1930, después de 33 años desde el día de su partida, cuando los tripulantes de un buque noruego a la caza de focas encontraron sus esqueletos helados, un diario escrito con una mezcla de esperanza y desesperación y, las fotografías de Strindberg perfectamente conservadas en negativos congelados. Esas imágenes -hombres diminutos frente al infinito ártico, tiendas maltratadas por la nieve, rostros fatigados,- se volvieron iconos de la exploración.
Como sea es una historia que sigue fascinando en libros, documentales, estudios científicos y novelas que han revivido la expedición. El relato más famoso quizá es El vuelo del Águila (Ingenjör Andrées luftfärd) de Per Olof Sundman. Y aún hoy, SAA simboliza algo profundo, la voluntad humana de ir más allá, aunque el precio sea demasiado alto.
“Fui ingenuo, pensé que si mostraba la belleza del Ártico y la de los osos polares, le importaría tanto que se pondrían de pie e intentarían cambiar la situación”
Lewis Gordon Pugh
En la segunda mitad del siglo XIX, cuando el mundo aún tenía rincones en blanco y los mapas eran promesas por escribir, Suecia soñó con un héroe. No con un conquistador, ni con un general, sino con un científico y ahí estaba Salomon August Andrée, SAA, ingeniero, científico, inventor, astrónomo aficionado, aeronauta, amante del cielo, que creía que la voluntad podía doblar al viento. En tanto Europa celebraba el triunfo de la electricidad y la mecanización, SAA miró hacia el norte absoluto, hacia esa corona blanca donde ningún hombre había puesto pie. Y allí, en el corazón helado del planeta, vio la última frontera, pero no quería cruzarla caminando, ni con barcos, ni con trineos. Quería volar. El sueño era un globo de hidrógeno, frágil como el orgullo humano, que sería el héroe silencioso de la expedición, bautizado Örnen, el Águila, que debía elevar a tres hombres por encima del caos del hielo, llevarlos suspendidos entre nubes hasta el mismísimo Polo Norte y, con suerte, dejarse caer sobre Alaska o Siberia. Suecia entera abrazó el sueño, nobles, científicos, el Rey. El Águila no era solo un globo, era una declaración nacional de grandeza.
“Para los humanos el Ártico es extremadamente inhóspito, pero sus condiciones son las que los osos polares necesitan para sobrevivir.
Si se elimina el hielo y la nieve, o aumenta la temperatura,
el entorno que les permite vivir se desvanece”
Sylvia Earle
Por fin, lo esperado sucedió, pues un 11 de julio de 1897, en la remota Danskøya, el globo se elevó sobre el mar gris de Svalbard y los tres saludaron desde el aire con entusiasmo y frío en los huesos. La multitud en tierra -periodistas, marineros, exploradores rivales y bocabiertas,- contuvo el aliento. Durante un instante, parecieron invencibles. Luego, el cielo decidió recordarle a SAA una verdad antigua, ningún hombre gobierna el Ártico. Cualquiera que lo haga verá alrededor las consecuencias de la sed de conquista y el dolor. Las cuerdas de dirección se soltaron. El viento tomó el mando. El globo empezó a perder hidrógeno como un sueño que se desinfla. Lo que debía ser un viaje de días se convirtió en un descenso inevitable hacia el infierno blanco a las llanuras funerarias en las vastas extensiones donde no hay vida reconocible. El Águila cayó sobre la banquisa después de dos días y medio. No hubo muerte inmediata, pero sí condena, una travesía a pie sobre un océano congelado que cambia, cruje, se abre y se cierra como un monstruo vivo, donde las grietas entonan cánticos fúnebres y las ráfagas sollozan quejumbrosas. El hielo los recibió sin piedad. El viento los nombró intrusos. La soledad les clavó sus dientes invisibles. La noche los acaricio con dedos gélidos. Arrastraron trineos pesados, se perdieron entre bloques colosales, esquivaron grietas que bien podrían tragarse el mundo. Cada paso era una apuesta con la muerte. Aun así, siguieron. Con valentía, con terquedad, con un extraño brillo de esperanza.
Corrían para que no los alcanzara su miedo.
