sábado, 30 de agosto de 2025

UNA RATA AL SERVICIO DE UN ELEFANTE. TATADIOS. 280

 



Si desea leer historias reales contadas de forma diferente, este es el lugar: monorote.com, que es un sitio gratuito que vive de sus comentarios, así que uno suyo me ayudará a continuar


UNA RATA AL SERVICIO DE UN ELEFANTE

EL VERDUGO EN SU MADRIGUERA

ERA UNA ABSOLUTA PESADILLA




EXORDIO


A partir de este momento termina la programación para todo público y, empieza la programación para adultos de más de 69 años. Se recomienda discreción.


Alentaba la promiscuidad entre los hombres


Hijo de mil padres, padre de ninguno.

Los hijos de puta abundan en todos lados, pero este infeliz era el hijo de puta de los hijos de puta y, eso con todo el respeto que me merecen las personas que se dedican a tan noble profesión en el sendero de las lágrimas. 

Hannibal Lecter era un querube a su lado.

El triple premio mayor de los psicópatas. 

Satanás fue su antecesor, su reflejo, su cómplice.

En la cárcel más temida de Guatemala, hay un nombre que resuena con terror profundo, el de un engendro de la oscuridad, Roberto Isaac Barillas, RIB, -con el lóbulo izquierdo sofocado,- malditamente  apodado "Tata Dios," la bestia humana que pudiendo salir de prisión -que era su chiribitil,- prefirió quedarse en ella, pues había hecho su modus vivendi en ese desgraciado lugar, cuna de los más desgraciados y esbirros de los gobiernos de turno.

Desde niño, todo lo hacía sentir ajeno porque tenía una cara lúgubre que presagiaba el mal.

Lo miraban raro. 

Lo llamaban rarito. Decían que no encajaba y la voz popular circulaba diciendo “ese niño no tiene futuro.”

Y él lo creyó.

¿Se pueden imaginar una bestia de esta especie?

Su historia está ligada inseparablemente a los lúgubres muros de la desaparecida Penitenciaría Central que acompañó la vida corrupta de 1877 a 1957,  un lugar con una historia compleja y oscura, llena de sufrimiento para sus reclusos y deleite de los políticos. Se la conocía como la "casa del terror," que es casi un piropo, una cuchufleta con rizos.

Ese ser, porque no era humano fue un inquilino VIP del temido recinto y el recluso más famoso de la Penitenciaría, pero por su maldad sin límites. Su reclusión se extendió por más de treinta y cinco años.

Pero lo que verdaderamente asombró a las autoridades de la época, es que en la década de 1950, cuando llegó la fecha de su liberación, Tata Dios solicitó y le fue concedido el permiso para permanecer dentro de la prisión. Se sentía seguro, protegido, incluso, paradójicamente, más libre entre esas rejas que en el mundo exterior.

La excarcelación no es la libertad. Se acaba el presidio, pero no la condena.

Nunca se ha visto una bestia inmolarse por la felicidad de otra bestia.



“La conciencia es la cantidad de ciencia innata que tenemos en nosotros mismos”

Los miserables. Victor Hugo


Como no tenía el espíritu que hace sensible sensibilizar los aspectos misteriosos de las cosas, la razón detrás de su decisión, no era sólo comodidad o seguridad personal. Había logrado forjar una relación simbiótica con las autoridades penitenciarias, que además le era muy rentable. A ambos. Todo contacto con ellos había abierto una nueva herida, pero para las víctimas.

No era un inocente castigado injustamente.

Era como darle un vaso de agua a un náufrago.

     Se había convertido en un servidor de sus propios intereses espurios para controlar y subyugar a los demás reclusos, un verdadero peón de la represión carcelaria con una complicada sencillez. Su conocimiento de la dinámica interna de la prisión, su influencia sobre los internos y su disposición a colaborar, lo hicieron invaluable para mantener el orden o, más bien, para manipularlo a favor del sistema.

      Dentro de los muros, encontró un nicho de poder que la libertad afuera nunca le hubiera ofrecido. La Penitenciaría Central, fue un lugar tan infame que, tras su clausura y antes de su demolición en 1968 para dar paso al actual Centro Cívico, el público podía pagar para "conocer la casa del terror," mientras sus muros caían, se realizaba el macabro recorrido que generó grandes ingresos para algunas personas.

Las especulaciones abstractas acaban por producir vértigos.



“El patíbulo es el cómplice del verdugo, devora, come carne, bebe sangre”

Los Miserables. Victor Hugo


En este escenario desolador, RIB y su decisión de permanecer lejos de la libertad que otros anhelaban, lo convirtió en una leyenda silenciosa, un enigma entre las rejas, que es lo que quería el desgraciado, no tenía que salir a la calle a buscar a sus víctimas, pues los gobiernos de turno se las enviaban en bandeja. Enemigos políticos y críticos de ellos. La historia de RIB, Tata Dios, y la Penitenciaría Central, concluyó casi al mismo tiempo, y su relato es mirar más allá del crimen, a explorar las complejidades de la mente humana y los extraños lazos que a veces atan, incluso, a la más lúgubre de las prisiones.

     Cometía sus crímenes alcoholizado y, al ver brotar la sangre de la víctima, eyaculaba con la firmeza del espanto. Ya dentro de la cárcel, la dictadura de Jorge Ubico lo utilizó para hostigar, torturar y asesinar a sus enemigos como era la costumbre de ese otro infeliz al que le faltaba un huevo. 

Funcionaba como un maldito reloj suizo.

Solía visitar Amatitlán, iba a lavar su ropa manchada de sangre al río Michatoya por el barrio El Ingenio, detrás de la vivienda de doña Tere Barrios a la orilla de la línea del tren como ella misma  lo contara antes de morir. Y así ese indigno empezó a contaminar el lago. Luego de salirse del río le pedía a ella que le regalara un café antes de irse y ella le pasaba un pocillo de peltre por la cerca de su patio lo que él le agradecía. Llegaba a echarse los tragos al "As de Copas," una cantina junto a la Pensión Central, frente al parque de Amatitlán.