“Algo sucede, pero nadie sabe qué. Es como un misterio de asesinato médico”
Bea Uusma
Como soñador que quiso volar sobre el Ártico, SAA fue uno de los últimos grandes románticos de la era de la exploración, recordado por su audaz y fatal intento de alcanzar el Polo Norte en globo, una misión que combinó idealismo científico, confianza excesiva en la tecnología, muchas agallas y espíritu heroico. Como hijo del progreso creció en un momento de enorme fe en la ciencia. El telégrafo unía continentes, la electricidad comenzaba a iluminar ciudades, y los globos aerostáticos se habían convertido en símbolo del futuro. Para él la exploración no era sólo aventura, era un deber nacional. Suecia, sin grandes hazañas coloniales, veía en el Ártico un escenario donde podía demostrar su excelencia científica. Meticuloso e ingenioso, trabajó como ingeniero en la Oficina de Patentes y pasó años perfeccionando experimentos meteorológicos y aerostáticos.
Con la visión que lo cambió todo, en 1895 presentó su proyecto más ambicioso, alcanzar el Polo Norte viajando en un globo de hidrógeno bautizado. El plan era elegante y temerario, dejar que los vientos árticos arrastraran el globo desde Svalbard hasta Alaska o Siberia, un viaje de varios días sobre un mar helado, sin posibilidad de control real. Creía, erróneamente, que podría dirigir el globo con unas largas cuerdas de arrastre como sistema de “timón” experimental. Aun así, el proyecto recibió apoyo nacional, donaciones, prestigio científico y hasta el respaldo del rey Óscar II. SAA se convirtió en símbolo del progreso sueco.
Levantó la vista hacia el norte absoluto, hacia esa pizca blanca donde ningún hombre había posado sus pies. Y allí, en el corazón helado del planeta, vio la última frontera, pero él no quería cruzarla caminando, ni con barcos, ni con trineos. Quería volar. El sueño fue un globo de hidrógeno, frágil como el orgullo humano, que sería el héroe silencioso de la expedición, que debía elevar a tres hombres por encima del caos del crujiente hielo, llevarlos suspendidos entre nubes hasta el mismísimo Polo Norte y, con suerte, dejarse caer sobre Alaska o Siberia. El Águila no era solo un globo, era una declaración nacional de grandeza y esperanza.
Por fin el globo se elevó sobre el mar gris de Svalbard, saludaron desde la canasta en el aire, con entusiasmo dentro del pecho y frío en los huesos. La multitud en tierra, periodistas, marineros, exploradores rivales, contuvo el aliento. Durante un instante, parecieron invencibles. Luego, el cielo decidió recordarle a SAA una verdad antigua, ningún hombre gobierna el Ártico. Las cuerdas de dirección se soltaron, el viento tomó el mando. El globo empezó a perder hidrógeno como un sueño que se desinfla. Lo que debía ser un viaje de dos días se convirtió en un descenso inevitable hacia el infierno blanco. Luchando sobre el hielo el Águila cayó sobre la banquisa después de dos días y medio. No hubo muerte inmediata, pero sí condena, una travesía a pie sobre un océano congelado que cambia, cruje, se abre y se cierra como un monstruo vivo. El hielo los recibió sin piedad y los nombró intrusos. La soledad les clavó dientes invisibles. Arrastraron trineos pesados, se perdieron entre bloques colosales, esquivaron grietas que bien pudieran tragarse el mundo. Lucharon contra el frío extremo, la fatiga y la incertidumbre. Cada paso era una apuesta con la muerte. Aun así, siguieron. Con valentía, con terquedad, con un extraño brillo de esperanza. Tomaron decisiones dudosas, cambiaron de rumbo varias veces, y el deshielo estival complicó cada paso. Finalmente en octubre de 1897, fueron arrojados por el hielo en movimiento a la isla de Kvitøya, una franja de roca y hielo perdida en el borde del océano Ártico. La isla final.
“Cualquier camino que se sigue con exactitud hasta el fin,
conduce con la misma exactitud a ninguna parte”
Princesa Irulan
El viento cortaba como hojas afiladas y aullaba como loba buscando sus cachorros, los golpeaba con tanta fuerza que no podían hacer más que acurrucarse con el aliento que se condensaba. Cualquier agujero al abrigo del viento gélido sería un refugio probable, así que instalaron un campamento precario. Escribieron en sus diarios con trazos temblorosos. Esperaron un milagro que jamás llegó. Con las caras cenicientas querían un final digno de una canción. El lazo que tenían en el cuello no era precisamente de lana. Allí, en la frontera del silencio eterno, los tres se extinguieron, no se sabe en qué orden. Nadie sabe si se despidieron. Solo quedó el hielo que atrapa los secretos. Allí, solos, enfermos y sin posibilidad de rescate, murieron. Las causas exactas aún se debaten, triquinosis, hipotermia, agotamiento, intoxicación por alimentos mal preservados. Quizá una mezcla de todo.
Durante décadas, la expedición fue un misterio romántico, hasta que treinta y tres años después, en 1930, una expedición noruega dedicada a la cacería de focas, encontró lo que quedaba de ellos, los cuerpos, los diarios… y las fotografías de Nils Strindberg, perfectamente conservadas por el frío en los negativos congelados. Esas imágenes -hombres diminutos frente al infinito ártico, tiendas maltratadas por el viento y la nieve, rostros fatigados,- se volvieron iconos de la exploración. Las imágenes mostraron no a tres locos, sino a tres héroes atrapados en su propio sueño. No lograron conquistar el Polo, pero conquistaron algo más extraño, más profundo, el lugar donde la ciencia se encuentra con la tragedia, donde la audacia se mezcla con la belleza, donde el ser humano toca su límite y aún así decide avanzar.
La figura de SAA divide opiniones. Para algunos, fue un héroe visionario con espíritu indomable y, para otros, un idealista irresponsable que subestimó los riesgos. Lo cierto es que su historia encarna el choque entre la fe ciega en la tecnología y la fuerza indomable de la naturaleza.
“Las estrellas son espíritus de los valientes muertos”
Creencia dothraki
Sólo una parte del contenido del diario de SAA encontrado era apenas legible, el que abarca El Vuelo Inicial que describe el despegue y las dificultades iniciales, la pérdida de control direccional debido a problemas con las cuerdas de arrastre. El Aterrizaje Forzoso, que narra cómo, tras sólo dos días en el aire, se vieron obligados hielizar debido a la acumulación de agua congelada en cubitos en el globo, que afectaba su flotabilidad. La Marcha Agonizante, el resto del diario detalla el arduo y desesperado viaje a pie a través del hielo Ártico, intentando llegar a tierra firme. Describe las penurias, el frío extremo, la fatiga y la lucha constante por la supervivencia. Observaciones y Desesperanza, con anotaciones sobre la vida diaria, el clima, la fauna con osos polares y focas y, el deterioro de su salud y sus esperanzas. Las últimas entradas reflejan una creciente desesperación y debilidad. Las Últimas Entradas, las notas finales, que se encontraron en un estado relativamente mal conservado, terminan abruptamente en octubre de 1897, poco antes de la muerte de los tres en la isla de Kvitøya la Isla Blanca, en una inmovilidad catatónica.
“Mueren allí, en la isla, a pesar de tener los recursos para sobrevivir”
Bea Uusma, doctora
Autora del libro ganador del premio August,
La expedición: una historia de amor: resolviendo el misterio de una tragedia polar
La voz del Ártico, dice no hay caminos aquí, nunca los hubo y quien entra en mi reino no busca dirección, busca destino. Y pocos aceptan lo que encuentran. He visto barcos romperse como cáscaras de nuez. He visto trineos convertirse en ataúdes. He visto reyes llorar de impotencia ante mi silencio. Pero jamás olvidaré a los tres que llegaron volando. Ellos no vinieron a conquistarme. Vinieron a desafiar lo imposible. Y yo, que no tengo corazón, guardé el suyo por treinta años.
En Estocolmo, invierno de 1895, la nieve golpea los ventanales de la Real Academia de Ciencias. Andrée se inclina sobre su mapa del Ártico, los ojos encendidos. La ciudad humea bajo un cielo de acero. En la Real Oficina de Patentes, un hombre trabaja alumbrado por gas.
SAA, -Los trineos son lentos. Los barcos, inconstantes. El aire, en cambio… el aire siempre sigue su curso. Si comprendemos los vientos, podemos conquistar el norte.
Strindberg, sonriendo mientras ajusta su cámara -¿Conquistar? ¿O cortejarlo?
Fraenkel, práctico y escéptico, -si los vientos son tan nobles como dices, ¿por qué todos los demás han fracasado?
SAA alzando la mirada, casi ofendido, -porque no tenían un globo como El Águila. Porque no tenían fe. Su voz hace eco. El sueño empieza a tomar forma.
Su mesa es un caos ordenado con brújulas desmontadas, valvulería, bocetos de globos y un mapa del Ártico clavado con alfileres. Nils Strindberg, NS, cargando su cámara fotográfica -traigo las placas que me pidió, ingeniero. ¿Ha pensado en mi propuesta? ¿La de acompañarlo volando al Polo Norte?