Afortunadamente murió un viernes 15 de marzo de 1968 estaba pintando su pocilga en la zona 12, después fue a dormir y, ahí, en su Petate, falleció por un infarto al corazón, sin sufrir  y sin pagar todos las desgracias que ocasionó. no se cumplió del que a hierro mata a hierro muere. Éste hijo de puta murió de brocha gorda. Tenía 80 malditos años. No se cumplió la ley de la vida, al morir de forma tan apacible. El escritor  Efraín de los Ríos, autor del libro "Hombres contra ombres", decía que Tata Dios, le comentó que bajo los efectos del licor, le daban ganas de enterrarle el puñal a quien se le pusiera enfrente.

Caído parecía más alto que de pié.

Y murió por su cuenta, pues lo que está muerto no puede morir.

Así fue sacado de la lista como a Plutón.

Lo único que no le empalagaba era la sangre.

Los que tuvieron miedo habían triunfado.

No siempre se pata el precio.

Al descender a los infiernos, el mismísimo Satanás le abrió la puerta y le dijo, aquí no hay lugar para un desgraciado hijo de puta como vos, y le cerró la puerta en la trompa. Así esa porquería se quedará vagando en el limbo, hasta el toque de la final trompeta.

Referencias

#LaParroquia



“El hombre tiene sobre sí la carne, que es a la vez su carga y su tentación. 

La lleva y cede a ella”

Los Miserables. Victor Hugo


¡Ya son las seis y cuarto!

El que huye no se cree nunca bastante oculto.

-“¡Agárrenlo! ¡Agárrenlo! ¡Por allá va ese maldito! ¡Que no escape!”. 

Una turba enfurecida perseguía a un hombre alto, blanco y de complexión fuerte.

Lo querían linchar porque hacía unos pocos minutos había matado a un parroquiano.

“¡Atrapen a ese desgraciado!”, exclamaba la muchedumbre.

El asesino, al verse acorralado, corrió hacia el portón de la antigua Penitenciaría Central, justo donde hoy está el edificio de Finanzas Públicas, en la zona 1 de la capital. Ahí, los guardias lo capturaron y lo defendieron de la multitud un 9 de abril de 1920. La Policía informó que el malhechor ya había estado en la cárcel en repetidas ocasiones, desde su juventud. De hecho, se había fugado de ese lugar hacía algún tiempo. Sí que era una “joyita” aquel criminal. Aunque se sabe cuándo, lo cierto es que huyó a México, donde estuvo al servicio de “generales revolucionarios”, con quienes se alistaba para participar en una expedición a Cuba, a la cual desistió tras enterarse del movimiento unionista que, en esa época, intentaba derrocar la dictadura de Manuel Estrada Cabrera. Fue entonces que regresó a Guatemala en los primeros días de abril.

Visitó a su mamá y, después de beber con ella, salió en busca de ciertas personas que consideraba enemigas, criminales como él. Halló al primero y lo mató de una puñalada en el pecho. Las calles de la capital, en ese momento, eran un hervidero. En las revueltas contra Estrada Cabrera mataron a José Coronado Aguilar, uno de los integrantes de la resistencia. El autor material fue Virgilio Valle. RIB por medio de un chisme se enteró del crimen y, en venganza, lo buscó y asesinó atravesándole la frente con un puñal, cerca del puente La Barranquilla. La población presenció el asesinato y lo empezaron a perseguir. “¡Agárrenlo! ¡Agárrenlo! ¡Que no escape!”, gritaban. Fue entonces que salió corriendo directo a la cárcel. Ahí se sentía protegido.

Era un gran talador de vidas con ira vertiginosa.



“Si no sabe morir, no merece vivir”

Lema de trabajo de Roberto isaac Barillas


La neblina del tiempo se ha llenado de olvido.

Memento mori-recuerda que morirás.

Nació producto de una orgía alcohólica en un aquelarre, lleno del espíritu de perversidad.

Su supuesto progenitor -de cerebro anquilosado,- lo abusaba sexualmente y su madre desnuda, -que era echadora de cartas,- lo sujetaba para tal menester y le tapaba la boca con su calzón para que no gritara y gimiera.

Doña Vidalia Postigo la partera dijo: Un gigante parido por una enana-

Ella siempre permitió pliegues en su conducta.

Era arisca como una gata en celo.

Era canchusca, medio colorada, gruesa de carnes, membruda de raza salvaje.

Nada enseña el silencio a los niños como la desgracia.

De niño con conmoción galvánica se convirtió en parásito asqueroso, empezó torturando pajaritos, siguió con ratas, luego gatos y hasta perros y a todos los decapitaba y, su mayor placer era oír como gritaban y ver resbalar la sangre. Antes de salir de cacería rezaba en su casta de indecencia infantil. Le llamaban el niño salvaje, un apóstrofe irritado. A su edad el guaro no le gustaba pero lo aturdía.

Y así empezó la suprema carnicería del buitre buscando carroña.

Traidor como Dios griego.

No basta ser malo para prosperar.

La ortografía es insuficiente para expresar lo que era esa cosa.

Los pasos de un cojo son como las miradas de un tuerto.

El empedrado era para él menos duro que el corazón de su madre.

Sus padres lo echaron al mundo, con una patada en el culo.

Tenebroso por ambos lados, inquieto por detrás y amenazador por delante. Empleaba su experiencia para aumentar su deformidad. El gato se alegra aún más por el ratón más desnutrido.

No decía gracias, sí muchas groserías, obscenidades y porquerías.

Era tan mierda como Napoleón.

Aquel criminal era alto, casi de 1.98mt, carota blanca, fuerte y bestial como una grúa, de cráneo puntiagudo, de ojos pequeños, el izquierdo más bajo y con grandes manos y patas. Un individuo que no conoce la dulzura y que estaba acostumbrado a la impasibilidad y, las arterias negras de la maldad siempre le acompañarán. Costumbres impuras a toda probidad. Decían, además, que era bondadoso con el débil y temido, incluso, por otros homicidas seriales. Solía portar un sombrero de ala ancha. Entre su pantalón escondía una daga de media vara de largo. Era un ultra el acuchillador. 