-He pensado que está usted completamente loco.
-Entonces estoy dentro. Lo observa con una mezcla de gratitud y alivio. Aún falta un hombre, alguien más fuerte, más resistente, más acostumbrado a la adversidad. -¿Busca a alguien dispuesto a romperse la espalda en nombre de la ciencia? -dice Knut Fraenkel, KF, alto, robusto, exremero. Me dijeron que usted paga poco pero promete gloria.
-Prometo verdad. Nada más. Eso es más que suficiente. No lo saben, pero acaban de sellar su destino.
En el verano de 1896 en la isla de Danskøya, en Svalbard, un enorme globo de hidrógeno es alimentado por tubos metálicos que hierven como serpientes calientes, es el Örnen, El Águila, que levanta lentamente su piel de seda barnizada con alma de gas. Es hermoso. Es peligroso. Es necesario. El equipo trabaja hasta el agotamiento. Instalan cuerdas de arrastre que permitirán dirigir el globo. Los técnicos noruegos no son tan optimistas. Uno de ellos, un marino curtido, se acerca y murmura, -ingeniero… estas cuerdas no resistirán el viento. El Ártico las arrancará como si fueran hilo de coser.
-Mi diseño está calculado.
-El Ártico no respeta cálculos.
Pero el sueño ya es demasiado grande para detenerlo. Ese año, el clima empeora. Los vientos no se alínean. El hidrógeno escapa. El Águila no vuela. Golpeado por la desilusión, promete volver al año siguiente. Y vuelve.
En un día gris de un 11 de julio de 1897, pero sin tempestades, por fin, un día que parece tolerante. La plataforma tiembla con el viento, el globo se infla como un sol pálido, mirando hacia arriba, maravillado, es más grande de lo que imaginaban…o más hambriento. Hoy Suecia volará. Más de cien hombres se reúnen en la plataforma. El globo, enorme y tenso como un pulmón de luz, tira hacia el cielo. Revisan cada nudo con manos temblorosas. Nunca se ha visto nada igual. Ni lo verán dos veces. El Rey de Suecia ha enviado su bendición. La prensa está presente. La nación entera contiene la respiración. Sueltan las cuerdas. Se libera el último amarre. El globo asciende con majestad. La multitud aplaude, miran a tres frente al infinito. Agitan pañuelos. El globo asciende. -¡Estamos flotando! ¡Por Dios, estamos realmente flotando! Les dije que el cielo nos aceptaría. Pero entonces, ¡ZAZ! un tirón. Un chasquido. Otro. Luego más. Un golpe seco. Las cuerdas de dirección se desprenden una tras otra. Gritan -¡las putas cuerdas! ¡Se sueltan todas! serpenteando en el aire como látigos rotos. -No… no es posible… El globo gira y sube a merced del viento. No… no puede ser…El Águila empieza a girar, errática, sin control. Un periodista en tierra grita, -¡NO PUEDEN DIRIGIRLO! ¡NO TIENEN GOBIERNO! Pero ya están demasiado alto para escucharlo. El viento toma posesión del globo y desaparece entre nubes.
Primer día de vuelo, cielo hostil en un silencio tan vasto que ahoga, sólo queda confiar. Pero el globo pierde altitud poco a poco, lentamente, pues el hidrógeno se fuga por microfisuras invisibles y la humedad congela la seda del globo, añadiendo mucho peso peso, más de lo podía soportar. NS toma fotos con manos que ya tiemblan. -Si salimos vivos de esto, estas imágenes recorrerán el mundo. Y si no salimos, recorrerán el mundo igual.
Aligeran el peso soltando lastre.
“El globo se comporta de manera inesperada.
Pero nuestra moral sigue alta. Seguimos soñando con el Polo”
Diario de SAA
Cada hora que pasa están más lejos del sueño. Al segundo día la cesta cruje, una sacudida brutal los despierta. El globo exhala gas como un animal herido. ¡Desciende y desciende! baja en picada, tienen que prepararse. No pensaron que tocarían hielo tan pronto. Las sombras blancas del Ártico se elevan hacia ellos. El Águila cae de culo sobre el hielo y se raspa las nalgas con gran escozor y con crujidos al ir rebotando golpeando contra la banquisa. Prometieron llegar al Polo…aunque aún pueden caminar hacia él. El Águila agoniza como morsa desinflada, da sus últimas patadas y muere sobre el hielo.
Como caminantes del hielo, semanas después la blancura infinita los sigue rodeando, exhaustos y que jamás pensaron que el silencio doliera… Este es un lugar sin voz. Tirando de los trineos medio congelados, claro que la tiene. Sólo que no habla nuestro idioma. Consultando la brújula, deben cambiar de rumbo otra vez. Las corrientes los llevan hacia el este. -¿Cuántas veces van ya? -Varias y las que hagan falta. Creen que alguien leerá sus diarios. No para juzgarlos… sino para recordar por qué lo intentaron. El viento del norte había decaído por unas horas, como si el propio Ártico contuviera la respiración. La quietud era más alarmante que cualquier tempestad. Aquí el tiempo dejó de existir desde que tocaron ese infierno blanco. Si el sol se queda arriba y no baja nunca. Por lo menos que sus piernas sepan cuándo moverse. El horizonte era un desierto infinito de dunas heladas, fracturas, aristas como cuchillos. Una claridad lechosa bañaba todo, sin sombras. Sólo el crujido del hielo debajo de sus botas les recordaba que había algo -aunque cruel- bajo ellos. La tinta para escribir parecía más pesada en el frío, como si dudara en cada trazo. Esa es la voz infinita del hielo.
“14 de agosto. El hielo se abre. Volamos por unas horas, caminamos por días. Somos arrastrados por fuerzas que no controlamos. Pero seguimos”
Diario de SAA
Avanzaron hacia el oeste donde el hielo parecía más compacto para ganar unos kilómetros antes de que se quiebre. ¿Y si este rumbo también los devora? No saben si avanzan o retroceden. Este laberinto cambia de forma cada momento, cada día. No sobrevivirán si le temen al hielo. Cada grieta que se abre puede cerrarse. Y cada paso que den es un paso menos hacia la nada. La marcha continuó. Arrastraban sus sueños y los trineos como bestias cansadas. Duro, lento, absurdo. El hielo rugía. A veces parecía cantar. O advertir. Horas después se quedaron inmóviles. Un murmullo por debajo del viento. Un gemido. Luego un ¡CRACK! La superficie bajo sus pies vibró. Retrocedieron. Demasiado tarde. Una línea negra se abrió ante ellos como una boca de serpiente hambrienta. Un trineo cayó dentro, hundiéndose en un agua negra y mortal que se lo tragó con hambre depredador. El crujido se multiplicó. La grieta se extendió como un trueno horizontal. El hielo se partía detrás de ellos mientras corrían, como si una criatura gigantesca abriera sus fauces. Lograron alcanzar una zona estable. Exhaustos, cayeron de rodillas, jadeando en la nieve. El hielo siempre se mueve, como si alguien debajo golpeara para salir. El Ártico escuchaba. Y respondía. Continuaron avanzando hasta que la fatiga les dobló el cuerpo. Al caer la pseudonoche -esa penumbra que apenas oscurecía el aire- se refugiaron en la tienda levantada tan de prisa como pudieron.
La humanidad siempre ha avanzado porque alguien decidió caminar hacia lo prohibido. ¿Qué fuimos? ¿Qué somos? Exploradores, sí, voces de un tiempo en el que aún se creía que todo podía conocerse. Incluso esto. No caerán. No todavía. Lo escribió como promesa, “Mientras podamos escribir, seguimos vivos.” El viento golpeó la tienda. El hielo crujió lejos, como un recuerdo del peligro dormido. Silencio largo. Sólo el latido del Ártico. Fuera, la noche falsa avanzaba. El hielo, vivo y lleno de voces, esperaba. Y tres hombres, pequeños ante la inmensidad, escribían su destino paso a paso sobre el desierto blanco.