No se cuenta el oro hasta que se tenga en la batea


Los otros delincuentes le decían Tata Dios porque lo miraban como alguien superior en maldad a cualquier otro, con autoridad por infundir miedo al máximo común denominador. ¡Y vaya que la tenía! En la cárcel gozaba de beneficios, recibía ración triple de alimentos, le daban un colchón para su cama, aunque no la usaba porque prefería la dureza de una tarima  pues decía que así fortalecía los músculos de la espalda y el culo para los menesteres sicalípticos. Su celda, con puerta fabricada con rieles de ferrocarril, estaba cerca del área que era conocida como El Triángulo, entre el patio de las letrinas y el infame Callejón de los políticos, donde iban a parar los “enemigos” de las dictaduras guatemaltecas de la primera mitad del siglo XX. Ahí dentro tenía un taller de trabajo pues se le daba eso de la escultura, con el hueso fabricaba juegos de dominó y ajedrez, limpiauñas, limpiadientes, agujas para crochet y crucifijos. También mujeres desnudas. Cierto día talló la Venus de Milo y al otro, a la Virgen de Guadalupe, de quien era devoto con todo y sudor con su comportamiento estereofísico.

El sitio era lúgubre por las ideas fúnebres que despertaba.

Era asesino por principios y reglas científicas.

Lo tomaba muy a pechos.

El mastodonte obedecía.

Corazón que no vé, ojos que no sienten, o algo así.



Dime a quién le ganaste y te diré còmo fue tu victoria


Con los cuernos de los bueyes esculpía floreros y fuertes bastones. Tenía la habilidad de montar todo un Calvario dentro de una bombilla, incluidos centuriones, martillos, clavos, escaleras, lanzas y la figura de Cristo Crucificado. Nunca nadie supo cómo lo hacía. Una vez, un incauto le preguntó sobre ello, pero Tata Dios le impuso una mirada fija, penetrante, dura, cruel y hostil. Le dejó de hablar por tres días, hasta que le reclamó la indiscreción.

Estaba tan acostumbrado a los desprecios que las caricias le hacían daño. 

Quienes lo conocieron afirman que tenía “un alma primitiva". Uno de ellos fue el autor del libro Ombres contra Hombres, cuyo nombre literario era Efraín de los Ríos, cuyo nombre real era Efraín Aguirre Ríos, 1906-1974. En esa obra, el escritor narra su experiencia dentro de la Penitenciaría Central, donde llegó en dos ocasiones por motivos políticos -la primera vez, del 21 de diciembre de 1935 al 14 de diciembre de 1939, la segunda, del 6 de marzo de 1942 al 29 de marzo de 1944. Asegura De los Ríos que a Tata Dios le gustaban más los hombres y menos las mujeres, “escogía para pasadores de su sección a los presidiarios más jóvenes y simpáticos, con perfiles de femineidad y pedía a los sargentos de semana o jefes de servicio que se los remitiesen a servir a su departamento. Estos muchachos, posiblemente ya propensos a la perversión, se prestaban, por gusto o por la fuerza, a satisfacer los deseos lúbricos de Tata Dios.”

Los conocía como la uña de su dedo.

Infringía todas las leyes naturales.


“La conciencia es la cantidad de ciencia innata que tenemos en nosotros mismos”

Jean Valjean


“Como dos sueños pueden hacer buena vecindad", comenta, además, que todos los reclusos lo obedecían. “Tiene un capital acumulado no menor de US$3 mil, los cuales no le han sido incautados por más requisas que se han practicado en su bartolina. Habla de su madre con ternura honda, con un amor intenso, con una devoción asombrosa. Ello me hace pensar que en el fondo de los grandes criminales se esconde generalmente un santo, así como en muchas ocasiones, de los grandes cobardes van saliendo los héroes.” De los Ríos, por lo general, defiende a aquel sanguinario recluso, porque psicológicamente ahí dentro todos se convierten en iguales. El caso es que RIB era malo, temible. En una oportunidad dio muerte a otro reo con quien había reñido, para lo cual empleó el cincho de un barril. En esa época, además, corría el rumor de que los mismos guardias penitenciarios lo sacaban por la noche para que fuera a matar a opositores del gobierno de Ubico. Es más, el dictador le encomendaba esos asesinatos. Dentro de la cárcel lo empleaban como verdugo, casi siempre contra aquellos acusados de encarar la dictadura ubiquista.

-“Fijate vos -le dijo cierta vez Tata Dios a De los Ríos,- está uno tranquilo trabajando y lo vienen a joder. Ese pícaro de Buenona -así le llamaba al inspector- me vino a traer para vergacear a unos tacuacines a la bóveda. Desgraciados, uno está tranquilo en su trabajo y lo vienen a perturbar y a incomodar.” Así está escrito en Ombres contra Hombres. Refiere el escritor que RIB cometía sus crímenes cuando estaba sumamente alcoholizado, lo cual confirma el abogado Manuel Coronado Aguilar, el hermano de José, aquel que había sido asesinado por Virgilio Valle -y este a su vez, muerto por Tata Dios.- Manuel Coronado Aguilar también fue prisionero político y tuvo trato con el famoso criminal -la primera vez el 17 de febrero de 1922 y la segunda el 30 de julio de 1944, durante la breve dictadura de Federico Ponce Vaides.-



“Ser zurdo es envidiable. Ser bizco es cosa superior”


En una columna del diario El Imparcial del 18 de marzo de 1968 escribe respecto de Tata Dios: “Entraba en un estado patológico siempre que ingería licor, el que lo obligaba a perturbaciones consecutivas mentales y hasta fisiológicas, de efectos extensivos que lo precipitaban hacia la impulsión y hacia la tendencia morbosa.”

El guaro lo metamorfoseaba.

“Con permiso expreso de su director, no obstante su peligrosidad, sale a la calle y de regreso de visitar a su mujer, toma un carruaje de punto… Conste, iba envenenado por el alcohol. De pronto le asalta un mal pensamiento: inclina su cuerpo en dirección a la espalda de su cochero que viste una chumpa de lona muy gruesa. Le viene, entonces, la ilusión de saber qué ruido haría el paso de su cuchillo al romper aquel vestido tan ordinario. Una obsesión diabólica lo domina y pica con su puñal la espalda de su auriga.”

Efraín de los Ríos agrega en su obra que una vez halló a RIB bastante de buen humor.

-¿Qué hay, don Beto, por qué está tan contento? le preguntó.

-Sentáte, vos Efraín. Estaba yo diciéndoles a los muchachos que cuando salga, ya no voy a chupar guaro. Fijate vos, que me tomo el primer trago y lo siento muy sabroso, me tomo el segundo, mejor, con el tercero me caliento y, al cuarto o quinto, luego me entran las ganas de meterle el cuchillo a un desgraciado. ¿Verdad que no está bueno eso, vos?

“El alcohol le inhibía de conocer la injusticia de sus actos y le despertaba el morbo del puñal. Era, en resumen, el crimen causado por el alcoholismo”, expone De los Ríos.

También mostraba actitudes desconcertantes, cínicas. Una vez, los carceleros lo mandaron a azotar a un preso. Al día siguiente, le preguntó a su víctima: “Ydiay, vos, ¿qué te pasó? Ahí te dejo unos tus cigarros.”



No basta ser borracho para ser asesino


Según el abogado Manuel Coronado Aguilar, Tata Dios tenía en su contra 19 procesos por homicidios y lesiones. Otras fuentes, sin embargo, aseguran que sus asesinatos fueron muchísimos más. Lo cierto es que pasó 35 años tras las rejas. Cuenta Coronado Aguilar que un día de enero de 1968 se lo encontró en el templo de Santa Clara. RIB dijo: “Vine a visitar al Todopoderoso que es el único que me protege.” Al despedirse agregó: “Hace años que no bebo un trago.”


En el sistema penitenciario quedó registrada la historia de la permanencia durante más de treinta años del asesino RIB, 10907-1968, sobrenombrado Tatadios -algunos lo escribían con tilde, Tatadiós y, otros en forma separada Tata Dios. El homúnculo era físicamente era de complexión mastodóntica, carota cuadrada blanca, de 1.98 metros de altitud, con habilidades para tallar madera, hueso y fabricar figuritas. En la cárcel era encargado del callejón de los presos políticos, “escogido para torturar hombres, por su fuerza y por su vocación,” como lo cuenta Efraín de los Ríos en Ombres contra hombres: drama de la vida real, Tomo 1. Tercera edición, México, Fondo de Cultura de la Universidad de México, 1969, pág. 58.

Comprobadas sus dotes para el asesinato, fue utilizado en principio por el Benemérito de la Patria, Manuel Estrada Cabrera para cometer varios asesinatos de personas que políticamente no eral del agrado del dictador, pues no había posibilidad de demostrar que RIB los realizara, toda vez que se verificaba que no podía ser él ya que el día y hora en que ocurrieron estaba en la cárcel. “De conformidad con los archivos judiciales, los procesos incoados en su contra ascendieron a 19, por homicidios y lesiones. En 1920 después de asesinar a dos enemigos, se refugió en la Penitenciaría Central para evitar que la gente lo linchara” -Fundación para la Cultura y el Desarrollo. Asociación de Amigos del País. “Barillas, Roberto Isaac.” Diccionario Histórico Biográfico de Guatemala, primera edición, Editorial Amigos del País, 2004, pág. 518.

Tatadios se murió, sin el auxilio de los antepenúltimos sacramentos, un viernes 15 de marzo de 1968, entre un chumul de noticias publicadas ese mes quedó registrado el hecho, escrito cual si se tratara de una nota necrológica más, pero dando a entender que no era justo que muriera en la tranquilidad de su cama, durmiendo para no despertar, sino como otros a quienes de propia mano asesinó, así:

“Roberto Isaac, conocido por el sobrenombre de Tatadiós y quien durante más de un tercio de siglo estuvo recluido en la Penitenciaría Central, purgando diferentes condenas por ser autor de múltiples asesinatos, falleció hoy tranquilamente de un síncope cardíaco, en su casa de habitación, en la zona 12. Pese a que en diferentes oportunidades fue condenado por los tribunales por los delitos de homicidio y asesinato, por razones inexplicables siempre se respetó su vida y fueron utilizados sus servicios denttro del penal, encargándosele especialmente durante la administración ubiquista, el llamado Callejón de los Políticos. En el propio interior de la Penitenciaria, en una oportunidad dió muerte a otro reo con quien había reñido y, se aseguró en aquella oportunidad que para cometer su delito había utilizado un cincho de un barril, el cual afiló convenientemente. En varias oportunidades fue entrevistado por periodistas de varios periódicos y siempre fue atento con los representantes de la prensa, a quienes con singular gracejo respondía a las preguntas que le formulaban. Incluso dijo una vez que al salir se dedicaría a la agricultura. Con la muerte de Tatadiós y la demolición de la Penitenciaría Central, que por largos años le sirvió de hogar, se cierra una nueva página en la historia de la delincuencia de Guatemala.” -El Imparcial, Tatadiós falleció a los 80 años. Archicriminal acabó en paz. Guatemala, viernes 15 de marzo de 1968, págs. 1 y 7.

Murió con 23 dientes y 3 molares cariados, en el arrabal.

Tarde le llegó la muerte, pero tuvo que sufrir de acuerdo a la ley de la compensación.

Quedó con la frente exaltada por la terrible radiación de la cólera con vago aspecto a la muerte.

Enterrado en una fosa común un día y olvidado al siguiente con el estupor de una oveja.