https://www.youtube.com/watch?v=InyT9Gyoz_o&list=RDInyT9Gyoz_o&start_radio=1
Max Richter – “The Nature of Daylight” en el último aliento de los exploradores
Con alquimia acústica, en octubre de 1897 la tormenta rugía como animal antiguo. En la tienda, apenas iluminada por una lámpara agonizante, descansan. ¿Todavía creen que fue buena idea? No saben si fue buena, pero es la de ellos. Si llegan a casa, deben publicar estas fotos. Si no llegan…que alguien más las publique. Afuera, el Ártico los envuelve en un silencio que ya no da miedo sino pánico. Saben que no habrá rescate. Pero también saben que han tocado el borde del mundo, y que pocos pueden decir eso. Quizá el Polo no era un lugar, sino un deseo. Al amanecer no soplaba viento. No crujía el hielo. No se escuchaba absolutamente nada. Un silencio tan profundo que hacía daño en los oídos. Parece que el mundo se había detenido. La marcha comenzó más rápido que otros días. Quizá por ese silencio casi sobrenatural que los empujaba a alejarse. Quizá por la intuición de que algo invisible los seguía. El hielo, sorprendentemente liso en esa área, les permitió avanzar con ritmo constante. Era antinatural. Aquí nada es plano por mucho tiempo. Algo lo mantiene así. Lo sentían en los huesos. A lo lejos, una forma oscura recortada sobre la blancura infinita. Algo metálico. Algo… grande. Corrieron. No era el globo, claro, pero sí una parte suya, una sección de la barquilla, deformada por el impacto contra el hielo. Estaban dando vueltas en círculo. Era como ver el cadáver de un viejo amigo. El norte era la muerte. No había retorno. No había seres humanos. Sólo islas congeladas donde nada vivía. Reanudaron la marcha. La tensión era palpable. La luz blanca los envolvía como un sueño del que no podían despertar. Esa llanura… no es natural. No es hielo normal. Se mueve como un animal. El hielo está vivo. El Ártico volvió a guardar silencio. Un silencio que caminaba.
Otro amanecer llegó como un resplandor angustioso que no traía consuelo. No había viento. No había ruidos. Sólo ese silencio demasiado perfecto que hacía sentir al mundo como un corredor vacío. No había nada. Emprendieron la marcha hacia el suroeste. El sol blanco los acompañaba como un ojo inmóvil. A medida que avanzaban notaron algo extraño bajo sus botas, el hielo estaba más delgado, como si una capa transparente cubriera un vacío profundo con un movimiento bajo el hielo. Como si respirara. Lento… profundo… enorme. A media tarde, una niebla baja comenzó a formarse, lenta y silenciosa, como si surgiera de las grietas mismas del hielo. En cuestión de minutos les llegaba a las rodillas, niebla que venía del suelo, no del mar. Era como caminar sobre un lago en deshielo. Cada paso parecía costarles un poco de vida. Al principio no se oyó nada. Luego, muy leve, casi imperceptible, un vibrar profundo, una resonancia grave que venía del hielo… o desde el interior de la tierra. El sonido aumentaba apenas, como si algo incomparablemente grande se moviese muy, muy abajo. A cada vibración, la niebla se ondulaba a su alrededor. El hielo crujió, estaba hundiéndose. No rápido, sino en un descenso casi imperceptible, como si algo gigantesco despertara bajo ellos y empujara la masa helada desde abajo.
Una sombra oscura a través de la bruma.. ¿Una roca? ¿Una isla? Corrieron lo más rápido que el terreno permitía. El hielo se curvaba, vibraba, gemía como un tambor tenso. La niebla temblaba con cada movimiento. A lo lejos, la sombra parecía agrandarse, una formación rocosa, dura, sólida. Una salvación. Justo entonces, un sonido imposible retumbó bajo ellos ¡THOOOOOMMM! Una vibración tan profunda que las piernas se les doblaron, cayeron de rodillas, jadeando. El hielo se abrió una fracción de centímetro. No era una grieta normal, era un movimiento circular, como la pupila de un ojo agrandándose. A pocos metros de la roca sólida, un sonido hizo temblar el mundo. Una última vibración que los lanzó hacia adelante. Cayeron sobre la tierra firme justo cuando, a sus espaldas, el hielo se hundió como si exhalara. Se arrastraron lejos del borde, respirando como animales perseguidos. Por primera vez desde su despegue en el Örnen, sintieron verdadero terror. Un miedo antiguo. Un miedo que las historias humanas no estaban hechas para contener.
Arrastraron los trineos hacia un punto más alto de la roca. La isla era pequeña y no había mucho donde escoger, pero al menos era firme. Montaron una pequeña tienda improvisada usando la roca como resguardo. El viento era casi inexistente, algo que no ayudaba, la quietud absoluta era aún más inquietante. Los pueblos sami de Laponia hablan de seres bajo el hielo, espíritus que sostienen la tierra. Antiguos… silenciosos… pero conscientes. Lo que está ahí abajo no cabe en ningún manual de navegación. El silencio cayó otra vez, pesado.