El hombre y la tierra son una misma cosa


Un puto insecto conocido como “tatadiós”

En algunas regiones se refiere coloquialmente a la mantis religiosa, que en postura como  alguien rezando con las manos juntas. En países como Uruguay la llaman tata Dios o tatadiós, sin relación con Guatemala pero sí con el significado literal de rezar. Este nombre surge por su porte contemplativo, aunque en realidad es una cazadora letal. En Guatemala "Tata Dios" fue el apodo de Roberto Isaac Barillas, famoso criminal y verdugo que estuvo preso durante más de 30 años. Era conocido por actuar bajo la influencia del guaro y la “química” y bien dosificado para torturar y ejecutar órdenes de la dictadura del Chiclán Jorge Ubico y antes de Ponce Vaides. Sus compañeros y algunos relatos literarios describen que trabajaba tallando objetos de hueso y madera mientras mantenía su fama de temible dentro de la prisión. En otros contextos latinoamericanos similares se usa “Tata Dios” para referirse al Dios Padre o Creador en cosmovisiones nativas. Se le atribuyen cualidades de protector, sabio y fuente de vida y justicia. Esta interpretación aparece en estudios sobre mitologías originarias, aunque no es específica de Guatemala.

Cometía homicidios en estado de embriaguez y también sobrio, desencadenados en general por el alcohol que anulaba su capacidad de juicio, despertando en él un impulso violento. 

El abogado y político Manuel Coronado Aguilar, contó cómo RIB actuó en 1920 para vengar el asesinato de su hermano José Coronado, matando al autor con un puñal. Posteriormente lo visitó en prisión para agradecerle el acto. Coronado Aguilar lo recomendó para que fuese nombrado guardia especial de presos políticos por su aparente lealtad y eficacia.


Perfil criminológico de Tata Dios. Tipo de criminal, ejecutor institucional, homicida por encargo, agresor impulsado por alcohol y la “química.” Motivación principal, poder y obediencia al régimen. Victimología, presos políticos, criminales rivales, víctimas de riñas carcelarias. Método, armas blancas elaboradas, agresiones físicas directas, tortura. Psicología, rasgos antisociales, desprecio a la ley, violencia habitual. Rasgos sádicos, disfrute del dolor ajeno en contextos de tortura. Alcoholismo, factor desencadenante. Narcisismo funcional, necesidad de mantener la imagen de autoridad temida.
Comparación con asesinos latinoamericanos

Tenía similitudes con sicarios contemporáneos como “Popeye” sicario de Pablo Escobar con obediencia a un poder superior, regímenes políticos o capos. Uso de la violencia como herramienta de control social.
Con dictadores locales como Rosas o Stroessner en sus carceleros. Construcción de poder personal dentro de un microcosmos, la cárcel.
Diferencias con asesinos seriales

Pedro Alonso López / Daniel Camargo, con motivaciones sexuales. Tata Dios no mostraba esta pulsión.
Cayetano Santos Godino, impulsividad patológica desde la infancia. Tata Dios empezó de niño con animales y se formó como criminal siendo adulto bajo un contexto político, alcohólico y químico.
“Monstruo de los Manglares” asesino rural guatemalteco, criminal oportunista. Tata Dios era un símbolo institucionalizado del miedo.
Conclusiones

No era un asesino serial clásico, sino un ejecutor con aval del sistema, lo que le otorgó poder y protección. Su declive muestra la dependencia psicológica al entorno carcelario, afuera, sin jerarquía ni miedo que sostuvieran su identidad, se convirtió en un hombre frágil y sin propósito. Su vida ejemplifica cómo un individuo violento puede ser moldeado por el poder político para fines de control, y cómo esa misma estructura lo abandona al desaparecer su utilidad.



Expediente Policial de “Tata Dios.” Clasificación: Confidencial –Archivo Histórico, Ministerio de Gobernación. Fecha de apertura: 1925. Fecha de cierre: 1968. Autoritario y dominante. Desde su ingreso a la Penitenciaría Central, logró imponer respeto entre reos y custodios. La combinación de su gran estatura y su violencia lo convertían en una figura intimidante. Impulsividad extrema. Muchos asesinatos que cometía eran bajo estado de embriaguez, lo que muestra pobre control de impulsos y tendencia a la agresión desproporcionada. Baja empatía. No hay registros de remordimiento por sus crímenes, se mostraba más preocupado por su posición de poder que por las consecuencias de sus actos. Psicopatología: alcoholismo severo. Su violencia se activaba principalmente bajo consumo de alcohol en un patrón de adicción con desinhibición agresiva. Trastorno antisocial de la personalidad (TAP), con incapacidad de adaptarse a normas sociales. Manipulación y uso de la violencia como herramienta de control. Falta de remordimiento o culpa. Rasgos sádicos, era usado por el régimen de Jorge Ubico para torturar presos políticos. La disposición a infligir dolor sin vacilación indica un componente de sadismo instrumental.
Relación con el poder. Aceptaba encargos del gobierno, lo que revela alta obediencia a la autoridad cuando esta validaba su violencia. Su sobrenombre de “Dios” en la cárcel refleja cómo él mismo alimentaba la percepción de ser intocable y superior, casi una figura mítica dentro del penal, típico de personalidades con narcisismo funcional, donde la violencia refuerza la identidad de poder.
Conducta en prisión. A pesar de sus crímenes, se describe como disciplinado y hábil con las manos, tallando madera y hueso, lado artesanal que indica que no es un individuo puramente impulsivo, sino que también puede canalizar energía de manera productiva cuando no está bajo la influencia del alcohol. Es como una especie de símbolo del presidio prefiriendo la cárcel a la vida libre, porque allí controlaba un entorno que lo respetaba y temía.
Dinámica emocional. Inseguridad profunda oculta tras violencia. Su dependencia del alcohol y su necesidad de imponer miedo indican una personalidad que construía poder externo para compensar debilidad interna. Escasa conexión afectiva. No hay registros de pareja estable, hijos o relaciones emocionales profundas, lo que concuerda con un patrón afectivo restringido con ciertos recluídos de su agrado.

Su perfil psicológico coincide con el de un individuo con rasgos antisociales y sádicos. Tendencia a la violencia instrumental y descontrolada bajo sustancias. Alta adaptación al rol de ejecutor del poder político. Narcisismo y construcción de una imagen de autoridad que le daba sentido a su vida.



“El reino de Tata Dios”

La Penitenciaría Central olía a sudor viejo, pólvora y miedo. En el patio, bajo la luz amarillenta de un farol, un grupo de presos formaba un semicírculo silencioso. Todos evitaban mirarlo directamente. Allí estaba él, Roberto Isaac Barillas, el hombre al que los guardias y los internos llamaban “Tata Dios, pues practicaban la adoración perpetua. Casi dos metros de estatura, hombros anchos, manos como piedras de moler. Su voz aguardentosa ronca sonaba más como un veredicto que como una conversación. No necesitaba levantarla, su sola presencia cortaba el murmullo. Ese día, uno de los reos nuevos había insultado a un guardia y jurado que no obedecería a nadie. Mala idea. Cuando Tata Dios se acercó, el joven retrocedió dos pasos, como si un animal salvaje hubiera entrado a la celda. “Aquí adentro todos somos hombres… hasta que uno olvida respetar al más fuerte,” dijo, mientras sacaba un punzón de madera tallado por sus propias manos. El silencio era denso, y el sonido del metal raspando el piso se escuchaba como un eco eterno. El joven cayó de rodillas antes del primer golpe. Lo levantó del cuello, sin odio, sin pasión, sólo con esa fría eficiencia que le había ganado su apodo, juez, verdugo y Dios de ese pequeño mundo. Cuando terminó, dejó al muchacho temblando, sin heridas mortales, pero con la certeza de que la jerarquía en la cárcel no se discutía. Se secó el sudor de la frente, miró a los guardias y simplemente dijo, “orden restaurada.” Y todos, incluso los oficiales, bajaron la cabeza. Para él, la prisión no era un castigo, era su reino. Afuera, un mundo que le exigía rendir cuentas, adentro a él se las daban, un mundo que le obedecía sin preguntas.


Comparación con otros asesinos latinoamericanos

Pedro Alonso López “El Monstruo de los Andes” (Colombia, Ecuador, Perú). Asesino serial de niñas, más de 100 confirmadas, posiblemente 300. Motivación: compulsión sexual y control. López actuaba desde una compulsión psicosexual, mientras que RIB era un ejecutor social y político con violencia más instrumental y alcohol-dependiente.
Mateo Morral (España, pero con eco en Latinoamérica por el anarquismo). Terrorista anarquista que lanzó la bomba en la boda de Alfonso XIII. Motivación ideológica. Tata Dios no tenía ideología definida, era un instrumento del poder, no un rebelde.
Daniel Camargo Barbosa (Colombia, Ecuador). Asesino serial y violador con cálculo metódico, con un perfil psicopático frío. Camargo buscaba víctimas vulnerables para satisfacer impulsos personales. Tata Dios mataba por alcohol, venganza o mandato de autoridades, más como un sicario institucional.
Cayetano Santos Godino “El Petiso Orejudo” (Argentina). Asesino infantil con impulsividad y sadismo espontáneo. Era un psicópata de impulsos tempranos. Tata Dios era un hombre moldeado por un sistema corrupto que lo convirtió en verdugo autorizado.
Conclusión comparativa. Tata Dios se diferencia de los asesinos seriales clásicos (López, Camargo, Godino) porque no mataba por placer sexual o impulsos patológicos aislados, sino por poder, obediencia y contexto político. Era una figura híbrida entre sicario, carcelero y figura de poder informal, más cercana al concepto de “criminal institucional” que al de un asesino serial tradicional.

Narrativa II: “El último día de Tata Dios”

Cuando RIB salió finalmente de la Penitenciaría, no había marimba, ni familiares esperándolo, ni mucho menos cuetes. Había pasado afortunadamente más de 35 años tras esas rejas, la prisión era su maldito refugio y, paradójicamente, su reino de poder e impunidad. Afuera, era solo un desgraciado viejo alto, encorvado por la edad, con manos artrósicas que ya no tenían la firmeza para tallar madera ni para sostener un puñal. Caminaba tan lerdo como un oso perezoso, con el mismo paso con que había recorrido el patio de la cárcel, pero el mundo había cambiado. La Ciudad de Guatemala de finales de los sesenta ya no lo temía porque ni lo conocía. Los guardias nuevos lo miraban como un fósil viviente, un gran mastodonte y los jóvenes que escuchaban su nombre pensaban que era una estúpida leyenda carcelaria. Se instaló en una pequeña casa en la zona 12 por la línea del tren en el área marginal, donde vivía de favores y recuerdos. No tenía esposa, ni hijos, ni amistades, su “familia” había sido el presidio. A veces, al dormir, juraba escuchar el eco metálico de los barrotes y el murmullo de reos diciendo: “Ahí viene Tata Dios”. El 15 de marzo de 1968, un vecino al sentir la pestilencia lo encontró sin vida en su cama. Había muerto de un síncope cardíaco, en soledad, sin un epitafio que recordara al hombre que alguna vez impuso orden con sangre. Irónicamente, el hombre que había dominado un mundo de hierro murió sin testigos, sin poder y con miedo alrededor. En la morgue, un funcionario preguntó: -¿Quién era este? Un colega respondió: -Un Dios de la cárcel. Afuera, solo era un viejo de mierda.


Informe criminológico técnico y comparativo

Capítulo I – “Rey sin corona”

El portón de hierro de la Penitenciaría Central se cerró detrás de RIB con un chirrido que resonó como un eco de despedida. Había pasado tanto tiempo ahí dentro que el mundo exterior le parecía un territorio extraño. -Adiós, Tata Dios- dijo un guardia joven con una mezcla de respeto y miedo en la voz. Barillas lo miró fijo, con esa mirada que años atrás había congelado a hombres que se creían valientes. -Allá afuera no hay dioses, muchacho- respondió, ajustando el viejo saco gris que le habían dado. Caminó por la Sexta Avenida. Nadie lo reconocía, pero en su mente seguía escuchando los murmullos de los reos, el tintinear de las cadenas, el chasquido seco de un punzón de madera.