Lo que había allí, parcialmente enterrado, cubierto de nieve y escarcha, era el esqueleto de una estructura. Vigas quebradas. Placas metálicas corroídas. Fragmentos de lona congelada en formas imposibles. Un globo aerostático. Pero no el suyo. No tenía inscripciones visibles, ni formas familiares. Era más grande. Mucho más grande. El armazón parecía haber sido construido para un vuelo de larga travesía, con un diseño adelantado a cualquier tecnología que ellos conocieran. La lona rígida como metal. En la parte trasera de la góndola destruida encontraron una caja metálica, casi soldada al hielo. Tras varios golpes con la culata del rifle lograron abrirla. Dentro había hojas. Papeles empapados, congelados, rotos. Pero en uno de ellos, aún legible bajo la capa de hielo, se veía un dibujo. Era un boceto hecho a lápiz. No del globo. No de paisajes. Sino de un ojo. Un ojo enorme. Negro. Sin pupila. Como el que habían imaginado haber visto bajo el hielo que de nuevo comenzó a quebrarse a su alrededor. Y por primera vez desde que despegaron de Suecia, sintieron la certeza absoluta de que no eran exploradores de una nueva frontera…sino intrusos en un lugar donde algo muy antiguo no quería compañía.
Hilando lunas, el hielo vibraba como un tambor inmenso, agrietándose desde las profundidades con un gemido largo y espeso. Estaban inmóviles, como si un solo movimiento pudiera despertar por completo aquello que se agitaba debajo. Un crujido más profundo retumbó. El hielo se abombó hacia arriba. Desde la grieta emergió un sonido nuevo. Algo parecido a un llanto, pero multiplicado en ecos imposibles, como si viniera de una cavidad gigantesca. La grieta se abrió. El hielo ya no se movía como una estructura sólida. Vibraba como la piel de un animal inmenso despertando de un sueño de siglos, que ascendió otro metro bajo la capa translúcida. Salieron corriendo hacia el borde de la grieta mientras eso avanzaba como una marea oscura, rompiendo el hielo a su paso. Pero mientras huían escucharon algo como una voz, la única que hizo que volvieran la cabeza. Y luego, el hielo explotó detrás de ellos.
El estruendo fue tan brutal que el mundo pareció partirse en dos. Un estallido seco, profundo, como si la tierra entera se desgarrara bajo sus pies. ¡CRAAACK! La grieta se abrió detrás de ellos como una boca gigantesca de donde emergía un mar oscuro en movimiento. Se arrastraba bajo la capa quebrada como una masa viva, un océano como ojos que parpadeaban sin sincronía, como luces de un faro enfermo. Cada movimiento hacía vibrar el hielo, encadenando nuevas fracturas. El viento se volvió más feroz, como si el clima mismo se hubiera puesto de su lado. Las partículas de nieve se arremolinaban en espirales que dificultaban ver más allá de unos metros.
El trineo golpeaba el hielo como un tambor, dejando huellas profundas en la capa que ya se fracturaba. Debían ganar altura. El frío era tan intenso que cada respiración parecía cortar los pulmones. El hielo frente a ellos se elevó como una burbuja transparente, formando una cúpula brillante. Se desplazó bajo ellos y la cúpula estalló. El hielo voló en esquirlas. Una ráfaga de fragmentos los derribó, raspándoles la piel. A apenas doscientos metros, una serie de dunas congeladas se presentaban como un pequeño territorio seguro. Bastaba llegar allí. Solo eso. Un último esfuerzo. El hielo se partió por completo. Un brazo más de tiempo. Un segundo más de fuerza. La grieta se cerró con un golpe. El silencio cayó sobre ellos como una sábana húmeda. Tras el sobresalto del oso y la fogata dispersa por el viento, avanzaron sin hablar durante horas. La Isla Blanca parecía infinita, como si hubieran caído dentro de una página en blanco donde sólo el frío pudiera escribir. El viento soplaba desde el norte con una insistencia antigua.
Al caer la tarde divisaron un saliente rocoso, negro, afilado, como una garra enterrada en el hielo. El viento no arrancará la tienda. Las rocas, más que un refugio, parecían vigilarles. Pero el hueco entre dos bloques enormes permitía levantar una estructura mínima.
“La isla parece viva. El paisaje respira, acecha, escucha. Esta noche he sentido que no estamos solos. No sé si es la soledad… o algo más antiguo”
Diario de Salomon August Andrée
EPÍLOGO
Ecos Bajo la Nieve
Se dice que el Ártico conserva recuerdos. Que su hielo, al romperse, libera voces antiguas que flotan en el viento como mariposas congeladas. Y cuando, décadas después, un pequeño grupo de exploradores suecos halló los restos de Andrée, Strindberg y Fraenkel, esa leyenda se volvió cierta. Fue en un verano de deshielo excepcional. Una lengua de hielo retrocedió algunos metros y dejó al descubierto un fragmento de tela, un guante, una caja de madera endurecida por el frío. Los exploradores se acercaron con respeto, como si caminaran dentro de un sueño.
-Aquí… aquí estuvieron- dijo el guía, con temblorosa voz. El campamento parecía detenido en un tiempo ajeno al mundo, tazas volcadas, un cuaderno abierto, huellas difusas congeladas como sombras antiguas. Y, en el centro, el diario de Strindberg intacto, como si el hielo lo hubiera protegido desde el primer día. En sus páginas finales se leía: “Seguimos caminando hacia la aurora. Si el mundo nos encuentra, que sepa esto: el norte habló, y nosotros escuchamos.”
Los exploradores guardaron silencio largo rato. Algunos creyeron oír un murmullo leve, quizás el viento entre las rocas. Otros dijeron que era el eco de una voz humana.
Con el tiempo, como un legado invisible la figura de SAA dejó de ser el de un soñador imprudente para convertirse en un símbolo. En escuelas suecas, los niños aprendían que el valor no siempre garantiza el éxito, pero sí deja una marca en la historia. En conferencias científicas, se hablaba de la expedición como un ejemplo de ambición humana enfrentada a los límites del planeta. Pero entre quienes habían visto los cuadernos, entre quienes pisaron aquella tierra congelada, persistía una sospecha delicada, casi sagrada, Andrée y sus compañeros no murieron solos. No murieron sin respuesta. No murieron sin ser escuchados.
Cada invierno, en la noche más larga, la aurora boreal danza sobre las islas árticas, un torbellino de colores tan vivos que parecen tener voz. Se dice que, si uno observa con atención, se puede distinguir tres siluetas caminando bajo la luz. Tres hombres avanzando juntos, sin prisa. Y una cuarta sombra siguiéndolos, como un guardián o un recuerdo. No hay miedo en esa visión. Sólo una certeza suave, luminosa, la exploración no termina donde lo hace la vida. Termina donde el misterio deja de llamar. Y en el Ártico, el misterio nunca calla.
En esta línea de tiempo
1854 – Nace el soñador, Salomon August Andrée, SAA en Gränna, Suecia y, desde joven siente fascinación por el cielo, los experimentos y la mecánica.
1870–1880 – El ingeniero del futuro, SAA se convierte en ingeniero, inventor y apasionado aeronauta. Participa en ascensos en globo y se vuelve una figura respetada en círculos científicos.
1893–1895 – El plan imposible, concibe la idea de llegar al Polo Norte en globo. Presenta el proyecto, recibe apoyo masivo y obtiene fondos del rey Óscar II.
1896 – Primer intento fallido. Mal tiempo y problemas técnicos retrasan la misión. El Águila tiene que esperar otro año.
11 julio 1897 – El gran despegue. SAA, Knut Fraenkel y Nils Strindberg despegan desde Danskøya en el archipiélago de Svalbard. La multitud aclama. El ascenso fue hermoso, triunfal… y catastrófico desde el primer minuto, las cuerdas de dirección fallaron al instante. El globo perdió hidrógeno y altura. La humedad helada lo volvió ingobernable. Quedaron a capricho del viento y comenzaron un lento descenso forzoso.
14 julio 1897 – Caída sobre el hielo. Después de 65 horas flotando en el aire, el globo se estrelló contra la banquisa ártica. Los tres iniciaron un viaje desesperado de supervivencia. Comenzaba un viaje agotador a pie sobre un infierno blanco, el tragahombres.
Agosto–octubre 1897 – Odisea sobre el hielo. La expedición avanza con dificultad, perdiendo rumbo y fuerzas. Documentan el viaje en diarios y fotografías.
Octubre 1897 – Kvitøya, el último refugio. Alcanzan la isla, pero mueren poco después. Las causas exactas permanecen sin ser exactas y son discutidas hasta el día de hoy.
1930 – El descubrimiento. Una expedición noruega encuentra los restos, los diarios y las fotografías, resolviendo uno de los grandes misterios polares. Nace el mito en libros, análisis, exposiciones y películas reviven la historia. SAA se convierte en símbolo de la audacia humana frente al infinito.
FIN
sergiodeleonlopez