Capítulo II – “Recuerdos de hierro”

Su champa en la zona 12 era silenciosa. Una silla de madera, una cama vieja y un banco de trabajo donde tallaba figuras de santos. “Las manos no olvidan,” murmuraba mientras la gubia recorría la madera. Pero esas mismas manos habían empuñado cuchillos, cables, punzones, habían tomado vidas por órdenes ajenas o por el impulso que el alcohol encendía como pólvora. Cada noche soñaba con el patio del penal, los reos formando un círculo, él en el centro imponiendo orden, como un Dios pequeño y oscuro. Recordaba la sangre, el miedo, los gritos que se apagaban con un golpe certero.

Capítulo III – “Soledad de un Dios caído”

Una tarde de marzo, sintió un dolor agudo en el pecho. Se dejó caer sobre la cama y miró el techo amarillento. No pensó en las víctimas, ni en el poder perdido, sino en el silencio. Ese silencio que, al fin, era suyo. El reloj marcó las 3:15 p.m. cuando el corazón de Tata Dios se detuvo. El vecino que lo halló no entendía la historia, solo vio a un anciano muerto. No sabía que en esa cama había terminado la vida de uno de los hombres más temidos de la Guatemala de su tiempo.


Capítulo I – “Rey sin corona”

Ya entregado, se mantiene igual

Capítulo II – “El patio del poder”

El eco metálico del portón aún resonaba en su memoria. La cárcel había sido su palacio, y el patio central, su trono.

-¡Silencio, carajo!- gritó un guardia nuevo en aquellos años, intentando ordenar a los reos. Nadie obedeció. Fue entonces cuando un hombre alto, robusto, de mirada dura, se adelantó.

-Aquí mando yo- dijo Barillas, sin necesidad de levantar la voz. El guardia titubeó.
-¿Y usted quién se cree?
-Yo soy Tata Dios, muchacho. Pregunte por mí. Un silencio heló el ambiente. Los reos bajaron la mirada, y el guardia entendió. Desde ese día, la jerarquía cambió, Tata Dios no necesitaba uniforme.

Capítulo III – “La sangre del callejón”

En el “callejón de los políticos”, donde encerraban a opositores del régimen, un prisionero joven desafió la orden de limpiar su celda.
-No soy su sirviente, viejo.- Tata Dios caminó hacia él con calma.
-Aquí adentro todos sirven a alguien- susurró.
-¿Y vos a quién servís serote?
Barillas sonrió con una mueca fría, -Al orden. El muchacho intentó empujarlo, pero Tata Dios fue más rápido, un movimiento de brazo, un golpe seco en el estómago y el filo de un punzón de madera contra el cuello. -La próxima vez, obedecé cabrón- le dijo, mientras los demás presos guardaban un silencio sepulcral y fervoroso.


Capítulo IV – “Los favores del poder”

Una noche, el director de la penitenciaría lo llamó. -Necesito que atiendas a un hombre. Es revoltoso, amenaza huelga.
-¿Cuánto tiempo tengo?  -Hacélo esta semana. Discretamente. Barillas bajó la mirada y asintió. Nunca preguntaba por qué, solo actuaba. Dos días después, el revoltoso estaba en la enfermería con costillas rotas y una advertencia escrita en la pared: “El orden no se negocia”.


Capítulo V – “El precio de un dios”

Una noche, tras una pelea, un recluso gravemente herido gritó: -¡Algún día pagarás, Tata Dios! Barillas lo miró, sin rabia, solo con frialdad.
-Todos pagamos, muchacho, solo que yo cobro por adelantado.

Pero esa frase le quedó resonando. Su reino era de barrotes y miedo, afuera, él no era nada.


Capítulo VI – “El regreso a la calle”

Cuando salió, el guardia que lo había visto entrar hace décadas ya no estaba.
-¿A dónde va, Tata Dios? preguntó un guardia joven.
-A ningún lado, patojo. El mundo ya se me fue de las manos.

En su destartalada casa, miraba sus manos mientras tallaba figuras. Eran las mismas manos que habían matado y castigado. Pero el poder, ese intangible que lo había hecho temido, se había quedado encerrado tras los muros de la penitenciaría.


Capítulo VII – “El silencio final”

Esa última tarde, un dolor en el pecho lo hizo caer sobre la cama. Miró el techo y murmuró,
-Aquí termina el Dios…

El vecino entró horas después. -¡Don Roberto! ¿Está bien? No hubo respuesta. Mientras el cuerpo era llevado a la morgue, un guardia veterano de la penitenciaría, ya jubilado, reconoció el nombre: -Tata Dios… pensé que era un mito. -Todos los mitos mueren, respondió el médico forense. Solo quedan las historias.


1. El enemigo interno: “El Flaco Romero.” Edad, 28 años cuando conoce a Tata Dios. Delincuente joven, carismático, líder natural de un pequeño grupo de reos. Motivación, no quiere vivir bajo el mando de ningún preso, ve a Tata Dios como un símbolo de opresión. Conflicto, desafía públicamente su autoridad, iniciando una cadena de enfrentamientos que marcan la decadencia del poder de Tata Dios.

2. Aliado ambiguo: Sargento Abel García. Cargo, guardia veterano de la Penitenciaría. Perfil: Respeta a Tata Dios por mantener “el orden”, pero entiende que su poder viene de una época oscura. Motivación, mantener la calma interna sin ensuciarse las manos, a veces le da información, otras veces lo delata.

3. Personaje externo: Julia de León periodista. Edad: 35 años, reportera de crónica roja. Motivación, quiere descubrir quién es realmente Tata Dios. ¿un monstruo, un producto del sistema, o un mito carcelario? Conflicto, al entrevistarlo tras su salida, encuentra a un hombre quebrado pero aún peligroso. Sus notas generan revuelo mediático.

4. Víctima con voz: Carlos Méndez “El Político.” Delito, activista opositor, encerrado por orden del régimen ubiquista. Motivación, sobrevivir y no doblegarse ante Tata Dios. Rol narrativo, su enfrentamiento con Tata Dios en el “callejón de políticos” muestra el lado más brutal del protagonista, pero también deja una herida moral que nunca cierra.


Capítulo VIII – “Un Flaco demasiado valiente”

-Oíme, viejo, tu tiempo ya pasó- dijo el Flaco Romero, con una sonrisa torcida mientras su grupo lo respaldaba. Tata Dios se giró lentamente, apoyando las manos en el banco de trabajo.
-Vos sos nuevo aquí. ¿Te contaron quién soy?
-Sé que fuiste el perro del régimen… pero eso fue hace mucho. Aquí manda la juventud ahora. El silencio pesó. El Sargento Abel García, desde la garita, murmuró: -Esto va a acabar mal…

Tata Dios se levantó, su sombra cubriendo a Romero.
-Entonces vení y quitámelo. Un murmullo recorrió el patio. Por primera vez en décadas, alguien lo desafiaba cara a cara.


Capítulo IX – “El callejón arde de nuevo”

Julia de León ajustaba su grabadora en el exterior de la prisión.
-Dicen que hay un preso al que llaman Tata Dios… ¿por qué? preguntó a un guardia.
-Porque aquí adentro decide quién vive tranquilo y quién no -respondió Abel García.
-¿Un mito?
-Pregúntele a los que no están para contarlo.

Adentro, Romero y Tata Dios se enfrentaban. El joven era rápido, pero la experiencia del viejo aún pesaba. Un golpe seco, un cuchillo improvisado… y el Flaco cayó con un corte en el brazo.

-Esto no ha terminado- jadeó Romero, mientras lo arrastraban a la enfermería. Tata Dios lo miró sin emoción: -En mi patio, las peleas no terminan hasta que alguien se va.


Capítulo X – “Periodismo de hueso y sangre”

Semanas después, Julia consiguió entrevistarlo.
-¿Usted se considera un asesino? preguntó directamente.
Tata Dios la miró con una media sonrisa. -Yo me considero orden. Y el orden necesita sacrificios.
-¿Sacrificios humanos?
-Llámelo como quiera. Afuera, la gente cree que somos monstruos. Adentro, soy un Dios.

Julia tembló, pero sabía que tenía oro periodístico. Esa noche, su reportaje “El dios de la cárcel” ocupó la portada del diario.


Capítulo XI – “El ajuste pendiente”

Romero regresó, con el brazo aún vendado, pero con un filo de metal en la mano.
-Hoy sí terminamos esto, viejo. Tata Dios, ya cansado, dejó su punzón en el suelo.
-¿Seguro que querés ser el que mate a un Dios?

El choque fue brutal. Sillas rotas, gritos, un guardia herido al intentar separarlos. Romero terminó con un corte en la mejilla y Tata Dios con la mano ensangrentada, pero ya no había gloria en sus ojos: sabía que su tiempo se agotaba.

Introducción histórica: Guatemala bajo el régimen de Jorge Ubico (1920-1944)

Durante las primeras décadas del siglo XX, Guatemala vivió un período marcado por la consolidación de un régimen autoritario y abusivo bajo el mando de Jorge Ubico Castañeda, presidente de 1931 a 1944. Su gobierno se caracterizó por una insaciable represión política, control férreo de las instituciones y un aparato de seguridad que ejercía el poder con mano extrema. La Penitenciaría Central, se convirtió en un símbolo de este control represivo. Allí, no sólo se encarcelaba a criminales comunes, sino también a opositores políticos y activistas que desafiaban al régimen. En ese contexto, emergieron figuras como Roberto Isaac Barillas, “Tata Dios, un reo que se transformó en ejecutor tras bambalinas del orden carcelario, actuando como verdugo y símbolo de poder dentro de los muros del presidio. El sistema penitenciario guatemalteco de esa época -y continúa siéndolo,- reflejaba la mezcla de corrupción, violencia institucional y sometimiento. Las autoridades delegaban en internos como Tata Dios tareas que la ley formal no podía cubrir, convirtiendo a presos en agentes de control y violencia.


Notas al pie

Figueroa, Jorge (1998). Historia política de Guatemala, 1920-1944. Editorial Universitaria de Guatemala.
Martínez, Ana (2005). “El sistema penitenciario en la Guatemala de Ubico: control y represión”. Revista de Estudios Centroamericanos, vol. 34, pp. 45-68.
Gómez, Luis (2011). Prisión y Poder: La Penitenciaría Central de Guatemala. Fondo Editorial del Ministerio de Gobernación.
Rodríguez, María (2013). “Violencia institucional y dictadura en Guatemala. 


En su artículo La Penitenciaría de Guatemala, el escritor guatemalteco Guillermo F. Hall, de origen británico, y a quien la prohibición de golpear a los extranjeros le salvó la vida mientras estuvo prisionero en la Penitenciaría,​ describe a uno de los encargados generales durante el gobierno de Injusto Rufián del Barrio de la siguiente forma: 

-Tatadiós era el decano de la penitenciaría, había permanecido en ella desde su fundación. Había sido verdugo de los tiempos de Rufino y Barrundia. Era la conversación favorita de este rufián el referir a sus admiradores los crímenes que había cometido, tanto por cuenta propia, como en su carácter de verdugo. Hacía alarde de haber asesinado por su propia cuenta a veintiséis individuos; no recordaba a cuantos había dado muerte a palos en las bóvedas de la penitenciaría por orden de Barrundia y de Barrios -¡eran tantos. Contaba el modo cómo procedía a cumplir las órdenes de sus amos, cómo después de propinar a sus víctimas doscientos o trescientos palos, se acostaba un rato a descansar al arrullo de los ayes de su "paciente" para luego reanudar la tarea con más encarnizamiento, dándole palos sobre los ojos para deshacérselos, porque "así gritaban menos.”


Tan famoso era que algunos le perdonaron sus pecados, cuando pasaba la procesión del Santo Entierro de la cercana iglesia de El Calvario frente a la Penitenciaría Central, daban libertad a un reo, y muchas veces salía elegido él, pero prefería quedarse porque se sentía más seguro.

El abogado Manuel coronado Aguilar conoció a Roberto desde cuando él era un joven estudiante universitario, ya que fue “cuidado” por el asesino durante su primera estancia en la cárcel en 1922 y durante varios años el prisionero le siguió brindando ayuda con algunos de sus clientes a quienes defendía después que caían en prisión, “cuidándolos” también.

FIN

sergiodeleonlopez